/ sábado 12 de diciembre de 2020

Entre voces | Rostro mestizo

La mañana del 9 de diciembre de 1531 sucedió algo que cambiaría la historia de nuestra insipiente nación. La Virgen María llamó a Juan Diego con voces melodiosas, esas de la naturaleza que solo la gente de campo es capaz de percibir. A diferencia de los soldados españoles, cubiertos de armaduras, o los tlaxcaltecas, guerreros cubiertos de pieles y armas; la Virgen, se aparece con ternura y un mensaje sencillo pero provocador.

El documento de Antonio Valeriano, llamado Nican Mopohua, relata las apariciones, recogiendo los testimonios de Juan Diego y el fervor que crecía año con año en el cerro del Tepeyac. ¿Qué mensaje dejó y sigue resonando hasta hoy? La Virgen quiso, se le construyera una casita sagrada, para desde ahí mostrar su amor por todas las generaciones en la nueva nación que recibía el Evangelio.

Mucho se ha escrito, películas y documentales hay; pero hoy quiero fijarme de manera especial en el rostro mestizo de esa Mujer venida del cielo. ¿Qué miramos? ¿Cómo nos mira? Es un encuentro de miradas. Algunos miran con desconfianza o critican de fanatismo a mucha gente humilde y con poco estudio que tanto veneran este Ayate. Otros la miran con gran confianza, poniendo ante ella todas sus necesidades. ¡Cuántos enfermos han recurrido con sus plegarias a Ella! ¡Cuántos han visitado su casita en la Ciudad de México o en sus santuarios! ¡Cuántos la llevan en una medalla asida a su cuello o al menos en una imagen en su casa! Es la mirada de un pueblo sencillo que acepta sin reservas la mirada materna y confía en la intercesión de la Madre del Dios por quien se vive.

La Virgen nos mira, con esa ternura que sabe del dolor humano. Con una mirada de Fe en Dios que sabe actuar en el momento oportuno. Una mirada que no juzga, sino que se agacha ante el necesitado. Una mirada que brinda, que da, que ofrece un espacio en el corazón. La Iglesia reza desde hace siglos: “Vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos”. Así es, la Virgen mira al pecador, al pobre, al enfermo, al necesitado, para presentarlo ante su hijo y diciendo como en Caná: “Ya no tienen vino”. Y nos alienta a “Hacer lo que diga Jesús”.

La Virgen hace casi quinientos años, ha llegado a nuestras tierras para quedarse. Y en cada lugar de México, América, y el mundo, en que se contempla su imagen, genera lo mismo: confianza y ternura. Seriamos hijos malagradecidos, si no recurriéramos a Ella. Su rostro, su voz, toda su presencia nos viene a reflejar, como la luna al sol, el Amor infinito de Dios. Sus palabras: “¿Acaso no estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿No estás por ventura en el pliegue de mi manto?” son una invitación reiterada a recurrir a ella en todo momento.

Este año ha sido marcado por el dolor, la incertidumbre, la distancia… Podemos hoy, 12 de diciembre recurrir a ella con un Ave María, dirigiendo nuestro corazón hacia ella, invocando su auxilio. Aunque no ha habido las tradicionales peregrinaciones, hoy se abren las puertas de su Santuario, para poderla ir a visitar y decirle: “Madre mía, aquí está tu hija, tu hijo”. Ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra de muerte. Amén.

La mañana del 9 de diciembre de 1531 sucedió algo que cambiaría la historia de nuestra insipiente nación. La Virgen María llamó a Juan Diego con voces melodiosas, esas de la naturaleza que solo la gente de campo es capaz de percibir. A diferencia de los soldados españoles, cubiertos de armaduras, o los tlaxcaltecas, guerreros cubiertos de pieles y armas; la Virgen, se aparece con ternura y un mensaje sencillo pero provocador.

El documento de Antonio Valeriano, llamado Nican Mopohua, relata las apariciones, recogiendo los testimonios de Juan Diego y el fervor que crecía año con año en el cerro del Tepeyac. ¿Qué mensaje dejó y sigue resonando hasta hoy? La Virgen quiso, se le construyera una casita sagrada, para desde ahí mostrar su amor por todas las generaciones en la nueva nación que recibía el Evangelio.

Mucho se ha escrito, películas y documentales hay; pero hoy quiero fijarme de manera especial en el rostro mestizo de esa Mujer venida del cielo. ¿Qué miramos? ¿Cómo nos mira? Es un encuentro de miradas. Algunos miran con desconfianza o critican de fanatismo a mucha gente humilde y con poco estudio que tanto veneran este Ayate. Otros la miran con gran confianza, poniendo ante ella todas sus necesidades. ¡Cuántos enfermos han recurrido con sus plegarias a Ella! ¡Cuántos han visitado su casita en la Ciudad de México o en sus santuarios! ¡Cuántos la llevan en una medalla asida a su cuello o al menos en una imagen en su casa! Es la mirada de un pueblo sencillo que acepta sin reservas la mirada materna y confía en la intercesión de la Madre del Dios por quien se vive.

La Virgen nos mira, con esa ternura que sabe del dolor humano. Con una mirada de Fe en Dios que sabe actuar en el momento oportuno. Una mirada que no juzga, sino que se agacha ante el necesitado. Una mirada que brinda, que da, que ofrece un espacio en el corazón. La Iglesia reza desde hace siglos: “Vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos”. Así es, la Virgen mira al pecador, al pobre, al enfermo, al necesitado, para presentarlo ante su hijo y diciendo como en Caná: “Ya no tienen vino”. Y nos alienta a “Hacer lo que diga Jesús”.

La Virgen hace casi quinientos años, ha llegado a nuestras tierras para quedarse. Y en cada lugar de México, América, y el mundo, en que se contempla su imagen, genera lo mismo: confianza y ternura. Seriamos hijos malagradecidos, si no recurriéramos a Ella. Su rostro, su voz, toda su presencia nos viene a reflejar, como la luna al sol, el Amor infinito de Dios. Sus palabras: “¿Acaso no estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿No estás por ventura en el pliegue de mi manto?” son una invitación reiterada a recurrir a ella en todo momento.

Este año ha sido marcado por el dolor, la incertidumbre, la distancia… Podemos hoy, 12 de diciembre recurrir a ella con un Ave María, dirigiendo nuestro corazón hacia ella, invocando su auxilio. Aunque no ha habido las tradicionales peregrinaciones, hoy se abren las puertas de su Santuario, para poderla ir a visitar y decirle: “Madre mía, aquí está tu hija, tu hijo”. Ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra de muerte. Amén.