/ sábado 17 de febrero de 2024

Entre Voces /  El Alfarero

Cada vez es más frecuente que la gente compre en línea. Hace unos días me sorprendí la cantidad de paquetes que había en una paquetería para organizarlos y entregarlos a los usuarios de una aplicación china que todo da más barato, tardan, pero llegan las cosas.

En un mundo tan tecnócrata, hablar de oficios sencillos parece remontarse a la prehistoria. Los niños quizá no saben cómo se siembra el frijol y cómo son las plantas de maíz, su olor y tamaño. Comerse una caña de azúcar casi al punto de cortarse la lengua con el carrizo, parecen experiencias de antaño o que solo verán en series o videos. Quiero hablarles hoy del alfarero, y de una contemplación hacia su oficio, paciencia y sueño.

Dios a través del profeta Jeremías le dice que vaya a la casa del alfarero, para indicarle que lo mismo que aquel hombre puede hacer con el barro, Dios lo hará con su pueblo.

Los tiempos de Jeremías eran el destierro y la inminente destrucción de Jerusalén, la capital del reino del sur, la ciudad Santa. Tomar y rehacer el barro, para que quede la obra final.

La primera consideración será sentirnos barro. Somos de la tierra, con la llamada al cielo. Podremos tener cualidades y dones, la presencia del mismo Dios se convierte un tesoro en vasijas de barro, eso somos vasijas… barro.

Obviamente es un lenguaje simbólico, para indicar el limo de Adán, el barro que relata el libro del Génesis, pero que podríamos aplicar a nuestro siglo como la limitación y caducidad. Tenemos días de 24 horas, con sus minutos y segundos limitados.

El cuerpo y las enfermedades nos recuerdan la fragilidad, el frío y calor, nuestros sentidos y vulnerabilidad. Reconocer límites, que a cierta edad ya no podemos hacer lo que antes hacíamos, que la juventud no es eterna, que los años maduran el vino, pero arrugan la piel. Es parte de la vida, el tiempo deja su huella.

Ahora vemos las manos del alfarero.

Los actuales escultores, aun pudiendo tener un torno (mesita giratoria donde ponen el barro a girar) digital, o construir algo en impresoras 3D, las manos acarician el barro, tocan, dan calor, textura. El barro le dice hasta donde puede, las manos pacientes, húmedas, fuerzan a la masa informe a que deje su anonimato y simpleza, para volverse una obra de arte o un plato servicial. Son manos que ayudan al barro, si estamos en las manos del alfarero, porque si nos entregamos a las manos del vago callejero, seremos un simple montón de tierra arrojado contra alguien.

El alfarero, sus manos, obedecen algo más noble: su mente y corazón. En la mente está el proyecto de lo que quiere. Ve la necesidad de una jarra o la inspiración del jarrón que nunca había hecho. Y manos a la obra. Sueños que se hacen realidad, ideales que plasman el barro y lo elevan a una renovada dignidad. Su corazón, centro de emociones y sentimientos, serán el latido a cada giro del torno. Es la voluntad de seguir el camino, el proyecto, el sueño, aunque parezca que ya no quieran la mente o las manos seguir adelante.

Hoy quisiera ser el poeta y el profeta, cantarle al Alfarero que hizo el barro y el torno; la mente y el corazón; los sueños y la realidad. Iniciar este tiempo de purificación en la cuaresma es decir soy barro y quiero llegar a la meta. Aun en medio de fragilidades y errores, quiero ser barro en manos del Alfarero.

Leonel Larios Medina. / Sacerdote católico y licenciado en comunicación social.

Cada vez es más frecuente que la gente compre en línea. Hace unos días me sorprendí la cantidad de paquetes que había en una paquetería para organizarlos y entregarlos a los usuarios de una aplicación china que todo da más barato, tardan, pero llegan las cosas.

En un mundo tan tecnócrata, hablar de oficios sencillos parece remontarse a la prehistoria. Los niños quizá no saben cómo se siembra el frijol y cómo son las plantas de maíz, su olor y tamaño. Comerse una caña de azúcar casi al punto de cortarse la lengua con el carrizo, parecen experiencias de antaño o que solo verán en series o videos. Quiero hablarles hoy del alfarero, y de una contemplación hacia su oficio, paciencia y sueño.

Dios a través del profeta Jeremías le dice que vaya a la casa del alfarero, para indicarle que lo mismo que aquel hombre puede hacer con el barro, Dios lo hará con su pueblo.

Los tiempos de Jeremías eran el destierro y la inminente destrucción de Jerusalén, la capital del reino del sur, la ciudad Santa. Tomar y rehacer el barro, para que quede la obra final.

La primera consideración será sentirnos barro. Somos de la tierra, con la llamada al cielo. Podremos tener cualidades y dones, la presencia del mismo Dios se convierte un tesoro en vasijas de barro, eso somos vasijas… barro.

Obviamente es un lenguaje simbólico, para indicar el limo de Adán, el barro que relata el libro del Génesis, pero que podríamos aplicar a nuestro siglo como la limitación y caducidad. Tenemos días de 24 horas, con sus minutos y segundos limitados.

El cuerpo y las enfermedades nos recuerdan la fragilidad, el frío y calor, nuestros sentidos y vulnerabilidad. Reconocer límites, que a cierta edad ya no podemos hacer lo que antes hacíamos, que la juventud no es eterna, que los años maduran el vino, pero arrugan la piel. Es parte de la vida, el tiempo deja su huella.

Ahora vemos las manos del alfarero.

Los actuales escultores, aun pudiendo tener un torno (mesita giratoria donde ponen el barro a girar) digital, o construir algo en impresoras 3D, las manos acarician el barro, tocan, dan calor, textura. El barro le dice hasta donde puede, las manos pacientes, húmedas, fuerzan a la masa informe a que deje su anonimato y simpleza, para volverse una obra de arte o un plato servicial. Son manos que ayudan al barro, si estamos en las manos del alfarero, porque si nos entregamos a las manos del vago callejero, seremos un simple montón de tierra arrojado contra alguien.

El alfarero, sus manos, obedecen algo más noble: su mente y corazón. En la mente está el proyecto de lo que quiere. Ve la necesidad de una jarra o la inspiración del jarrón que nunca había hecho. Y manos a la obra. Sueños que se hacen realidad, ideales que plasman el barro y lo elevan a una renovada dignidad. Su corazón, centro de emociones y sentimientos, serán el latido a cada giro del torno. Es la voluntad de seguir el camino, el proyecto, el sueño, aunque parezca que ya no quieran la mente o las manos seguir adelante.

Hoy quisiera ser el poeta y el profeta, cantarle al Alfarero que hizo el barro y el torno; la mente y el corazón; los sueños y la realidad. Iniciar este tiempo de purificación en la cuaresma es decir soy barro y quiero llegar a la meta. Aun en medio de fragilidades y errores, quiero ser barro en manos del Alfarero.

Leonel Larios Medina. / Sacerdote católico y licenciado en comunicación social.