/ sábado 18 de mayo de 2024

Entre voces / Construyendo mi pueblo

Me encanta ver grúas en las ciudades, de esas inmensas que tienen la cabina en las alturas, hasta aquellas rodantes que ponen macetas en camellones. Verlas operando, significa que se está construyendo algo, que hay planos elaborados por el arquitecto, albañiles y muchas más personas involucradas, sea en poner cada ladrillo, como en proveer de los materiales, etc.

Esta semana, pude mirar cómo los Menonitas han transformado el desierto en vergel, a punta de trabajo, y como se siguen construyendo casas, carreteras, tiendas, fábricas, etc.

Las casas se van sumando, los nuevos fraccionamientos son signo que familias llegarán a poblarlas, niños a jugar al parque, escuelas donde aprenderán a leer, escribir y muchas cosas más. Dejando de lado el crecer de las manchas urbanas, y como el campo se queda abandonado, vemos en cada construcción dinero invertido, que espera ser recuperado y aumentado al pasar del tiempo.

Las piedras acomodadas en cierta manera son vestigios de seres humanos que las pusieron para edificar algo, o son ruinas de lo que antes estuvo en pie, incluso podrían ser rituales arcaicos, como signos funerarios vikingos, o señales en los caminos.

Detrás de todas ellas, están las personas que son los constructores. Si trasladamos esta mirada, al aspecto social, descubrimos que en todo grupo humano lo que se construye en la mente y corazón de las personas, será lo que luego se reflejará en su entorno.

Me cuestionaba algo en mi pasar por esos campos menonitas, ¿es la misma tierra de los chihuahuenses de hace 100 años?

¿Por qué por un lado se ve verde y fértil, y para el otro no? ¿Son acaso las naciones (como lugar de nacimiento) lo que hace depender que, a donde vayan hacen producir la tierra? ¿Influye su sistema de creencia (religión) en la manera en que se organizan, de una manera colectiva para apoyarse? Eran muchas las preguntas que me venían a la mente, mientras recorría esos campos y carreteras en construcción.

No puedo negar mi origen parralense, del que siento orgullo por gran parte de sus personas, o por aquellas que me heredaron ciertas tradiciones y gustos. No me siento orgulloso del que tira la basura desde el autobús, o pone su música a todo vuelo por la calle. Del agresor, del que vende droga en las noches, del que deja solo a sus hijos pequeños, de muchos no siento orgullo sino un coraje que quisiera canalizar.

El Parral casi 100% católico desapareció. El porcentaje según el censo del 2020 va en el 77%, hay más grupos cristianos, pero la sociedad no huele al evangelio. Los seguidores de Cristo estamos fallando en transformar la sociedad. La coherencia entre la fe y la vida parece gritar querer ser libre desde el cautiverio de la comodidad.

Construir un gran pueblo requiere líderes que inspiren en forma positiva a los ideales más nobles, pero de nada servirían personas carismáticas que no sean apoyados por personas sólidamente formadas. Somos cada uno como un bloque de esa columna de madera, que si no está bien puesto en su lugar, hace caer a toda la torre.

Decían que un avión puede caerse por culpa de un tornillo que no haya sido bien apretado. La destreza del piloto requiere también la honestidad del que aprieta tornillos, y abastece de combustible. Un pueblo, no es la suma de personas o de votos, sino los rostros y sonrisas que se topan en la calle o en la plaza. Son las manos, las mentes y los corazones de personas que siguen cada día construyendo mi pueblo.

Leonel Larios Medina / Sacerdote católico y licenciado en comunicación social

Me encanta ver grúas en las ciudades, de esas inmensas que tienen la cabina en las alturas, hasta aquellas rodantes que ponen macetas en camellones. Verlas operando, significa que se está construyendo algo, que hay planos elaborados por el arquitecto, albañiles y muchas más personas involucradas, sea en poner cada ladrillo, como en proveer de los materiales, etc.

Esta semana, pude mirar cómo los Menonitas han transformado el desierto en vergel, a punta de trabajo, y como se siguen construyendo casas, carreteras, tiendas, fábricas, etc.

Las casas se van sumando, los nuevos fraccionamientos son signo que familias llegarán a poblarlas, niños a jugar al parque, escuelas donde aprenderán a leer, escribir y muchas cosas más. Dejando de lado el crecer de las manchas urbanas, y como el campo se queda abandonado, vemos en cada construcción dinero invertido, que espera ser recuperado y aumentado al pasar del tiempo.

Las piedras acomodadas en cierta manera son vestigios de seres humanos que las pusieron para edificar algo, o son ruinas de lo que antes estuvo en pie, incluso podrían ser rituales arcaicos, como signos funerarios vikingos, o señales en los caminos.

Detrás de todas ellas, están las personas que son los constructores. Si trasladamos esta mirada, al aspecto social, descubrimos que en todo grupo humano lo que se construye en la mente y corazón de las personas, será lo que luego se reflejará en su entorno.

Me cuestionaba algo en mi pasar por esos campos menonitas, ¿es la misma tierra de los chihuahuenses de hace 100 años?

¿Por qué por un lado se ve verde y fértil, y para el otro no? ¿Son acaso las naciones (como lugar de nacimiento) lo que hace depender que, a donde vayan hacen producir la tierra? ¿Influye su sistema de creencia (religión) en la manera en que se organizan, de una manera colectiva para apoyarse? Eran muchas las preguntas que me venían a la mente, mientras recorría esos campos y carreteras en construcción.

No puedo negar mi origen parralense, del que siento orgullo por gran parte de sus personas, o por aquellas que me heredaron ciertas tradiciones y gustos. No me siento orgulloso del que tira la basura desde el autobús, o pone su música a todo vuelo por la calle. Del agresor, del que vende droga en las noches, del que deja solo a sus hijos pequeños, de muchos no siento orgullo sino un coraje que quisiera canalizar.

El Parral casi 100% católico desapareció. El porcentaje según el censo del 2020 va en el 77%, hay más grupos cristianos, pero la sociedad no huele al evangelio. Los seguidores de Cristo estamos fallando en transformar la sociedad. La coherencia entre la fe y la vida parece gritar querer ser libre desde el cautiverio de la comodidad.

Construir un gran pueblo requiere líderes que inspiren en forma positiva a los ideales más nobles, pero de nada servirían personas carismáticas que no sean apoyados por personas sólidamente formadas. Somos cada uno como un bloque de esa columna de madera, que si no está bien puesto en su lugar, hace caer a toda la torre.

Decían que un avión puede caerse por culpa de un tornillo que no haya sido bien apretado. La destreza del piloto requiere también la honestidad del que aprieta tornillos, y abastece de combustible. Un pueblo, no es la suma de personas o de votos, sino los rostros y sonrisas que se topan en la calle o en la plaza. Son las manos, las mentes y los corazones de personas que siguen cada día construyendo mi pueblo.

Leonel Larios Medina / Sacerdote católico y licenciado en comunicación social