/ sábado 2 de marzo de 2024

Entre Voces / Constitución de gozo y esperanza (Parte I)

Este año sin duda es crucial en la vida política de nuestro país. Después de la pandemia, un mundo en crisis, las guerras y transformaciones tecnológicas, además de los cambios climáticos que provocan sequías y grandes huracanes, el ambiente electoral se va caldeando, y como líder descubro la necesidad de ayudarlos en la formación cívica de mis lectores.

La Iglesia puede y debe hablar de política, pues propone desde el evangelio, una antropología que lleva a valorar a la persona y en su ser social, no prescinde de su aspecto político. El tema de partidos, candidatos y a quien elegir, corresponderá a cada ciudadano, que como yo, queremos lo mejor para nuestro país.

El Concilio Vaticano II, publicó una constitución dogmática llamada Gozo y Esperanza, para hablar del mundo actual, de la Iglesia en la sociedad. En el aspecto político, del que hoy trato, habla de varios elementos que de manera sintética aquí presento, basándome en un material llamado cuadernos del concilio, realizado por Franca Giansoldadati.

La comunidad política y la Iglesia son independientes y autónomas, cada una en su propio terreno. Ambas, sin embargo, están al servicio de la vocación personal y social del hombre. Este servicio lo realizarán con tanta mayor eficacia, para bien de todos, cuanto más sana y mejor sea la cooperación entre ellas, teniendo en cuenta las circunstancias de lugar y tiempo. Esta mutua colaboración y sana independencia es el principio básico de la laicidad del estado que es respetuosa con la identidad y la misión de la Iglesia.

La misión de los cristianos laicos en política está orientada a la necesidad de construir una “comunidad política” más amplia y más estructurada en lo que el Concilio llama una “comunidad civilizada”. La comunidad política nace entonces, para buscar el bien común, y en él encuentra su justificación plena y su sentido. Esa búsqueda del bien común le da también legitimidad.

Por eso, los cristianos no pueden dejar de llevar el mensaje evangélico en los debates públicos, teniendo en cuenta la laicidad positiva y la autonomía política. Es a la luz de la centralidad de Cristo que esta constitución descifra la condición del hombre contemporáneo, identificando su vocación más profunda, así como los ámbitos en los que debe influir con la entrega de su vida: la familia, la cultura, la economía, la política, la comunidad internacional.

Separar a la Iglesia y el estado, no significa partir al ser humano en dos. Significa que el cristiano, no puede elegir representantes que vayan contra sus valores esenciales. Independientemente de su partido, la calidad y coherencia de la persona, será más elocuente que muchos discursos de campaña, mentiras de las que la ciudadanía ya estamos hartos.

Ciertamente, el salir a votar es un derecho y una obligación. El abstencionismo es una lacra que deja el destino del país y la sociedad a que lo decidan otros. Muchos me han compartido que ningún candidato les llena el ojo, que hay mejores personas, pero que no quieren ensuciarse en la política. Ya desde esa expresión hay una gran tarea, hacer de la política la mejor forma de caridad. No un cúmulo de beneficios o huesos que repartirse, como buitres o salteadores al repartirse el botín. Es urgente ir formando una conciencia política madura, que nos lleve a que los jóvenes formados, vayan ocupando lugares de representación sin tener que prostituir sus conciencias, para poder así ganarse un lugar.

Leonel Larios / Sacerdote católico y licenciado en comunicación social

Este año sin duda es crucial en la vida política de nuestro país. Después de la pandemia, un mundo en crisis, las guerras y transformaciones tecnológicas, además de los cambios climáticos que provocan sequías y grandes huracanes, el ambiente electoral se va caldeando, y como líder descubro la necesidad de ayudarlos en la formación cívica de mis lectores.

La Iglesia puede y debe hablar de política, pues propone desde el evangelio, una antropología que lleva a valorar a la persona y en su ser social, no prescinde de su aspecto político. El tema de partidos, candidatos y a quien elegir, corresponderá a cada ciudadano, que como yo, queremos lo mejor para nuestro país.

El Concilio Vaticano II, publicó una constitución dogmática llamada Gozo y Esperanza, para hablar del mundo actual, de la Iglesia en la sociedad. En el aspecto político, del que hoy trato, habla de varios elementos que de manera sintética aquí presento, basándome en un material llamado cuadernos del concilio, realizado por Franca Giansoldadati.

La comunidad política y la Iglesia son independientes y autónomas, cada una en su propio terreno. Ambas, sin embargo, están al servicio de la vocación personal y social del hombre. Este servicio lo realizarán con tanta mayor eficacia, para bien de todos, cuanto más sana y mejor sea la cooperación entre ellas, teniendo en cuenta las circunstancias de lugar y tiempo. Esta mutua colaboración y sana independencia es el principio básico de la laicidad del estado que es respetuosa con la identidad y la misión de la Iglesia.

La misión de los cristianos laicos en política está orientada a la necesidad de construir una “comunidad política” más amplia y más estructurada en lo que el Concilio llama una “comunidad civilizada”. La comunidad política nace entonces, para buscar el bien común, y en él encuentra su justificación plena y su sentido. Esa búsqueda del bien común le da también legitimidad.

Por eso, los cristianos no pueden dejar de llevar el mensaje evangélico en los debates públicos, teniendo en cuenta la laicidad positiva y la autonomía política. Es a la luz de la centralidad de Cristo que esta constitución descifra la condición del hombre contemporáneo, identificando su vocación más profunda, así como los ámbitos en los que debe influir con la entrega de su vida: la familia, la cultura, la economía, la política, la comunidad internacional.

Separar a la Iglesia y el estado, no significa partir al ser humano en dos. Significa que el cristiano, no puede elegir representantes que vayan contra sus valores esenciales. Independientemente de su partido, la calidad y coherencia de la persona, será más elocuente que muchos discursos de campaña, mentiras de las que la ciudadanía ya estamos hartos.

Ciertamente, el salir a votar es un derecho y una obligación. El abstencionismo es una lacra que deja el destino del país y la sociedad a que lo decidan otros. Muchos me han compartido que ningún candidato les llena el ojo, que hay mejores personas, pero que no quieren ensuciarse en la política. Ya desde esa expresión hay una gran tarea, hacer de la política la mejor forma de caridad. No un cúmulo de beneficios o huesos que repartirse, como buitres o salteadores al repartirse el botín. Es urgente ir formando una conciencia política madura, que nos lleve a que los jóvenes formados, vayan ocupando lugares de representación sin tener que prostituir sus conciencias, para poder así ganarse un lugar.

Leonel Larios / Sacerdote católico y licenciado en comunicación social