/ sábado 2 de abril de 2022

Entre Voces | Que vengan los bomberos

Mi reconocimiento para los hombres y mujeres de todo el mundo que dedican su vida y tiempo, su trabajo y esfuerzo, a combatir los incendios donde peligra la vida de las personas, el patrimonio de las familias y la misma naturaleza con su flora y fauna. Un reconocimiento que me encantaría fuera traducido en mejores condiciones de trabajo para bomberos y brigadistas.

Con la llegada del calor se intensifica la presencia de incendios, principalmente en regiones azotadas ya por la sequía, y que muchas veces no es solo por las inclemencias del tiempo, rayos o vientos, por lo que suceden estos fenómenos. Tristemente muchos de ellos son causados por negligencias e indiferencia. Quiero compartir tres cosas respecto a este asunto yendo de lo negativo a lo positivo: la negligencia en provocarlos, el trabajo para apagarlos y algunas experiencias ejemplares.

La llegada del verano, y pasados los días de duro encierro, motivan a muchos a organizar las carnes asadas, las fogatas en ranchos y sobran razones para usar el cuarto elemento y disfrutar de ricas comidas familiares o con amigos. Es frecuente que los brigadistas apagafuegos, atribuyen el origen de los incendios forestales a las fogatas mal apagadas, a botellas de vidrio (frecuentemente de cervezas) tiradas a un lado de las carreteras y latas de aluminio que, al reflejar los rayos del sol en nuestra seca primavera, hacen las veces de lupa, y dan inicio al fuego. Luego éste llama a su amigo el viento, propiciando incendios, la destrucción de flora que tarda años en crecer y que, explotada, lucha por existir. Si a esta irresponsabilidad le agregamos aquellos provocados por grupos de narcos para distraer a las autoridades y noticiaros y poder mover la droga, una razón más para que pierda nuestra hermana naturaleza. La negligencia ciudadana y la delincuencia organizada, son mala combinación para la ecología.

Cuando las llamas y el humo aparecen, queremos que alguien venga a dar solución o mitigar el daño que desgraciadamente provocamos. Llamamos a los brigadistas para que acudan a lugares donde no hay caminos, con pocos elementos, pocas herramientas y poco salario. Los mandamos a tiznarse y limpiar nuestros errores. Esfuerzos muchas veces insuficientes y con el pasar de las horas lo que suplicamos es que llueva y nuevamente que Otro nos arregle la vida. En las ciudades llamamos al 911, nos acordamos que hay bomberos. No sabemos si tienen prestaciones, cuantos trabajan en este departamento. Muchos meses olvidados y después de partirse el lomo con mangueras y escaleras, les brindamos honores. ¿Un niño sueña actualmente con ser bombero sin que sea reprendido por su padre? Parece una “profesión” o servicio contradictoriamente despreciada.

Hace unos años visité a Betty, una excompañera de la secundaria en Alemania. Sus hijos acudían todos los sábados al departamento de bomberos del pequeño pueblo. Orgullosos de entrenar y participar en las competencias regionales. Un tipo de “exatlón” para todos. Se enlodaban, mojaban y cansaban simulando cómo ayudar a gente en caso de accidentes y de incendios. ¡Qué alegría veía en sus rostros cuando me platicaban sus hazañas! El ayudar a los demás siempre es fuente de alegría. El egoísmo que nos lleva a contaminar tirando basura en el campo o no apagar bien las fogatas, termina en destrucción del propio entorno.

Mi reconocimiento sincero a los que trabajan en brigadas forestales y nuestros anónimos apagafuegos. Ojalá imitemos de estos países sus programas de formación cívica y con alegría dijéramos todos los sábados: “¡Qué vengan los bomberos!”.


Leonel Larios Medina | Sacerdote católico y licenciado en comunicación social

Mi reconocimiento para los hombres y mujeres de todo el mundo que dedican su vida y tiempo, su trabajo y esfuerzo, a combatir los incendios donde peligra la vida de las personas, el patrimonio de las familias y la misma naturaleza con su flora y fauna. Un reconocimiento que me encantaría fuera traducido en mejores condiciones de trabajo para bomberos y brigadistas.

Con la llegada del calor se intensifica la presencia de incendios, principalmente en regiones azotadas ya por la sequía, y que muchas veces no es solo por las inclemencias del tiempo, rayos o vientos, por lo que suceden estos fenómenos. Tristemente muchos de ellos son causados por negligencias e indiferencia. Quiero compartir tres cosas respecto a este asunto yendo de lo negativo a lo positivo: la negligencia en provocarlos, el trabajo para apagarlos y algunas experiencias ejemplares.

La llegada del verano, y pasados los días de duro encierro, motivan a muchos a organizar las carnes asadas, las fogatas en ranchos y sobran razones para usar el cuarto elemento y disfrutar de ricas comidas familiares o con amigos. Es frecuente que los brigadistas apagafuegos, atribuyen el origen de los incendios forestales a las fogatas mal apagadas, a botellas de vidrio (frecuentemente de cervezas) tiradas a un lado de las carreteras y latas de aluminio que, al reflejar los rayos del sol en nuestra seca primavera, hacen las veces de lupa, y dan inicio al fuego. Luego éste llama a su amigo el viento, propiciando incendios, la destrucción de flora que tarda años en crecer y que, explotada, lucha por existir. Si a esta irresponsabilidad le agregamos aquellos provocados por grupos de narcos para distraer a las autoridades y noticiaros y poder mover la droga, una razón más para que pierda nuestra hermana naturaleza. La negligencia ciudadana y la delincuencia organizada, son mala combinación para la ecología.

Cuando las llamas y el humo aparecen, queremos que alguien venga a dar solución o mitigar el daño que desgraciadamente provocamos. Llamamos a los brigadistas para que acudan a lugares donde no hay caminos, con pocos elementos, pocas herramientas y poco salario. Los mandamos a tiznarse y limpiar nuestros errores. Esfuerzos muchas veces insuficientes y con el pasar de las horas lo que suplicamos es que llueva y nuevamente que Otro nos arregle la vida. En las ciudades llamamos al 911, nos acordamos que hay bomberos. No sabemos si tienen prestaciones, cuantos trabajan en este departamento. Muchos meses olvidados y después de partirse el lomo con mangueras y escaleras, les brindamos honores. ¿Un niño sueña actualmente con ser bombero sin que sea reprendido por su padre? Parece una “profesión” o servicio contradictoriamente despreciada.

Hace unos años visité a Betty, una excompañera de la secundaria en Alemania. Sus hijos acudían todos los sábados al departamento de bomberos del pequeño pueblo. Orgullosos de entrenar y participar en las competencias regionales. Un tipo de “exatlón” para todos. Se enlodaban, mojaban y cansaban simulando cómo ayudar a gente en caso de accidentes y de incendios. ¡Qué alegría veía en sus rostros cuando me platicaban sus hazañas! El ayudar a los demás siempre es fuente de alegría. El egoísmo que nos lleva a contaminar tirando basura en el campo o no apagar bien las fogatas, termina en destrucción del propio entorno.

Mi reconocimiento sincero a los que trabajan en brigadas forestales y nuestros anónimos apagafuegos. Ojalá imitemos de estos países sus programas de formación cívica y con alegría dijéramos todos los sábados: “¡Qué vengan los bomberos!”.


Leonel Larios Medina | Sacerdote católico y licenciado en comunicación social