/ jueves 18 de agosto de 2022

Punto Gélido | Los Escalones

Y es que la vida es eso, un continuo subir de escalones, que lo mismo se presenta en medio de la luz sonrosada del día, que en las tinieblas de la densa oscuridad, acompañado de las vigorosas fuerzas o bien con la ausencia de éstas, pero que sin embargo, los escalones están ahí, firmes, permanentes, vigentes, en espera de ser abordados por el iluso soñador o por el sensato realista, que confiados en el optimismo o distraídos por el ocasional pesimismo, se atreven a abordar esa extraña encomienda de cumplir una misión, de la cual no siempre se es consciente.

Esa enorme escalinata que se observa desde la mirada tierna e inocente de la infancia, donde las energías son alentadas por ese espíritu explorador, por esa dinámica que parece interminable, que es alimentada por la virtud del juego, pero que a juicio del adulto sólo se puede y se debe abordar los primeros escalones, siempre bajo la estricta vigilancia, la intención es que el aprendizaje sea firme, seguro y permanente.

La adolescencia llega junto con el despertar de la primavera, los escalones por recorrer siguen siendo muchos, las restricciones comienzan a ceder de a poco, en tanto las obligaciones, van tomando su lugar en esa mochila que la vida nos coloca en la espalda, y que para algunos comienza a pesar mucho más de lo deseado o de lo esperado. Pero la vitalidad y ese deseo de crecer, de ser, de estar, se convierten en ese resorte que impulsa al adolescente a explorar cada vez más el siguiente escalón, dejando que ese gusanito, que se forma con la tentación, se convierta en mariposa que vuela en busca de eso que solemos llamar experiencia.

Al llegar la juventud, también llegamos al final de la primera etapa de la escalinata, en el recorrido de esos primeros escalones, es de esperar que adquirimos fortaleza, destreza, capacidad y la suficiente voluntad para ir más allá. En ese constante ascenso también se adquieren valores, como la responsabilidad, respeto, gratitud, honestidad, ética, amor, entre muchos más, que forjan al ser humano íntegro, que está preparado para enfrentar el siguiente reto.

Tener la oportunidad de recorrer estos escalones de la segunda etapa, conlleva por sí mismo esa suerte donde las obligaciones comienzan a ser más, y las restricciones son acompañadas por el sentido común. Es el momento de subir con firmeza esos escalones, que están relacionados con formar y ver crecer una familia, desempeñar una actividad productiva, quizás formar un patrimonio, o simplemente ser creativo en esa encomienda, que está íntimamente relacionada con los dones y facultades, que se nos han entregado en el momento de nacer. Es en esta etapa donde las energías y la experiencia se conjuntan, para dejar una huella firme en cada escalón abordado.

En la tercera y probablemente última etapa de la escalinata, la vida juega uno de sus más singulares caprichos, la experiencia acumulada es un caudal majestuoso, sin embargo, las energías se comienzan a desvanecer, cada vez resulta más difícil abordar el siguiente escalón, el entrenamiento realizado a lo largo de todo el recorrido comienza a ser insuficiente, y aunque está vigente la motivación para cosechar todo lo sembrado, no siempre hay el tiempo suficiente para ello, el cuerpo se cansa, se enferma, se marchita, aún antes de llegar a la posible menta, al último escalón. Las piernas duelen, los brazos pesan, la cabeza olvida, las energías se acaban, y lo más triste del asunto es que ya no puedes regresar por la escalinata para volver a ser niño, adolescente, joven, adulto, ya no es posible regresar ni un solo escalón. Siempre existen aquellos que aun con dificultades, tienen la virtud de llegar a la cuarta etapa de la escalinata, bienaventurados ellos.

No importa en cuál escalón te encuentres ahora, tampoco cómo llegaste hasta él, si corriendo, caminando o incluso gateando, disfrútalo al máximo porque nunca sabemos cuál es el último escalón.


Leoncio Durán Garibay | Ingeniero Industrial

Y es que la vida es eso, un continuo subir de escalones, que lo mismo se presenta en medio de la luz sonrosada del día, que en las tinieblas de la densa oscuridad, acompañado de las vigorosas fuerzas o bien con la ausencia de éstas, pero que sin embargo, los escalones están ahí, firmes, permanentes, vigentes, en espera de ser abordados por el iluso soñador o por el sensato realista, que confiados en el optimismo o distraídos por el ocasional pesimismo, se atreven a abordar esa extraña encomienda de cumplir una misión, de la cual no siempre se es consciente.

Esa enorme escalinata que se observa desde la mirada tierna e inocente de la infancia, donde las energías son alentadas por ese espíritu explorador, por esa dinámica que parece interminable, que es alimentada por la virtud del juego, pero que a juicio del adulto sólo se puede y se debe abordar los primeros escalones, siempre bajo la estricta vigilancia, la intención es que el aprendizaje sea firme, seguro y permanente.

La adolescencia llega junto con el despertar de la primavera, los escalones por recorrer siguen siendo muchos, las restricciones comienzan a ceder de a poco, en tanto las obligaciones, van tomando su lugar en esa mochila que la vida nos coloca en la espalda, y que para algunos comienza a pesar mucho más de lo deseado o de lo esperado. Pero la vitalidad y ese deseo de crecer, de ser, de estar, se convierten en ese resorte que impulsa al adolescente a explorar cada vez más el siguiente escalón, dejando que ese gusanito, que se forma con la tentación, se convierta en mariposa que vuela en busca de eso que solemos llamar experiencia.

Al llegar la juventud, también llegamos al final de la primera etapa de la escalinata, en el recorrido de esos primeros escalones, es de esperar que adquirimos fortaleza, destreza, capacidad y la suficiente voluntad para ir más allá. En ese constante ascenso también se adquieren valores, como la responsabilidad, respeto, gratitud, honestidad, ética, amor, entre muchos más, que forjan al ser humano íntegro, que está preparado para enfrentar el siguiente reto.

Tener la oportunidad de recorrer estos escalones de la segunda etapa, conlleva por sí mismo esa suerte donde las obligaciones comienzan a ser más, y las restricciones son acompañadas por el sentido común. Es el momento de subir con firmeza esos escalones, que están relacionados con formar y ver crecer una familia, desempeñar una actividad productiva, quizás formar un patrimonio, o simplemente ser creativo en esa encomienda, que está íntimamente relacionada con los dones y facultades, que se nos han entregado en el momento de nacer. Es en esta etapa donde las energías y la experiencia se conjuntan, para dejar una huella firme en cada escalón abordado.

En la tercera y probablemente última etapa de la escalinata, la vida juega uno de sus más singulares caprichos, la experiencia acumulada es un caudal majestuoso, sin embargo, las energías se comienzan a desvanecer, cada vez resulta más difícil abordar el siguiente escalón, el entrenamiento realizado a lo largo de todo el recorrido comienza a ser insuficiente, y aunque está vigente la motivación para cosechar todo lo sembrado, no siempre hay el tiempo suficiente para ello, el cuerpo se cansa, se enferma, se marchita, aún antes de llegar a la posible menta, al último escalón. Las piernas duelen, los brazos pesan, la cabeza olvida, las energías se acaban, y lo más triste del asunto es que ya no puedes regresar por la escalinata para volver a ser niño, adolescente, joven, adulto, ya no es posible regresar ni un solo escalón. Siempre existen aquellos que aun con dificultades, tienen la virtud de llegar a la cuarta etapa de la escalinata, bienaventurados ellos.

No importa en cuál escalón te encuentres ahora, tampoco cómo llegaste hasta él, si corriendo, caminando o incluso gateando, disfrútalo al máximo porque nunca sabemos cuál es el último escalón.


Leoncio Durán Garibay | Ingeniero Industrial