/ viernes 29 de marzo de 2024

Punto Gélido / Sombras entre muros

Ahí están ellos, ¿cuántos?, no sé, la razón por la que están en ese lugar tampoco la sé, lo único cierto es que ahí están, esa es la única realidad, que guarda como distintivo principal los años acumulados. En esa sala grande, algo fresca, que tiene una pantalla grande al fondo, ventanas a los lados, en sus costados algunos sillones que ocupan ellos y ellas, otros más están ocupando sus sillas de ruedas, su vestimenta es sencilla, sus zapatos parece que se ven cómodos.

En el rostro de algunos se dibuja una sonrisa, aun y cuando en su dentadura hay pilares que se han caído con el paso de los años. Hay otros rostros serios, quizás tristes, como enfadados con la vida. En su mirada tierna se percibe esa añoranza, ese deseo por volver a vivir sus años mozos, pero también esa fe y esperanza por viajar hacia el futuro y descubrir lo que ahí les espera, en esa mirada que parece la de un niño que ansioso espera para recibir un delicioso dulce.

Las huellas de los años se dibujan en cada una de sus arrugas, los parpados caídos, manchas que fueron pintadas al fragor de la batalla diaria por la vida, su pelo blanco, plateado y hasta negro es el celoso guardián de la sabiduría que hay en su pequeño baúl, sus piernas cansadas son el testigo fiel del esfuerzo que ha quedado atrás para recorrer el sinuoso camino, y sus manos hoy algo torpes, porque se han cansado no solo de trabajar, sino de tantas caricias que han dejado a la vera del camino, y qué decir de eso que guardan en su pecho, ese corazón que hoy late lento, pero que aún guarde intactas las emociones, los sentimientos, el amor por los hijos, por la pareja, por el prójimo, incluso por la misma vida.

En los años acumulados la constante principal parecen ser las enfermedades que afectan al cuerpo, pero hay otras cosas que no se dicen, quizás porque no nos gusta escucharlas, porque lastiman, incluso porque molestan, pero es esa soledad, ese abandono del ser querido, ese trato quizás injusto después de haberlo entregado todo a lo largo de la vida, y no, no es que estén mal atendidos, al contrario, es admirable la labor que hacen las personas para atenderlos, se merecen uno y muchos aplausos, pero se les brinda atención a sus necesidades físicas y aun y cuando intenten brindarles atención a su aspecto emocional, en medio de esas sombras entre muros, lo que ellos necesitan no lo pueden encontrar allí; el calor de la familia, de los hijos, de los nietos, de esa sociedad incluso por momentos injusta, desafortunadamente no está como debiera a su alcance.

Y ellos tienen deseos, amplios deseos de ser escuchados, abrazados, mimados, de sentirse importantes, valorados, miembros activos de un grupo familiar, y poder jugar, reír, bailar, cantar, comerse un dulce, tomarse un café, un vino, dar un paseo, qué se yo, aun a pesar de sus años, de sus condiciones físicas, de sus pasos lentos, de sus reflejos tardíos, de sus palabras pausadas y hasta de sus incontinencias.

Pero la vida, la vida no siempre es como la pintan, igual que el león, a veces nos convertimos y más en medio de un mundo materialista, en simples productos, que tienen una fecha de caducidad. Si usted tiene la oportunidad no deje en el olvido a esos seres extraordinarios que le han ofrecido todo a la vida, y que hoy que sus fuerzas los han abandonado, parece que se han convertido solo en la triste sombra que está entre los muros, no olvidemos que como hoy los vemos, quizás alguien más nos verá mañana.

Leoncio Durán Garibay / Ingeniero Agrónomo

Ahí están ellos, ¿cuántos?, no sé, la razón por la que están en ese lugar tampoco la sé, lo único cierto es que ahí están, esa es la única realidad, que guarda como distintivo principal los años acumulados. En esa sala grande, algo fresca, que tiene una pantalla grande al fondo, ventanas a los lados, en sus costados algunos sillones que ocupan ellos y ellas, otros más están ocupando sus sillas de ruedas, su vestimenta es sencilla, sus zapatos parece que se ven cómodos.

En el rostro de algunos se dibuja una sonrisa, aun y cuando en su dentadura hay pilares que se han caído con el paso de los años. Hay otros rostros serios, quizás tristes, como enfadados con la vida. En su mirada tierna se percibe esa añoranza, ese deseo por volver a vivir sus años mozos, pero también esa fe y esperanza por viajar hacia el futuro y descubrir lo que ahí les espera, en esa mirada que parece la de un niño que ansioso espera para recibir un delicioso dulce.

Las huellas de los años se dibujan en cada una de sus arrugas, los parpados caídos, manchas que fueron pintadas al fragor de la batalla diaria por la vida, su pelo blanco, plateado y hasta negro es el celoso guardián de la sabiduría que hay en su pequeño baúl, sus piernas cansadas son el testigo fiel del esfuerzo que ha quedado atrás para recorrer el sinuoso camino, y sus manos hoy algo torpes, porque se han cansado no solo de trabajar, sino de tantas caricias que han dejado a la vera del camino, y qué decir de eso que guardan en su pecho, ese corazón que hoy late lento, pero que aún guarde intactas las emociones, los sentimientos, el amor por los hijos, por la pareja, por el prójimo, incluso por la misma vida.

En los años acumulados la constante principal parecen ser las enfermedades que afectan al cuerpo, pero hay otras cosas que no se dicen, quizás porque no nos gusta escucharlas, porque lastiman, incluso porque molestan, pero es esa soledad, ese abandono del ser querido, ese trato quizás injusto después de haberlo entregado todo a lo largo de la vida, y no, no es que estén mal atendidos, al contrario, es admirable la labor que hacen las personas para atenderlos, se merecen uno y muchos aplausos, pero se les brinda atención a sus necesidades físicas y aun y cuando intenten brindarles atención a su aspecto emocional, en medio de esas sombras entre muros, lo que ellos necesitan no lo pueden encontrar allí; el calor de la familia, de los hijos, de los nietos, de esa sociedad incluso por momentos injusta, desafortunadamente no está como debiera a su alcance.

Y ellos tienen deseos, amplios deseos de ser escuchados, abrazados, mimados, de sentirse importantes, valorados, miembros activos de un grupo familiar, y poder jugar, reír, bailar, cantar, comerse un dulce, tomarse un café, un vino, dar un paseo, qué se yo, aun a pesar de sus años, de sus condiciones físicas, de sus pasos lentos, de sus reflejos tardíos, de sus palabras pausadas y hasta de sus incontinencias.

Pero la vida, la vida no siempre es como la pintan, igual que el león, a veces nos convertimos y más en medio de un mundo materialista, en simples productos, que tienen una fecha de caducidad. Si usted tiene la oportunidad no deje en el olvido a esos seres extraordinarios que le han ofrecido todo a la vida, y que hoy que sus fuerzas los han abandonado, parece que se han convertido solo en la triste sombra que está entre los muros, no olvidemos que como hoy los vemos, quizás alguien más nos verá mañana.

Leoncio Durán Garibay / Ingeniero Agrónomo