/ jueves 14 de marzo de 2024

Punto Gélido / ¿Cuánto tiempo hemos perdido?

Camino despacio, de pronto me detengo un momento, el sol comienza a descender lento en el infinito horizonte, el atardecer se acerca a pasos agigantados e ineludiblemente también la noche eterna. Dejo caer mi ajetreado cuerpo en aquella vieja banca del parque, que está junto al vetusto árbol que la cubre con su frondosa sombra, aquella donde es probable que hayan nacido tantos sueños; donde los enamorados se tomaron de la mano por primera vez o se dieron ese primer beso, donde los niños jugaron sin límite en medio de su caduca inocencia, ahí donde el anciano encontró sosiego y descanso, donde dejó que los perennes recuerdos cobraran vida una y otra vez.

Hoy que mis años no tienen cuenta, las circunstancias, el destino o la casualidad me llevan hasta ese lugar, no me siento, me desparramo sobre esa banca de madera que se percibe fresca, acogedora, cómoda. El entorno es agradable, el viento acaricia las verdes hojas que danzan al ritmo de la más exquisita sinfonía, ese mismo viento seduce mi cuerpo con caricias tersas, y con esa fragancia tardía que despiden las hermosas flores que hay en el lugar, los acalorados pájaros llegan hasta ese árbol que es un oasis en medio del desierto, se refugian del sol, descansan, revolotean y alegran con sus cantos el espacio.

Las personas caminan en el parque, algunos con rostros desencajados, preocupados, estresados tal vez, otros perdidos en el limbo de su propio mundo y los hay también aquellos, (pocos), que llevan una sonrisa en su rostro, que caminan relajados, cantando, chiflando, en fin. Resulta algo curioso observar a detalle las expresiones de las personas, quizás producto de su estado de ánimo, de su realidad, de las circunstancias o de su propia concepción del mundo.

Y entonces la vista regresa a mí, es el momento de echar un vistazo al yo interior, a la realidad que me abraza todos los días, con o sin mí consentimiento, pero que ahí está producto de una sola cosa, que tengo vida y que solo es posible en eso que llamamos presente. Cierro los ojos de mi rostro y dejo que los ojos del alma observen con detalle esa realidad. Si pudiera describirlo de alguna forma, diría que me encuentro frente a dos anaqueles que se guardan en una bóveda del pasado; en uno están archivadas aquellas cosas, momentos, pensamientos o vivencias, que pudiéramos nombrar como negativas y que para muchos son reconocidas como experiencias. En frente otro anaquel, ahí está guardado lo bueno, lo placentero; momentos, pensamientos, cosas o vivencias, que suelen evocar eso que algunos suelen llamar felicidad. Existe otro espacio que no siempre es fácil de distinguir, un tercer anaquel que se suele identificar como futuro, ahí se guardan los sueños, los anhelos y quizás hasta la esperanza.

En ese observar hacia mi propio yo, encuentro sorpresas y mientras mis ojos que están en mi rostro permanecen cerrados, los ojos del alma exploran a detalle cada espacio, cada anaquel, cada vivencia. Y antes de cualquier juicio, la pregunta obligada es: ¿cuánto tiempo he perdido buscando en el anaquel equivocado?; esperando el día perfecto para poder ser feliz, y me he olvidado de disfrutar la gracia de poder respirar, de tener la dicha de abrir los ojos cada mañana, de poder ponerme de pie y dar un paso más, de la bendición de disfrutar de una familia, de un hogar, del canto de los pájaros, de la sonrisa del anciano, del juego de los niños, y más, de estar vivo aún y cuando en ocasiones no soy consciente de ello.

¿Cuánto tiempo he perdido? ¡No lo sé!, pero hoy solo sé que tengo vida…

Leoncio Durán / Ingeniero Industrial

Camino despacio, de pronto me detengo un momento, el sol comienza a descender lento en el infinito horizonte, el atardecer se acerca a pasos agigantados e ineludiblemente también la noche eterna. Dejo caer mi ajetreado cuerpo en aquella vieja banca del parque, que está junto al vetusto árbol que la cubre con su frondosa sombra, aquella donde es probable que hayan nacido tantos sueños; donde los enamorados se tomaron de la mano por primera vez o se dieron ese primer beso, donde los niños jugaron sin límite en medio de su caduca inocencia, ahí donde el anciano encontró sosiego y descanso, donde dejó que los perennes recuerdos cobraran vida una y otra vez.

Hoy que mis años no tienen cuenta, las circunstancias, el destino o la casualidad me llevan hasta ese lugar, no me siento, me desparramo sobre esa banca de madera que se percibe fresca, acogedora, cómoda. El entorno es agradable, el viento acaricia las verdes hojas que danzan al ritmo de la más exquisita sinfonía, ese mismo viento seduce mi cuerpo con caricias tersas, y con esa fragancia tardía que despiden las hermosas flores que hay en el lugar, los acalorados pájaros llegan hasta ese árbol que es un oasis en medio del desierto, se refugian del sol, descansan, revolotean y alegran con sus cantos el espacio.

Las personas caminan en el parque, algunos con rostros desencajados, preocupados, estresados tal vez, otros perdidos en el limbo de su propio mundo y los hay también aquellos, (pocos), que llevan una sonrisa en su rostro, que caminan relajados, cantando, chiflando, en fin. Resulta algo curioso observar a detalle las expresiones de las personas, quizás producto de su estado de ánimo, de su realidad, de las circunstancias o de su propia concepción del mundo.

Y entonces la vista regresa a mí, es el momento de echar un vistazo al yo interior, a la realidad que me abraza todos los días, con o sin mí consentimiento, pero que ahí está producto de una sola cosa, que tengo vida y que solo es posible en eso que llamamos presente. Cierro los ojos de mi rostro y dejo que los ojos del alma observen con detalle esa realidad. Si pudiera describirlo de alguna forma, diría que me encuentro frente a dos anaqueles que se guardan en una bóveda del pasado; en uno están archivadas aquellas cosas, momentos, pensamientos o vivencias, que pudiéramos nombrar como negativas y que para muchos son reconocidas como experiencias. En frente otro anaquel, ahí está guardado lo bueno, lo placentero; momentos, pensamientos, cosas o vivencias, que suelen evocar eso que algunos suelen llamar felicidad. Existe otro espacio que no siempre es fácil de distinguir, un tercer anaquel que se suele identificar como futuro, ahí se guardan los sueños, los anhelos y quizás hasta la esperanza.

En ese observar hacia mi propio yo, encuentro sorpresas y mientras mis ojos que están en mi rostro permanecen cerrados, los ojos del alma exploran a detalle cada espacio, cada anaquel, cada vivencia. Y antes de cualquier juicio, la pregunta obligada es: ¿cuánto tiempo he perdido buscando en el anaquel equivocado?; esperando el día perfecto para poder ser feliz, y me he olvidado de disfrutar la gracia de poder respirar, de tener la dicha de abrir los ojos cada mañana, de poder ponerme de pie y dar un paso más, de la bendición de disfrutar de una familia, de un hogar, del canto de los pájaros, de la sonrisa del anciano, del juego de los niños, y más, de estar vivo aún y cuando en ocasiones no soy consciente de ello.

¿Cuánto tiempo he perdido? ¡No lo sé!, pero hoy solo sé que tengo vida…

Leoncio Durán / Ingeniero Industrial