/ jueves 21 de abril de 2022

Punto Gélido | Ecos del Callejón

La vida suele ser un vericueto de callejones, al nacer caminamos por ellos guiados por las personas que nos rodean, seguimos los pasos de nuestros padres, de nuestra familia, del entorno y hasta de una sociedad que profesa una cultura y una identidad. Pero, de pronto se llega ese día, en que la infancia se queda dormida en la esquina de alguno de esos callejones y así, sin más, se tiene la necesidad de abandonarla y comenzar a caminar por ese espacio que cada quien explora, es la libertad, la que nos permite elegir con inmadurez o con madurez, el o los callejones por los que deseamos ir en busca tal vez de un objetivo, o simplemente como hojas de árbol que el viento mueve a su libre voluntad.

Y así iniciamos plenos, conscientes, libres ese recorrido por el callejón de la vida; las circunstancias, las formas y el momento quizás sean los elementos que molden nuestra personalidad, nuestro carácter, nuestro espíritu. Y es posible que nos convirtamos en buenos contempladores, en seguidores, en adoradores de una comodidad y de un estilo de vida, que en ocasiones resulta la forma más fácil de caminar, no se desea tener o alcanzar un gran objetivo, el día a día va marcando las acciones a realizar. También está ese otro grupo de soñadores irreverentes que no se conforman con caminar por esos callejones, sino que toman la iniciativa de ir transformando a su paso el entorno; así toman el pincel y con los colores más alegres decoran no solo las paredes, sino cada uno de los elementos que le dan vida y presencia a su caminar, ellos se resisten a ser simples espectadores.

Al paso del tiempo, que puede ser lento para algunos y fugaz para otros, en esos callejones van quedando los testimonios del peregrinar de cada persona, esos testimonios que se convierten en ecos del callejón, en archivos que son celosos guardianes de esas evidencias, en caseríos que reflejan el esfuerzo, el sentir y el hacer de sus moradores, en calles y banquetas que guardan en sus polvos las huellas de quienes caminaron por ellas, en plazas que ofrecen vestigios de cultura, de tradiciones, de rituales, de esa algarabía que permea en un sublime momento de felicidad o de ese silencio que invade a un colectivo que ha sido agraviado. En templos que son celosos guardianes de ese misticismo que envuelve la fe de un pueblo y de un individuo. Lámparas que no solo iluminaron la noche, sino que iluminaron las palabras de esos tórtolos enamorados que simplemente se dijeron todo en medio de la interminable contemplación. Edificios que guardan en sus paredes la esencia del saber, que guardan también la sabiduría que cura las heridas del cuerpo. Palacios que reflejan el trabajo, el esfuerzo y la perseverancia que alcanzó a dar frutos en abundancia, sinónimo de ese ideal que algunos se atrevieron a soñar y perseveraron para alcanzarlo.

Callejones que tienen invariablemente un inicio, un recorrido y un final, es ahí donde los ecos quedan impregnados en cada espacio, en cada rincón, en cada detalle. Y al final ese espacio infinito llamado cielo, que nos recuerda de dónde venimos y a donde probablemente vamos a regresar.

Es ahí en ese callejón, que cada uno como individuo y como miembros de una comunidad recorremos, donde quedan como testimonio los ecos, los ecos de esas diferentes manifestaciones que dejan a su paso los niños, las mujeres, los hombres, la familia, y que se manifiestan a través de sus diversas profesiones, oficios o vocaciones.

Son esos ecos del callejón los que hoy quedan grabados en las páginas de un libro.


Ing. Leoncio Duran Garibay | Ing. Industrial

La vida suele ser un vericueto de callejones, al nacer caminamos por ellos guiados por las personas que nos rodean, seguimos los pasos de nuestros padres, de nuestra familia, del entorno y hasta de una sociedad que profesa una cultura y una identidad. Pero, de pronto se llega ese día, en que la infancia se queda dormida en la esquina de alguno de esos callejones y así, sin más, se tiene la necesidad de abandonarla y comenzar a caminar por ese espacio que cada quien explora, es la libertad, la que nos permite elegir con inmadurez o con madurez, el o los callejones por los que deseamos ir en busca tal vez de un objetivo, o simplemente como hojas de árbol que el viento mueve a su libre voluntad.

Y así iniciamos plenos, conscientes, libres ese recorrido por el callejón de la vida; las circunstancias, las formas y el momento quizás sean los elementos que molden nuestra personalidad, nuestro carácter, nuestro espíritu. Y es posible que nos convirtamos en buenos contempladores, en seguidores, en adoradores de una comodidad y de un estilo de vida, que en ocasiones resulta la forma más fácil de caminar, no se desea tener o alcanzar un gran objetivo, el día a día va marcando las acciones a realizar. También está ese otro grupo de soñadores irreverentes que no se conforman con caminar por esos callejones, sino que toman la iniciativa de ir transformando a su paso el entorno; así toman el pincel y con los colores más alegres decoran no solo las paredes, sino cada uno de los elementos que le dan vida y presencia a su caminar, ellos se resisten a ser simples espectadores.

Al paso del tiempo, que puede ser lento para algunos y fugaz para otros, en esos callejones van quedando los testimonios del peregrinar de cada persona, esos testimonios que se convierten en ecos del callejón, en archivos que son celosos guardianes de esas evidencias, en caseríos que reflejan el esfuerzo, el sentir y el hacer de sus moradores, en calles y banquetas que guardan en sus polvos las huellas de quienes caminaron por ellas, en plazas que ofrecen vestigios de cultura, de tradiciones, de rituales, de esa algarabía que permea en un sublime momento de felicidad o de ese silencio que invade a un colectivo que ha sido agraviado. En templos que son celosos guardianes de ese misticismo que envuelve la fe de un pueblo y de un individuo. Lámparas que no solo iluminaron la noche, sino que iluminaron las palabras de esos tórtolos enamorados que simplemente se dijeron todo en medio de la interminable contemplación. Edificios que guardan en sus paredes la esencia del saber, que guardan también la sabiduría que cura las heridas del cuerpo. Palacios que reflejan el trabajo, el esfuerzo y la perseverancia que alcanzó a dar frutos en abundancia, sinónimo de ese ideal que algunos se atrevieron a soñar y perseveraron para alcanzarlo.

Callejones que tienen invariablemente un inicio, un recorrido y un final, es ahí donde los ecos quedan impregnados en cada espacio, en cada rincón, en cada detalle. Y al final ese espacio infinito llamado cielo, que nos recuerda de dónde venimos y a donde probablemente vamos a regresar.

Es ahí en ese callejón, que cada uno como individuo y como miembros de una comunidad recorremos, donde quedan como testimonio los ecos, los ecos de esas diferentes manifestaciones que dejan a su paso los niños, las mujeres, los hombres, la familia, y que se manifiestan a través de sus diversas profesiones, oficios o vocaciones.

Son esos ecos del callejón los que hoy quedan grabados en las páginas de un libro.


Ing. Leoncio Duran Garibay | Ing. Industrial