/ viernes 21 de enero de 2022

Espejos de vida | Abuelos y nietos

Ante una hoja en blanco, miles de ideas rondaban por mi mente, no alcanzaba a tener claro el tema específico a tratar en este espacio. Cuando estos episodios de bloqueo se presentan, suelo leer cuentos, reflexiones o simplemente algún escrito cuya lectura me haya atrapado. En esos andares, encuentro un mensaje reenviado por una amiga, relativo al amor de abuelos.

―Coincidencia, «―me digo, precisamente estaban llegando mis nietas a hacer una piyamada. Dentro del regocijo que su presencia proporciona a nuestro entorno familiar, mi mente hace un rápido recorrido por años recientes que forman parte del pasado; los tres primeros nietos son varones, están en plena juventud y así como las niñas, atesoraban venir a casa de los abuelos a pasar el fin de semana; esa bonita costumbre ya forma parte del rincón de los recuerdos, hoy en día, escuela, trabajo y amigos atrapan su tiempo y atención.

Las voces y risas de mis nietas me vuelven al presente, entonces, me propongo atesorar esa visita tan añorada, no puedo menos que recordar y comparar cuánto han crecido y cómo su niñez se va evaporando, dejando suspiros en el tiempo, trasladados a estela de recuerdos. Algunas cosas han cambiado, antes traían su pequeña cobija que les acompañaba por las noches, el mono de peluche preferido, una o dos muñecas en brazos y una mochila repleta de juguetes; desde ese preciso momento el caos empezaba a reinar; generalmente los sillones ocupaban el espacio de la casa particular de cada una de ellas y el eco de sus voces compartiendo roles y situaciones que observaban en la vida real y trasladaban a sus juegos, llegaba hasta mis oídos como música celestial.

Hoy, traen su Tablet, computadora y teléfono celular, comparten sus impresiones sobre la última película, caricatura, serie, juegan interactivamente. Cuando les convido a dejar sus aparatos electrónicos, tenemos charlas tendidas sobre algún tema en particular que ellas quieran compartir; el solo hecho de escuchar su voz, es motivo suficiente para que las paredes de casa se cimbren de alegría, el eco de su risa penetra hasta la parte más recóndita; entonan alegres melodías, se quejan del exceso de tareas en su escuela y algunas veces me permiten que les cuente fragmentos de nuestro pasado, sobre todo, cuando involucra la niñez y juventud de sus progenitores.

Observo la brecha de edad que se abre entre ellas, la poca tolerancia y paciencia para las más pequeñas, los diálogos, el lenguaje utilizado y los cambios que se van presentando como parte de su desarrollo. Annia, la nieta menor, tiene cuatro años, puede pasar horas coloreando y jugando a la casita. Tanto Annia como África, quien cuenta con siete años, la figura de apego principal es la de su madre, no pueden pasar la noche lejos, por lo que aún no se han incorporado a este festín nocturno.

La cocina es el punto de encuentro principal, en torno a la mesa se dan las conversaciones más fluidas, más cercanas, podemos mirarnos a los ojos al tiempo que degustamos algún platillo o antojo de su preferencia que ellas mismas ayudan a cocinar. La palabra “piyamada “significa desvelarse, comer chucherías, refresco, jugo, palomitas y distintas combinaciones de dulce salado les acompañan en sus horas de vigilia.

Como hija, estoy consciente del papel tan importante que tuvo mi madre en las vidas de mis hijos, por lo que aprovecho y atesoro estos momentos, no solo para la interacción de primas, sino para cimentar los valores y lazos de unión que deben tejerse incansablemente dentro del núcleo familiar.


María del Refugio Sandoval Olivas | Maestra

Ante una hoja en blanco, miles de ideas rondaban por mi mente, no alcanzaba a tener claro el tema específico a tratar en este espacio. Cuando estos episodios de bloqueo se presentan, suelo leer cuentos, reflexiones o simplemente algún escrito cuya lectura me haya atrapado. En esos andares, encuentro un mensaje reenviado por una amiga, relativo al amor de abuelos.

―Coincidencia, «―me digo, precisamente estaban llegando mis nietas a hacer una piyamada. Dentro del regocijo que su presencia proporciona a nuestro entorno familiar, mi mente hace un rápido recorrido por años recientes que forman parte del pasado; los tres primeros nietos son varones, están en plena juventud y así como las niñas, atesoraban venir a casa de los abuelos a pasar el fin de semana; esa bonita costumbre ya forma parte del rincón de los recuerdos, hoy en día, escuela, trabajo y amigos atrapan su tiempo y atención.

Las voces y risas de mis nietas me vuelven al presente, entonces, me propongo atesorar esa visita tan añorada, no puedo menos que recordar y comparar cuánto han crecido y cómo su niñez se va evaporando, dejando suspiros en el tiempo, trasladados a estela de recuerdos. Algunas cosas han cambiado, antes traían su pequeña cobija que les acompañaba por las noches, el mono de peluche preferido, una o dos muñecas en brazos y una mochila repleta de juguetes; desde ese preciso momento el caos empezaba a reinar; generalmente los sillones ocupaban el espacio de la casa particular de cada una de ellas y el eco de sus voces compartiendo roles y situaciones que observaban en la vida real y trasladaban a sus juegos, llegaba hasta mis oídos como música celestial.

Hoy, traen su Tablet, computadora y teléfono celular, comparten sus impresiones sobre la última película, caricatura, serie, juegan interactivamente. Cuando les convido a dejar sus aparatos electrónicos, tenemos charlas tendidas sobre algún tema en particular que ellas quieran compartir; el solo hecho de escuchar su voz, es motivo suficiente para que las paredes de casa se cimbren de alegría, el eco de su risa penetra hasta la parte más recóndita; entonan alegres melodías, se quejan del exceso de tareas en su escuela y algunas veces me permiten que les cuente fragmentos de nuestro pasado, sobre todo, cuando involucra la niñez y juventud de sus progenitores.

Observo la brecha de edad que se abre entre ellas, la poca tolerancia y paciencia para las más pequeñas, los diálogos, el lenguaje utilizado y los cambios que se van presentando como parte de su desarrollo. Annia, la nieta menor, tiene cuatro años, puede pasar horas coloreando y jugando a la casita. Tanto Annia como África, quien cuenta con siete años, la figura de apego principal es la de su madre, no pueden pasar la noche lejos, por lo que aún no se han incorporado a este festín nocturno.

La cocina es el punto de encuentro principal, en torno a la mesa se dan las conversaciones más fluidas, más cercanas, podemos mirarnos a los ojos al tiempo que degustamos algún platillo o antojo de su preferencia que ellas mismas ayudan a cocinar. La palabra “piyamada “significa desvelarse, comer chucherías, refresco, jugo, palomitas y distintas combinaciones de dulce salado les acompañan en sus horas de vigilia.

Como hija, estoy consciente del papel tan importante que tuvo mi madre en las vidas de mis hijos, por lo que aprovecho y atesoro estos momentos, no solo para la interacción de primas, sino para cimentar los valores y lazos de unión que deben tejerse incansablemente dentro del núcleo familiar.


María del Refugio Sandoval Olivas | Maestra