/ viernes 8 de marzo de 2024

Espejos de vida / Un libro que se cierra

Catarina Beltrán Villalobos (1929-2024), mejor conocida por los habitantes de Balleza y sus alrededores por el diminutivo, expresado con respeto y cariño: “Cata”. Una mujer que dedicó su vida al servicio de su familia, compuesta por tres hermanos, —dos de ellos ya fallecidos— y sus queridos sobrinos: Rosy, Cale, Fany y Paco, con quienes compartió crianza y educación, formación, amor y ternura que una madre suele brindar.

Esta semilla se plantó en tierra fértil y sigue rindiendo frutos, siendo ellos —principalmente Rosy— quienes se han hecho cargo de la atención y cuidado de sus tías, hasta entregar a dos de ellas al Creador. Acciones que compensan y devuelven algo de lo mucho que recibieron durante su existencia.

Viene a mi mente, su figura presta al frente de la tienda de su propiedad, donde se vendía toda clase de artículos, desde legumbres, calzado, telas, mercería, ropa, regalos, entre otros más. De esos establecimientos que a simple vista no era tan inmenso, pero contenía todo lo necesario para satisfacer la demanda de sus clientes, quienes con dinero o portando un cartón de crédito, salían con el producto requerido.

De igual manera, era el único lugar donde se vendía una deliciosa nieve que ellas mismas preparaban, así como los dulces de leche, conocidos como jamoncillos, que sin duda alguna, representaban un producto típico de nuestra comunidad.

Cata y sus hermanas nunca contrajeron matrimonio, sin embargo, ella fue una matriarca, su cocina, santuario de amor y tradición, era el epicentro familiar, donde cada plato llevaba consigo el sabor único de su dedicación y cariño, con la sazón suficiente, para convertir los ingredientes simples en auténticos banquetes, dejando una invaluable lección, de que los alimentos no solo llenan el estómago, sino también el alma.

Evoco algunos de los momentos en los cuales visité su casa, aún prevalecen las aromas del recuerdo, el recrear mi vista con la pulcritud del espacio, un jardín, extremadamente cuidado, diligencia y anfitrionía tanto en el hogar como en el espacio de trabajo, pero principalmente, hago mención de ese servicio desinteresado que prestó a la iglesia durante el tiempo que su edad y salud le permitieron; cierro los ojos y abro el corazón, entonces puedo escuchar el hermoso timbre de su voz al dirigir las alabanzas y cantos especiales en cada conmemoración celebrada, su diligencia en la catequesis, en la preparación para recibir los sacramentos y su servicio diario al sacerdocio.

Memorias que se convirtieron en guía, en referente y fuente de inspiración para la comunidad ballezana. Su bondad desinteresada tocó las vidas de quienes tuvimos el privilegio de conocerla.

Fue una persona que enseñó lecciones valiosas con la sabiduría acumulada a lo largo de los años, mostrando una sonrisa presta, franca, palabra oportuna y un trato cordial cimentado en la práctica de los valores universales.

Como todo ser humano, a lo largo de su vida, enfrentó desafíos y tormentas borrascosas, sin embargo, su fe inquebrantable nunca flaqueó. Su existencia fue un ejemplo de fuerza inspiradora, enseñando a abrazar las circunstancias con valentía y a saber dimensionar la alegría en las pequeñas cosas que se encuentran en la cotidianidad.

Cada arruga que fue surcando su rostro, llevaba consigo las historias de una vida bien vivida, llena de experiencias, desafíos superados y momentos de felicidad compartida.

Sabemos que su influencia perdurará tanto en las personas que la conocimos como en el árbol genealógico familiar. Que su alma descanse en paz.

Maestra Cuquis Sandoval Olivas

Catarina Beltrán Villalobos (1929-2024), mejor conocida por los habitantes de Balleza y sus alrededores por el diminutivo, expresado con respeto y cariño: “Cata”. Una mujer que dedicó su vida al servicio de su familia, compuesta por tres hermanos, —dos de ellos ya fallecidos— y sus queridos sobrinos: Rosy, Cale, Fany y Paco, con quienes compartió crianza y educación, formación, amor y ternura que una madre suele brindar.

Esta semilla se plantó en tierra fértil y sigue rindiendo frutos, siendo ellos —principalmente Rosy— quienes se han hecho cargo de la atención y cuidado de sus tías, hasta entregar a dos de ellas al Creador. Acciones que compensan y devuelven algo de lo mucho que recibieron durante su existencia.

Viene a mi mente, su figura presta al frente de la tienda de su propiedad, donde se vendía toda clase de artículos, desde legumbres, calzado, telas, mercería, ropa, regalos, entre otros más. De esos establecimientos que a simple vista no era tan inmenso, pero contenía todo lo necesario para satisfacer la demanda de sus clientes, quienes con dinero o portando un cartón de crédito, salían con el producto requerido.

De igual manera, era el único lugar donde se vendía una deliciosa nieve que ellas mismas preparaban, así como los dulces de leche, conocidos como jamoncillos, que sin duda alguna, representaban un producto típico de nuestra comunidad.

Cata y sus hermanas nunca contrajeron matrimonio, sin embargo, ella fue una matriarca, su cocina, santuario de amor y tradición, era el epicentro familiar, donde cada plato llevaba consigo el sabor único de su dedicación y cariño, con la sazón suficiente, para convertir los ingredientes simples en auténticos banquetes, dejando una invaluable lección, de que los alimentos no solo llenan el estómago, sino también el alma.

Evoco algunos de los momentos en los cuales visité su casa, aún prevalecen las aromas del recuerdo, el recrear mi vista con la pulcritud del espacio, un jardín, extremadamente cuidado, diligencia y anfitrionía tanto en el hogar como en el espacio de trabajo, pero principalmente, hago mención de ese servicio desinteresado que prestó a la iglesia durante el tiempo que su edad y salud le permitieron; cierro los ojos y abro el corazón, entonces puedo escuchar el hermoso timbre de su voz al dirigir las alabanzas y cantos especiales en cada conmemoración celebrada, su diligencia en la catequesis, en la preparación para recibir los sacramentos y su servicio diario al sacerdocio.

Memorias que se convirtieron en guía, en referente y fuente de inspiración para la comunidad ballezana. Su bondad desinteresada tocó las vidas de quienes tuvimos el privilegio de conocerla.

Fue una persona que enseñó lecciones valiosas con la sabiduría acumulada a lo largo de los años, mostrando una sonrisa presta, franca, palabra oportuna y un trato cordial cimentado en la práctica de los valores universales.

Como todo ser humano, a lo largo de su vida, enfrentó desafíos y tormentas borrascosas, sin embargo, su fe inquebrantable nunca flaqueó. Su existencia fue un ejemplo de fuerza inspiradora, enseñando a abrazar las circunstancias con valentía y a saber dimensionar la alegría en las pequeñas cosas que se encuentran en la cotidianidad.

Cada arruga que fue surcando su rostro, llevaba consigo las historias de una vida bien vivida, llena de experiencias, desafíos superados y momentos de felicidad compartida.

Sabemos que su influencia perdurará tanto en las personas que la conocimos como en el árbol genealógico familiar. Que su alma descanse en paz.

Maestra Cuquis Sandoval Olivas