/ sábado 28 de agosto de 2021

Entre voces | Raíces ocultas

Cada vez con más frecuencia escucho frases como: “¡Qué joven te ves! ¡Estás más delgado!” Frases que describen buenos deseos pero que se alejan muchas veces de la verdad. Como si no ser joven fuera defecto o tener sobrepeso fuera sinónimo de feo. Claramente hay estereotipos que muchos quieren repetir para no desentonar la melodía de la mayoría. Al celebrarse a finales de agosto el día de los abuelos o adultos mayores quiero hablar de este tema, reconociendo en el cúmulo de años, más riquezas que mermas.

Hace unos años, compartiendo la sobre mesa con un gran amigo cubano, ahora sacerdote, le llamó la atención que en mi lenguaje chihuahuense dijera que había en mi diócesis pocos sacerdotes que ya eran “grandes”, por referirme a los que pasaban los setenta. Le gustó que dijera este adjetivo de grandeza para referirme a nuestros ancianos, y no solo sacerdotes, pues lo mismo decimos del vecino que se siente a tomar el fresco o de aquel que busca la plaza como lugar de entretenimiento. Nuestros ancianos son grandes, esa es mi frase de hoy.

En muchas culturas el lugar de los ancianos siempre ha sido valorado. Son los sabios del pueblo, los que guían el ímpetu de los jóvenes que quieren cambiar todo o que desean destruir las estructuras que amenazan a los suyos. No hay que olvidar esa hermosa imagen que los árboles dan flores, porque tienen raíces que alimentan todo el árbol.

Actualmente existe una cultura del “descarte”, de eliminar del sistema lo que no produce. Hay un frenesí por obtener resultados inmediatos o de aprender nuevas tecnologías que las personas que no siguen este paso, parecen quedarse atrás y perderse en el pasado. La prisa del hombre moderno muchas veces termina en caídas en precipicios, por no hablar del vacío o del sin sentido de la vida. Las personas que caminan lento, que se les olvidan las cosas, que ya “no sirven”, parece buscarse el eliminarlas lo antes posible.

La Eutanasia, como algo buscado por personas o promovida por gobiernos para dejar de pagar pensiones y atención hospitalaria, va en ese sentido. Es una eliminación de la vida, cuando parece ya no gozar, ni hacer gozar a otros con sus servicios. La vida es sagrada, y misteriosa. Una larga vida, se convierte en un buen vino o fuente segura de experiencia.

La valoración de nuestros adultos mayores, como agradecer su sonrisa después de acomodar la despensa en el supermercado, o un simple saludo al cruzar con prisa la plaza, ellos nos recuerdan que la vida tiene un sabor y el tiempo no vuelve atrás. A veces los miro y pienso que saborean cada respiro y atardecer que sus “encatarados” ojos pueden aun mirar. Es cierto que a los hijos se les vuelve pesado lidiar con la educación de los jóvenes y el cuidado de los mayores, pero es el tiempo de la energía y de la madurez para lograrlo.

Es triste ver el asilo de ancianos como un lugar de olvido, como si fuera solo la antesala de la muerte. Desgraciadamente también podemos ver ancianitos abandonados, sucios, desnutridos, que describen una sociedad que parece no ocuparse de ellos. También están los jóvenes, que parecen vivir del futuro y promesas no seguras de una larga vida que no platican con ellos, o prefieren meterse en sus pantallas en vez de leer el mejor manual de vida, que son las historias de los mayores. Que valoremos a nuestra gente grande de edad, grande de espíritu. Que nunca olvidemos y busquemos mejores condiciones para aquellos que nos heredaron este mundo, que siguen siendo nuestras raíces ocultas.

Sacerdote católico | Licenciado en Comunicación Social

Cada vez con más frecuencia escucho frases como: “¡Qué joven te ves! ¡Estás más delgado!” Frases que describen buenos deseos pero que se alejan muchas veces de la verdad. Como si no ser joven fuera defecto o tener sobrepeso fuera sinónimo de feo. Claramente hay estereotipos que muchos quieren repetir para no desentonar la melodía de la mayoría. Al celebrarse a finales de agosto el día de los abuelos o adultos mayores quiero hablar de este tema, reconociendo en el cúmulo de años, más riquezas que mermas.

Hace unos años, compartiendo la sobre mesa con un gran amigo cubano, ahora sacerdote, le llamó la atención que en mi lenguaje chihuahuense dijera que había en mi diócesis pocos sacerdotes que ya eran “grandes”, por referirme a los que pasaban los setenta. Le gustó que dijera este adjetivo de grandeza para referirme a nuestros ancianos, y no solo sacerdotes, pues lo mismo decimos del vecino que se siente a tomar el fresco o de aquel que busca la plaza como lugar de entretenimiento. Nuestros ancianos son grandes, esa es mi frase de hoy.

En muchas culturas el lugar de los ancianos siempre ha sido valorado. Son los sabios del pueblo, los que guían el ímpetu de los jóvenes que quieren cambiar todo o que desean destruir las estructuras que amenazan a los suyos. No hay que olvidar esa hermosa imagen que los árboles dan flores, porque tienen raíces que alimentan todo el árbol.

Actualmente existe una cultura del “descarte”, de eliminar del sistema lo que no produce. Hay un frenesí por obtener resultados inmediatos o de aprender nuevas tecnologías que las personas que no siguen este paso, parecen quedarse atrás y perderse en el pasado. La prisa del hombre moderno muchas veces termina en caídas en precipicios, por no hablar del vacío o del sin sentido de la vida. Las personas que caminan lento, que se les olvidan las cosas, que ya “no sirven”, parece buscarse el eliminarlas lo antes posible.

La Eutanasia, como algo buscado por personas o promovida por gobiernos para dejar de pagar pensiones y atención hospitalaria, va en ese sentido. Es una eliminación de la vida, cuando parece ya no gozar, ni hacer gozar a otros con sus servicios. La vida es sagrada, y misteriosa. Una larga vida, se convierte en un buen vino o fuente segura de experiencia.

La valoración de nuestros adultos mayores, como agradecer su sonrisa después de acomodar la despensa en el supermercado, o un simple saludo al cruzar con prisa la plaza, ellos nos recuerdan que la vida tiene un sabor y el tiempo no vuelve atrás. A veces los miro y pienso que saborean cada respiro y atardecer que sus “encatarados” ojos pueden aun mirar. Es cierto que a los hijos se les vuelve pesado lidiar con la educación de los jóvenes y el cuidado de los mayores, pero es el tiempo de la energía y de la madurez para lograrlo.

Es triste ver el asilo de ancianos como un lugar de olvido, como si fuera solo la antesala de la muerte. Desgraciadamente también podemos ver ancianitos abandonados, sucios, desnutridos, que describen una sociedad que parece no ocuparse de ellos. También están los jóvenes, que parecen vivir del futuro y promesas no seguras de una larga vida que no platican con ellos, o prefieren meterse en sus pantallas en vez de leer el mejor manual de vida, que son las historias de los mayores. Que valoremos a nuestra gente grande de edad, grande de espíritu. Que nunca olvidemos y busquemos mejores condiciones para aquellos que nos heredaron este mundo, que siguen siendo nuestras raíces ocultas.

Sacerdote católico | Licenciado en Comunicación Social