/ viernes 2 de abril de 2021

Mujer | Breves relatos sobre la pandemia

Luego de algunos días la humanidad en cuarentena, los animales comenzaron a poblar de nuevo la tierra. Un hallazgo inaudito conmocionó al mundo entero: el monstruo del lago Ness por fin se hacía visible. Miles de personas acudieron a ver el suceso. Nunca antes la frase “la curiosidad mató al gato” tenía tanto sentido.

Cuando las autoridades indicaron resguardarnos en nuestros hogares no dudé en aislarme del mundo junto a mi madre. Al llegar, realizábamos todo tipo de actividad: comíamos, armábamos rompecabezas, conversábamos y hasta abrimos una botella de vino tinto. Pasados quince días tuvimos que salir. Mi madre miró por última vez su jardín. Habría deseado que ese mismo día terminara la cuarentena.

Dedicó el tiempo de la pandemia para leer todos los libros posibles, argumentando que aprovecharía al máximo el tiempo libre. Comenzaría con el Aleph y concluiría con Guerra Mundial Z. No le importó ni el género, ni la época estaba decidida al leer todos los días.

Una noche, mientras acomodaba sus libros en la sección “M” una avalncha de libros cayó sobre ella. Despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido una ratona de librería.

Después de cada clase en Zoom conversaban sobre la materia. Reían y se enviaban memes por WhatsApp. Poco a poco fueron involucrarse el uno con el otro, se agregaron en Facebook y compartieron su cuenta de Netflix. Él se declaró una noche mientras conversaban por Messenger ambos decidieron mantener una relación hasta el fin de la cuarentena. Desde entonces se ha aplazado cada día más.

Iker Santiago fue devoto del Santo COVID -19 desde los siete años. En aquel entonces pidió con todas sus fuerzas toda su familia estuviese con él para su cumpleaños. Ni su papá fue a trabajar y su mamá estuvo para hacerle un pastel. Sus hermanos no podían salir con sus amistades y él, por suerte, tenía más de una semana sin asistir a clases. Mientras soplaba las velas escuchó a su madre decir “bendito sea el covid, que nos tiene aquí”. Fue ahí donde dedicó su fe y devoción.

Permanecieron en su cuarto 40 días y de ser dos se multiplicaron entre las sábanas, convirtiéndose en más de tres. Pronto en el espacio de cuatro por cuatro eran diez y esos mismos diez hicieron se duplicaron. Toda una dinastía invadió una cama, un sillón y el pequeño buró de aquel cuarto ¿Qué más podían hacer en cuarentena?

Sus vacaciones serían un hito para las redes sociales. Después casi un año y medio de haber ahorrado estaba segura su audiencia subiría como espuma. Tomó su pasaporte, cargador, un sinfín de atuendos y el entusiasmo en el rostro. Pasó la primera puerta entregando los boletos. Deseaba hacer ya pública su travesía, pero sabía que el factor sorpresa atraería más seguidores entonces se recostó en el avión y esperó. Al arribar observó por la ventanilla un equipo médico, no entendía lo que sucedía; la ciudad estaba en cuarentena y no podrían salir del aeropuerto hasta nuevo aviso.

Uno de los ahí encargados le ofreció una llamada para no tener preocupados a su familia. Tomó el móvil desinfectado, lo miró por un par de segundos, suspiró fuerte y se lo devolvió. Se retiró a sentar mientras una leve lágrima arruinaba su maquillaje. Se enteró luego de haber comprado café y pan en la tienda de Don Alfredo. “Una enfermedad mundial” expresó el vendedor. Comprendía porque en la plaza pocos compañeros suyos se reunían. No dudó ni un segundo y ese mismo día se dirigió a su polvienta mesita, puso sus lentes de fondo de botella y en un delgado pergamino comenzó a escribir. Caminó con sus pausados pies hasta la correspondencia. Pagó el postal y entregó la carta. Anhelaba que el comunicado llegara pronto ¿estarían bien sus hijos?

Autora: Alejandra Noemí Gallegos Baeza

Luego de algunos días la humanidad en cuarentena, los animales comenzaron a poblar de nuevo la tierra. Un hallazgo inaudito conmocionó al mundo entero: el monstruo del lago Ness por fin se hacía visible. Miles de personas acudieron a ver el suceso. Nunca antes la frase “la curiosidad mató al gato” tenía tanto sentido.

Cuando las autoridades indicaron resguardarnos en nuestros hogares no dudé en aislarme del mundo junto a mi madre. Al llegar, realizábamos todo tipo de actividad: comíamos, armábamos rompecabezas, conversábamos y hasta abrimos una botella de vino tinto. Pasados quince días tuvimos que salir. Mi madre miró por última vez su jardín. Habría deseado que ese mismo día terminara la cuarentena.

Dedicó el tiempo de la pandemia para leer todos los libros posibles, argumentando que aprovecharía al máximo el tiempo libre. Comenzaría con el Aleph y concluiría con Guerra Mundial Z. No le importó ni el género, ni la época estaba decidida al leer todos los días.

Una noche, mientras acomodaba sus libros en la sección “M” una avalncha de libros cayó sobre ella. Despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido una ratona de librería.

Después de cada clase en Zoom conversaban sobre la materia. Reían y se enviaban memes por WhatsApp. Poco a poco fueron involucrarse el uno con el otro, se agregaron en Facebook y compartieron su cuenta de Netflix. Él se declaró una noche mientras conversaban por Messenger ambos decidieron mantener una relación hasta el fin de la cuarentena. Desde entonces se ha aplazado cada día más.

Iker Santiago fue devoto del Santo COVID -19 desde los siete años. En aquel entonces pidió con todas sus fuerzas toda su familia estuviese con él para su cumpleaños. Ni su papá fue a trabajar y su mamá estuvo para hacerle un pastel. Sus hermanos no podían salir con sus amistades y él, por suerte, tenía más de una semana sin asistir a clases. Mientras soplaba las velas escuchó a su madre decir “bendito sea el covid, que nos tiene aquí”. Fue ahí donde dedicó su fe y devoción.

Permanecieron en su cuarto 40 días y de ser dos se multiplicaron entre las sábanas, convirtiéndose en más de tres. Pronto en el espacio de cuatro por cuatro eran diez y esos mismos diez hicieron se duplicaron. Toda una dinastía invadió una cama, un sillón y el pequeño buró de aquel cuarto ¿Qué más podían hacer en cuarentena?

Sus vacaciones serían un hito para las redes sociales. Después casi un año y medio de haber ahorrado estaba segura su audiencia subiría como espuma. Tomó su pasaporte, cargador, un sinfín de atuendos y el entusiasmo en el rostro. Pasó la primera puerta entregando los boletos. Deseaba hacer ya pública su travesía, pero sabía que el factor sorpresa atraería más seguidores entonces se recostó en el avión y esperó. Al arribar observó por la ventanilla un equipo médico, no entendía lo que sucedía; la ciudad estaba en cuarentena y no podrían salir del aeropuerto hasta nuevo aviso.

Uno de los ahí encargados le ofreció una llamada para no tener preocupados a su familia. Tomó el móvil desinfectado, lo miró por un par de segundos, suspiró fuerte y se lo devolvió. Se retiró a sentar mientras una leve lágrima arruinaba su maquillaje. Se enteró luego de haber comprado café y pan en la tienda de Don Alfredo. “Una enfermedad mundial” expresó el vendedor. Comprendía porque en la plaza pocos compañeros suyos se reunían. No dudó ni un segundo y ese mismo día se dirigió a su polvienta mesita, puso sus lentes de fondo de botella y en un delgado pergamino comenzó a escribir. Caminó con sus pausados pies hasta la correspondencia. Pagó el postal y entregó la carta. Anhelaba que el comunicado llegara pronto ¿estarían bien sus hijos?

Autora: Alejandra Noemí Gallegos Baeza