/ jueves 22 de abril de 2021

Voces | Cultura

La palabra cultura significa un conjunto de conceptos que a la data son: lenguaje, historia, arte, religión y características físicas.

El alma se expresa en la palabra y en el gesto, pero, además, se imprime en la obra. El gesto y la palabra dicha se volatilizan, y queda del alma que fue sólo la obra y la palabra escrita. Son sus huellas, sus presiones sobre la materia, llenas de significación. No es desdeñable enseñanza que la materia, lo más opuesto al alma, sea la encargada de hacer pervivir a ésta. El resto del espíritu que no ha logrado materializarse se evapora. Para penetrar en un alma tenemos que inclinarnos sobre la materia y rastrear sus huellas como para dar caza a un animal fugaz. El alma tiene la facultad de impregnar la materia en torno; no puede llegarse a ella sin darle alguna forma que sale de su propio fondo, que es su íntima emanación. Estas conformaciones o deformaciones son la confesión perdurable que la espiritualidad deja, como prenda de su fluido ser, en nuestras manos. Y sería un error creer que, de esos dos medios de manifestación duradera que el alma posee la palabra escrita y la obra-, es aquélla la que nos revela los mayores secretos. En la palabra, ciertamente, se propone el alma exteriorizar algo de sí misma; por esto decimos que se expresa. En la obra no se propone nada parecido, sino simplemente producir un objeto útil o grato la morada, la espada, la estatua-. Pero es el caso que esos objetos pueden tener formas innumerables, al preferir una el alma y excluir las demás, nos revela, sin sospecharlo, un secreto profundo de su ser, más profundo que todo lo que pudo decir con sus palabras. Adviértase que aquellas convicciones y sentimientos que forman el estrato último de nuestra persona son para nosotros de tal modo evidentes, constituyen supuestos tan primarios de nuestra vida, que ni siquiera reparamos en ellos, y menos puede ocurrírsenos comunicar los. Se dice sólo lo que nos parece diferencial, lo que varía, lo que en algún sentido es cuestionable, lo que acontece sobre ese fondo último de actitudes y creencias. Pues bien, estos secretos últimos son los que avientan el alma cuando no pretende expresarse sino que, indeliberadamente, prefiere unas formas a otras, en los instrumentos, en las artes, en las instituciones. Más aún que la expresión en la palabra. Es sincera e indiscreta la impresión en la obra. La única ventaja de la palabra es que es más clara, circunscribe más estrechamente su significado. La obra es un lenguaje más vago tal vez, por lo mismo que enuncia las más vastas confesiones. De todas suertes el alma de un pueblo solo es inteligible cuando se confrontan sus palabras y sus obras. La civilización entera de la raza se presenta a nuestros ojos como una innumerable gesticulación, como un amplísimo lenguaje. Un día de 1839, dos exploradores intrépidos-el inglés Frederick Catherwood el estadounidense John Lloyd Stephens---- subieron los escalones en ruinas de las pirámides en la ciudad maya de Copán. Estas habían sido cubiertas por la selva y sus orígenes olvidados por los habitantes de la región. Ambos eran los primeros occidentales en valorar lo que había ante si mientras recorrían las inmensas terrazas, los espléndidos templos y palacios que habían sido misteriosamente abandonados siglos atrás. Invadidos por la emoción, ambos examinaron las inscripciones en un lenguaje incomprensible, pasaron sus manos sobre relieves y estucos creados con sorprendente destreza y exploraron oscuras habitaciones con la ayuda de resplandecientes lámparas de aceite. Ese episodio cambió la vida de los dos hombres y la historia de las civilizaciones de Centroamérica tuvo que ser reescrita: a partir de ese día, entre las estelas creadas por los antiguos soberanos de Copán, los mayas revivieron.

La palabra cultura significa un conjunto de conceptos que a la data son: lenguaje, historia, arte, religión y características físicas.

El alma se expresa en la palabra y en el gesto, pero, además, se imprime en la obra. El gesto y la palabra dicha se volatilizan, y queda del alma que fue sólo la obra y la palabra escrita. Son sus huellas, sus presiones sobre la materia, llenas de significación. No es desdeñable enseñanza que la materia, lo más opuesto al alma, sea la encargada de hacer pervivir a ésta. El resto del espíritu que no ha logrado materializarse se evapora. Para penetrar en un alma tenemos que inclinarnos sobre la materia y rastrear sus huellas como para dar caza a un animal fugaz. El alma tiene la facultad de impregnar la materia en torno; no puede llegarse a ella sin darle alguna forma que sale de su propio fondo, que es su íntima emanación. Estas conformaciones o deformaciones son la confesión perdurable que la espiritualidad deja, como prenda de su fluido ser, en nuestras manos. Y sería un error creer que, de esos dos medios de manifestación duradera que el alma posee la palabra escrita y la obra-, es aquélla la que nos revela los mayores secretos. En la palabra, ciertamente, se propone el alma exteriorizar algo de sí misma; por esto decimos que se expresa. En la obra no se propone nada parecido, sino simplemente producir un objeto útil o grato la morada, la espada, la estatua-. Pero es el caso que esos objetos pueden tener formas innumerables, al preferir una el alma y excluir las demás, nos revela, sin sospecharlo, un secreto profundo de su ser, más profundo que todo lo que pudo decir con sus palabras. Adviértase que aquellas convicciones y sentimientos que forman el estrato último de nuestra persona son para nosotros de tal modo evidentes, constituyen supuestos tan primarios de nuestra vida, que ni siquiera reparamos en ellos, y menos puede ocurrírsenos comunicar los. Se dice sólo lo que nos parece diferencial, lo que varía, lo que en algún sentido es cuestionable, lo que acontece sobre ese fondo último de actitudes y creencias. Pues bien, estos secretos últimos son los que avientan el alma cuando no pretende expresarse sino que, indeliberadamente, prefiere unas formas a otras, en los instrumentos, en las artes, en las instituciones. Más aún que la expresión en la palabra. Es sincera e indiscreta la impresión en la obra. La única ventaja de la palabra es que es más clara, circunscribe más estrechamente su significado. La obra es un lenguaje más vago tal vez, por lo mismo que enuncia las más vastas confesiones. De todas suertes el alma de un pueblo solo es inteligible cuando se confrontan sus palabras y sus obras. La civilización entera de la raza se presenta a nuestros ojos como una innumerable gesticulación, como un amplísimo lenguaje. Un día de 1839, dos exploradores intrépidos-el inglés Frederick Catherwood el estadounidense John Lloyd Stephens---- subieron los escalones en ruinas de las pirámides en la ciudad maya de Copán. Estas habían sido cubiertas por la selva y sus orígenes olvidados por los habitantes de la región. Ambos eran los primeros occidentales en valorar lo que había ante si mientras recorrían las inmensas terrazas, los espléndidos templos y palacios que habían sido misteriosamente abandonados siglos atrás. Invadidos por la emoción, ambos examinaron las inscripciones en un lenguaje incomprensible, pasaron sus manos sobre relieves y estucos creados con sorprendente destreza y exploraron oscuras habitaciones con la ayuda de resplandecientes lámparas de aceite. Ese episodio cambió la vida de los dos hombres y la historia de las civilizaciones de Centroamérica tuvo que ser reescrita: a partir de ese día, entre las estelas creadas por los antiguos soberanos de Copán, los mayas revivieron.