/ jueves 27 de diciembre de 2018

La espiritualidad en días del consumo 

La mente humana ha cambiado. Lo espiritual ha sido reemplazado por la necesidad inmediata y las aspiraciones materiales, la religiosidad por la ambición y el fantasma del éxito.

La mala comprensión de la modernidad y el nuevo conocimiento, ha llevado a las personas a una desazón no justificada, a un mal entendido de la realidad. El suicidio, la depresión, la vacua fiesta son sólo signos del síntoma de confusión espiritual que reina hoy día.

La desesperanza de pensar la falsedad religiosa y ficticia la promesa de vida posterior a la muerte terrenal ha llevado a las personas a exagerar sus necesidades materiales en su tiempo de vida. Hoy respiramos todo el tiempo desesperación por poseer. Trabajar más para tener más. Somos incapaces de disfrutar el presente, pensando siempre en lo bueno que fue nuestro pasado o deseando llegue la riqueza futura.

Nuestra capacidad de construir en nuestro tiempo se ha eclipsado ante la constante tarea de obtener mayores recursos.

La ética, la política, la vida social, todas ellas marcadas por condiciones de valor sobre los valores económicos.

La navidad, el fin de año, aniversario, cumpleaños, no son nada si no son acompañados del mejor regalo, sencillamente hemos perdido la capacidad de interiorizar, reflexionar y coexistir en paz. Estamos hechos a una constante necesidad que no se va nunca de nuestra vida. La contemplación ha quedado en desuso y con ella se ha marchado nuestra espiritualidad o la capacidad de configurar nuestra trascendencia en el tiempo.

El consumo marca nuestra existencia de forma lacerante, alejando nuestro camino de la construcción humana. Aquel ejercicio de perfeccionamiento constante que llena nuestras vidas de trascendencia se disipa en la incesante necesidad de conseguir y poseer.

La gran impronta de nuestro tiempo es desplazar fuera de nuestra mente esas construcciones de necesidad. La pobreza no debe ser lacerante, debe ser honorable y perder ese dejo de vergüenza. El rico debe ser cuidadoso con el menos poseído y coadyuvar en sus vidas. El reto está entonces en un cambio social, donde nuestros objetivos de vida sean espirituales y nuestros motivos sean humanos. El reto está en caminar lejos del materialismo exagerado y entender de nuevo la gracia que es tener a otras personas a nuestro alrededor.

Esta es una tarea que inicia en lo individual. Debemos aprender a no sentir vergüenza cuando la experiencia no se acompañe de una adquisición o un prominente regalo, debemos de cuidar al prójimo de no pasar hambres, ni sufrir ignorancia, pero nada pasa si no tiene un auto o una casa de lujo, enseñemos a nuestros hijos a soñar y trabajar honradamente por sus sueños. Enseñemos a los más jóvenes en que el éxito se encuentra en dejar la huella adecuada en el mundo y nunca en poseer los mayores bienes, la realidad es que nadie recuerda los autos o casas de los personajes más significativos de la historia.

Seamos más y deseemos menos.

La mente humana ha cambiado. Lo espiritual ha sido reemplazado por la necesidad inmediata y las aspiraciones materiales, la religiosidad por la ambición y el fantasma del éxito.

La mala comprensión de la modernidad y el nuevo conocimiento, ha llevado a las personas a una desazón no justificada, a un mal entendido de la realidad. El suicidio, la depresión, la vacua fiesta son sólo signos del síntoma de confusión espiritual que reina hoy día.

La desesperanza de pensar la falsedad religiosa y ficticia la promesa de vida posterior a la muerte terrenal ha llevado a las personas a exagerar sus necesidades materiales en su tiempo de vida. Hoy respiramos todo el tiempo desesperación por poseer. Trabajar más para tener más. Somos incapaces de disfrutar el presente, pensando siempre en lo bueno que fue nuestro pasado o deseando llegue la riqueza futura.

Nuestra capacidad de construir en nuestro tiempo se ha eclipsado ante la constante tarea de obtener mayores recursos.

La ética, la política, la vida social, todas ellas marcadas por condiciones de valor sobre los valores económicos.

La navidad, el fin de año, aniversario, cumpleaños, no son nada si no son acompañados del mejor regalo, sencillamente hemos perdido la capacidad de interiorizar, reflexionar y coexistir en paz. Estamos hechos a una constante necesidad que no se va nunca de nuestra vida. La contemplación ha quedado en desuso y con ella se ha marchado nuestra espiritualidad o la capacidad de configurar nuestra trascendencia en el tiempo.

El consumo marca nuestra existencia de forma lacerante, alejando nuestro camino de la construcción humana. Aquel ejercicio de perfeccionamiento constante que llena nuestras vidas de trascendencia se disipa en la incesante necesidad de conseguir y poseer.

La gran impronta de nuestro tiempo es desplazar fuera de nuestra mente esas construcciones de necesidad. La pobreza no debe ser lacerante, debe ser honorable y perder ese dejo de vergüenza. El rico debe ser cuidadoso con el menos poseído y coadyuvar en sus vidas. El reto está entonces en un cambio social, donde nuestros objetivos de vida sean espirituales y nuestros motivos sean humanos. El reto está en caminar lejos del materialismo exagerado y entender de nuevo la gracia que es tener a otras personas a nuestro alrededor.

Esta es una tarea que inicia en lo individual. Debemos aprender a no sentir vergüenza cuando la experiencia no se acompañe de una adquisición o un prominente regalo, debemos de cuidar al prójimo de no pasar hambres, ni sufrir ignorancia, pero nada pasa si no tiene un auto o una casa de lujo, enseñemos a nuestros hijos a soñar y trabajar honradamente por sus sueños. Enseñemos a los más jóvenes en que el éxito se encuentra en dejar la huella adecuada en el mundo y nunca en poseer los mayores bienes, la realidad es que nadie recuerda los autos o casas de los personajes más significativos de la historia.

Seamos más y deseemos menos.