/ viernes 5 de marzo de 2021

Espejos de vida | Me reconozco mujer

Este escrito lleva la intención de abrir una ventana introspectiva y reflexiva, cuya mirada permita reconocer la importancia del tema a tratar; al rescatar momentos históricos, es necesario escudriñar con lentes de género, esos, que permiten la visibilidad de ver, observar y precisar lo invisible; de despertar y entablar un diálogo con la conciencia individual y colectiva propiciando el empoderamiento de conocer hechos, causas y circunstancias, para luego encontrarles un significado contextual.

La discriminación y violencia en contra de las mujeres ha utilizado distintas vestiduras. En pleno siglo XXI, en algunos países sigue imperando la más cruel y desgarradora inequidad e injusticia en su contra. ¡Ni una más! Dijeron en Ciudad Juárez, y día a día aumenta la cuenta. Es foco de atención mundial, pero sigue imperando la impunidad, miedo y desconfianza ante la atención a la problemática presentada.

Mujeres de la etnia tarahumara, quienes además del gran rezago cultural, político, social y educativo en el que viven, suman a sus circunstancias de vida, el traer niños al mundo a edad muy joven, el ser víctimas de incesto por sus propios padres, sufrir atropellos, discriminación e injusticias por sus empleadores.

Mujeres que no están insertas en el sector laboral y el hecho de estar en casa atendiendo a su familia, no es visto como un trabajo digno y representativo. En otro extremo, esas mujeres que forman familias monoparentales, con toda la responsabilidad de sostener, cuidar y proporcionar lo necesario para el sostenimiento familiar.

Para ti mujer, que eres dadora de vida, tu cuerpo está diseñado para crear, alimentar y ser fuente inagotable de amor. No permitas que nadie mancille tu esencia, aprende a valorarte, a conocerte, a beber de la fuente del conocimiento para que tu brillo invite a los demás a resplandecer por sí mismos; a caminar por el sendero de la paz, de la abundancia de bienes que empiezan precisamente por la aceptación y reconocimiento como individuo. No somos islas en el océano de la vida, requerimos muelles, faros, llegar a tierra firme y expandir nuestra visión por el horizonte.

Dentro de los círculos concéntricos en que nos desarrollamos, somos únicas, fuertes, indivisibles; nadie tiene porque domarnos o domesticarnos; somos libres de pensamiento y de acción sin que, por ello, trastoquemos o lastimemos la libertad del otro.

Debemos levantar la asta de la bandera de género, ¡no más niñas en la calle! ¡No más mujeres vendiendo su cuerpo! ¡No más traficantes! ¡No más hijos abandonados! ¡No más tumbas sin nombre! ¡No más huérfanos en vida! ¡No más familias llorando la desaparición de sus hijas! Queremos que en las marquesinas aparezca nuestro nombre: María Lorena Ramírez, (la de pies ligeros), el ama de casa, la maestra, la periodista, la escritora, la pintora, poeta, artista, médica, enfermera, abogada, empleada, jornalera, modista, cocinera, ¡somos únicas! Debemos aprender a ser como las bugambilias que florecen y resplandecen las cuatro estaciones del año; como el desierto, que aún en su aridez climática alberga belleza y vida. Nutrirnos de la fuerza expansiva del universo, de los rayos solares y la calidez de la luna; cobijarnos bajo el embrujo de las estrellas y el magnetismo de cada amanecer. Resurgir ante la adversidad, ser más resiliente de lo que hemos podido ser; espejo donde se refleja la familia y su célula primaria de unión.

Mujeres, extendamos nuestros brazos, unamos manos, palabra, corazón y acción.

María del Refugio Sandoval.


Este escrito lleva la intención de abrir una ventana introspectiva y reflexiva, cuya mirada permita reconocer la importancia del tema a tratar; al rescatar momentos históricos, es necesario escudriñar con lentes de género, esos, que permiten la visibilidad de ver, observar y precisar lo invisible; de despertar y entablar un diálogo con la conciencia individual y colectiva propiciando el empoderamiento de conocer hechos, causas y circunstancias, para luego encontrarles un significado contextual.

La discriminación y violencia en contra de las mujeres ha utilizado distintas vestiduras. En pleno siglo XXI, en algunos países sigue imperando la más cruel y desgarradora inequidad e injusticia en su contra. ¡Ni una más! Dijeron en Ciudad Juárez, y día a día aumenta la cuenta. Es foco de atención mundial, pero sigue imperando la impunidad, miedo y desconfianza ante la atención a la problemática presentada.

Mujeres de la etnia tarahumara, quienes además del gran rezago cultural, político, social y educativo en el que viven, suman a sus circunstancias de vida, el traer niños al mundo a edad muy joven, el ser víctimas de incesto por sus propios padres, sufrir atropellos, discriminación e injusticias por sus empleadores.

Mujeres que no están insertas en el sector laboral y el hecho de estar en casa atendiendo a su familia, no es visto como un trabajo digno y representativo. En otro extremo, esas mujeres que forman familias monoparentales, con toda la responsabilidad de sostener, cuidar y proporcionar lo necesario para el sostenimiento familiar.

Para ti mujer, que eres dadora de vida, tu cuerpo está diseñado para crear, alimentar y ser fuente inagotable de amor. No permitas que nadie mancille tu esencia, aprende a valorarte, a conocerte, a beber de la fuente del conocimiento para que tu brillo invite a los demás a resplandecer por sí mismos; a caminar por el sendero de la paz, de la abundancia de bienes que empiezan precisamente por la aceptación y reconocimiento como individuo. No somos islas en el océano de la vida, requerimos muelles, faros, llegar a tierra firme y expandir nuestra visión por el horizonte.

Dentro de los círculos concéntricos en que nos desarrollamos, somos únicas, fuertes, indivisibles; nadie tiene porque domarnos o domesticarnos; somos libres de pensamiento y de acción sin que, por ello, trastoquemos o lastimemos la libertad del otro.

Debemos levantar la asta de la bandera de género, ¡no más niñas en la calle! ¡No más mujeres vendiendo su cuerpo! ¡No más traficantes! ¡No más hijos abandonados! ¡No más tumbas sin nombre! ¡No más huérfanos en vida! ¡No más familias llorando la desaparición de sus hijas! Queremos que en las marquesinas aparezca nuestro nombre: María Lorena Ramírez, (la de pies ligeros), el ama de casa, la maestra, la periodista, la escritora, la pintora, poeta, artista, médica, enfermera, abogada, empleada, jornalera, modista, cocinera, ¡somos únicas! Debemos aprender a ser como las bugambilias que florecen y resplandecen las cuatro estaciones del año; como el desierto, que aún en su aridez climática alberga belleza y vida. Nutrirnos de la fuerza expansiva del universo, de los rayos solares y la calidez de la luna; cobijarnos bajo el embrujo de las estrellas y el magnetismo de cada amanecer. Resurgir ante la adversidad, ser más resiliente de lo que hemos podido ser; espejo donde se refleja la familia y su célula primaria de unión.

Mujeres, extendamos nuestros brazos, unamos manos, palabra, corazón y acción.

María del Refugio Sandoval.