/ viernes 29 de enero de 2021

Espejos de vida | Aprendiendo a vivir

“Vamos por el mundo odiando y rechazando aspectos de los otros y hasta de nosotros mismos que creemos despreciables, amenazantes o inútiles…y, sin embargo, si nos damos tiempo, terminamos dándonos cuenta de lo mucho que nos costaría vivir sin aquellas cosas que en un momento rechazamos.”

Jorge Bucay

Aprendiendo a vivir

Indudablemente la vida es un constante aprendizaje. En la medida que vamos avanzando en el tiempo cronológico, la experiencia adquirida por diversos medios y ámbitos, permite hacer otras lecturas, interpretaciones e introspecciones de los sucesos y acontecimientos que han sido compañeros principales o secundarios en el vaivén del viaje terrenal.

A partir de marzo del 2019, la cotidianidad ha cambiado abruptamente su ropaje; nuestras estructuras mentales se han ido adaptando al cambio por medio de la cruel realidad, presentada no solo en los medios masivos de comunicación, sino en la invasión despiadada y dantesca que ha llegado a los hogares de familiares, amigos y conocidos. Los hábitos y costumbres sociales han quedado en un compás de espera; poco a poco, la conciencia colectiva va aprendiendo que lo que se hace desde lo individual, tiene un alcance que afecta desde la célula germinal que es la familia, hasta la comunidad y cual espiral, va aumentando su fuerza y potencialidad en la medida que se expande, hasta alcanzar el nivel mundial. Prueba fehaciente de esto, que el epicentro de la pandemia inició en China. La tercera Ley del físico Newton dice: “A toda acción hay una reacción”, por lo que la sensibilización, consejos y advertencias precautorias están al orden del día.

Las personas adultas llevamos una vez más la consigna de ser emisores de estas banderas de precaución, no solo por ser los más afectados debido al deterioro propio de la edad y el decaimiento de la fortaleza de nuestro sistema inmune; sino porque al ser portadores de experiencias de vida, los años han agregado sabiduría, paciencia y detenimiento al pensar y actuar. El cambio nunca ha sido fácil, la historia nos muestra que se va presentando paulatinamente hasta que logra acomodarse a nuestros esquemas de pensamiento y de vida; sin embargo, la contingencia actual, nos llevó a tomar medidas extremas propiciando cambios inmediatos en todo lo anteriormente conocido.

Estas disrupciones han sido plataforma de duelos, entendiéndose este concepto como la pérdida de algo o alguien que nos proporcionaba bienestar y felicidad.

Las fases que presentan los duelos ante las pérdidas son: primeramente la negación, el creer que si negamos algo, esto desaparecerá por arte de magia; la ira, que conlleva el buscar culpables, verter el enojo en otros; la negociación, que generalmente se lleva a cabo con el Ser supremo, de acuerdo a las creencias y fe que cada uno profesamos; la depresión, conocida como el estado anímico de tristeza, aislamiento, abatimiento y abandono; y finalmente se llega a la aceptación, cuando se reconoce lo que se está pasando y se busca la mejor manera de transitar por esto, con la menor afectación posible. Cada persona en su libre albedrío y resiliencia «capacidad para superar las circunstancias traumáticas» se estaciona o avanza a su propio ritmo por estas fases.

Volviendo al inicio de esta breve disertación, al reconocimiento de la inmensa capacidad de ambientación que poseemos los seres humanos, así como el estar inmersos en un aprendizaje permanente, revaloremos lo que somos, lo que tenemos a nuestro alcance, las personas que amamos, la posibilidad de brillar en otros escenarios y regar diariamente la semilla de la gratitud en nuestro corazón.


“Vamos por el mundo odiando y rechazando aspectos de los otros y hasta de nosotros mismos que creemos despreciables, amenazantes o inútiles…y, sin embargo, si nos damos tiempo, terminamos dándonos cuenta de lo mucho que nos costaría vivir sin aquellas cosas que en un momento rechazamos.”

Jorge Bucay

Aprendiendo a vivir

Indudablemente la vida es un constante aprendizaje. En la medida que vamos avanzando en el tiempo cronológico, la experiencia adquirida por diversos medios y ámbitos, permite hacer otras lecturas, interpretaciones e introspecciones de los sucesos y acontecimientos que han sido compañeros principales o secundarios en el vaivén del viaje terrenal.

A partir de marzo del 2019, la cotidianidad ha cambiado abruptamente su ropaje; nuestras estructuras mentales se han ido adaptando al cambio por medio de la cruel realidad, presentada no solo en los medios masivos de comunicación, sino en la invasión despiadada y dantesca que ha llegado a los hogares de familiares, amigos y conocidos. Los hábitos y costumbres sociales han quedado en un compás de espera; poco a poco, la conciencia colectiva va aprendiendo que lo que se hace desde lo individual, tiene un alcance que afecta desde la célula germinal que es la familia, hasta la comunidad y cual espiral, va aumentando su fuerza y potencialidad en la medida que se expande, hasta alcanzar el nivel mundial. Prueba fehaciente de esto, que el epicentro de la pandemia inició en China. La tercera Ley del físico Newton dice: “A toda acción hay una reacción”, por lo que la sensibilización, consejos y advertencias precautorias están al orden del día.

Las personas adultas llevamos una vez más la consigna de ser emisores de estas banderas de precaución, no solo por ser los más afectados debido al deterioro propio de la edad y el decaimiento de la fortaleza de nuestro sistema inmune; sino porque al ser portadores de experiencias de vida, los años han agregado sabiduría, paciencia y detenimiento al pensar y actuar. El cambio nunca ha sido fácil, la historia nos muestra que se va presentando paulatinamente hasta que logra acomodarse a nuestros esquemas de pensamiento y de vida; sin embargo, la contingencia actual, nos llevó a tomar medidas extremas propiciando cambios inmediatos en todo lo anteriormente conocido.

Estas disrupciones han sido plataforma de duelos, entendiéndose este concepto como la pérdida de algo o alguien que nos proporcionaba bienestar y felicidad.

Las fases que presentan los duelos ante las pérdidas son: primeramente la negación, el creer que si negamos algo, esto desaparecerá por arte de magia; la ira, que conlleva el buscar culpables, verter el enojo en otros; la negociación, que generalmente se lleva a cabo con el Ser supremo, de acuerdo a las creencias y fe que cada uno profesamos; la depresión, conocida como el estado anímico de tristeza, aislamiento, abatimiento y abandono; y finalmente se llega a la aceptación, cuando se reconoce lo que se está pasando y se busca la mejor manera de transitar por esto, con la menor afectación posible. Cada persona en su libre albedrío y resiliencia «capacidad para superar las circunstancias traumáticas» se estaciona o avanza a su propio ritmo por estas fases.

Volviendo al inicio de esta breve disertación, al reconocimiento de la inmensa capacidad de ambientación que poseemos los seres humanos, así como el estar inmersos en un aprendizaje permanente, revaloremos lo que somos, lo que tenemos a nuestro alcance, las personas que amamos, la posibilidad de brillar en otros escenarios y regar diariamente la semilla de la gratitud en nuestro corazón.