/ sábado 5 de enero de 2019

Un gran ejemplo de fe 

“Cuando llegaron a la casa, vieron al niño con María, su madre; y postrándose lo adoraron. Abrieron sus cofres y le presentaron como regalos oro, incienso y mirra.” (Mateo 2:11)

El día de hoy recordamos que hace muchos años, tres sabios del Oriente, conocidos como los Reyes Magos, llegaban hasta donde estaba Jesús para adorarle y ofrecerle sus presentes. No sé en la Biblia menciona que fueran tres, se ha deducido por el número de regalos que se mencionan, pero algo es seguro, estos sabios de oriente estaban buscando al Mesías. No iban haciendo turismo, ni llegaron a Belén de casualidad. Estaban buscando a Jesucristo. Y cuando lo encuentran hacen dos cosas. Primero lo adoran y luego les dan sus regalos.

Esto que leemos en Mateo en un versículo en un abrir y cerrar de ojos requirió mucho trabajo. Nadie sabe cuánto tiempo estuvieron de viaje, pero creemos que habían cruzado valles, desiertos, montañas y ríos en un viaje pesado, incómodo y difícil. Y después de un largo camino, de muchas dudas (no es fácil seguir una estrella sin un GPS), de muchos interrogantes y conflictos, finalmente llegaron al lugar. Seguramente se sorprendieron cuando hallaron al pequeño bebé en un lugar tan humilde. Ellos venían buscando al Rey de los judíos y quizás esperaban encontrarlo en un palacio. Pero Dios tenía otros planes. Incómodos y cansados estos hombres hicieron lo que habían venido a hacer. Adoraron a Dios. Reconocieron su grandeza, su dignidad, su eternidad, su poder y su amor. No le pidieron nada, no le agradecieron nada. Solamente bendijeron a Dios y dieron gloria a su Nombre. ¿Qué habrán pensado José y María en ese momento? Y luego de un tiempo de adoración, ellos entregaron sus presentes. Habían llegado preparados. Se habían esforzado en traer lo mejor que tenían y lo dieron.

Leyendo esto que hicieron aquellos sabios pensaba en lo débil de nuestra adoración personal que ofrecemos muchas veces al Rey de reyes y Señor de señores. En la falta de preparación con la que llegamos algunos domingos a la reunión de adoración, en lo mucho que nos cuesta concentrarnos una hora y adorar al Gran Rey, en lo pobre de nuestros regalos, ofrendas y promesas. En la facilidad para llegar a la casa de Dios en auto o autobús y que muchas veces, bajo cualquier pretexto o por cualquier situación, no acudimos. Nos podemos dar el “lujo” de quedarnos a descansar en casa, o ir a un partido, o hacer compras.

Ellos, aquellos sabios, adoraron y dieron lo mejor que tenína, sin excusas, sin acortar la mano, con amor y devoción. Creo, estimado lector, que deberíamos ser como uno de aquellos hombres.

La conducta de ellos es un ejemplo deslumbrante de fe. Ellos creyeron en Cristo aunque nunca lo habían visto. Creyeron en él cuando los escribas y fariseos fueron incrédulos. Creyeron en él cuando lo vieron como un recién nacido a la rodilla de María, y lo adoraron como rey. Le reconocieron como al Soberano Rey, aún cuando Herodes lo negó e intentó asesinarlo. Este fue el punto supremo de su fe. No vieron milagros para convencerles. No recibieron enseñanzas para persuadirles. No vieron ninguna seña de divinidad y grandeza para quedarse anonadados. Lo único que vieron fue este recién nacido, indefenso y débil, con necesidad del cuidado de una madre como cualquiera de nosotros. Sin embargo cuando vieron ese bebé, creyeron que estaban viendo el Divino Salvador del mundo. Se cayeron de rodillas y lo adoraron.

No leemos de otra fe más grande que este en todo el volumen de la Biblia. Es una fe que merece ser puesta junto con la fe del ladrón en la cruz. El ladrón vio a uno que moría la muerte de un criminal, sin embargo oró a Él y le llamó Señor. Los Reyes Magos vieron un recién nacido en los brazos de una madre, sin embargo lo adoraron y confesaron que era el Cristo.

Estimado lector, ofrezcamos con fe y amor lo mejor de notros a Jesús. Crea en Dios, sea feliz en este mundo y un día vaya la cielo.

“Cuando llegaron a la casa, vieron al niño con María, su madre; y postrándose lo adoraron. Abrieron sus cofres y le presentaron como regalos oro, incienso y mirra.” (Mateo 2:11)

El día de hoy recordamos que hace muchos años, tres sabios del Oriente, conocidos como los Reyes Magos, llegaban hasta donde estaba Jesús para adorarle y ofrecerle sus presentes. No sé en la Biblia menciona que fueran tres, se ha deducido por el número de regalos que se mencionan, pero algo es seguro, estos sabios de oriente estaban buscando al Mesías. No iban haciendo turismo, ni llegaron a Belén de casualidad. Estaban buscando a Jesucristo. Y cuando lo encuentran hacen dos cosas. Primero lo adoran y luego les dan sus regalos.

Esto que leemos en Mateo en un versículo en un abrir y cerrar de ojos requirió mucho trabajo. Nadie sabe cuánto tiempo estuvieron de viaje, pero creemos que habían cruzado valles, desiertos, montañas y ríos en un viaje pesado, incómodo y difícil. Y después de un largo camino, de muchas dudas (no es fácil seguir una estrella sin un GPS), de muchos interrogantes y conflictos, finalmente llegaron al lugar. Seguramente se sorprendieron cuando hallaron al pequeño bebé en un lugar tan humilde. Ellos venían buscando al Rey de los judíos y quizás esperaban encontrarlo en un palacio. Pero Dios tenía otros planes. Incómodos y cansados estos hombres hicieron lo que habían venido a hacer. Adoraron a Dios. Reconocieron su grandeza, su dignidad, su eternidad, su poder y su amor. No le pidieron nada, no le agradecieron nada. Solamente bendijeron a Dios y dieron gloria a su Nombre. ¿Qué habrán pensado José y María en ese momento? Y luego de un tiempo de adoración, ellos entregaron sus presentes. Habían llegado preparados. Se habían esforzado en traer lo mejor que tenían y lo dieron.

Leyendo esto que hicieron aquellos sabios pensaba en lo débil de nuestra adoración personal que ofrecemos muchas veces al Rey de reyes y Señor de señores. En la falta de preparación con la que llegamos algunos domingos a la reunión de adoración, en lo mucho que nos cuesta concentrarnos una hora y adorar al Gran Rey, en lo pobre de nuestros regalos, ofrendas y promesas. En la facilidad para llegar a la casa de Dios en auto o autobús y que muchas veces, bajo cualquier pretexto o por cualquier situación, no acudimos. Nos podemos dar el “lujo” de quedarnos a descansar en casa, o ir a un partido, o hacer compras.

Ellos, aquellos sabios, adoraron y dieron lo mejor que tenína, sin excusas, sin acortar la mano, con amor y devoción. Creo, estimado lector, que deberíamos ser como uno de aquellos hombres.

La conducta de ellos es un ejemplo deslumbrante de fe. Ellos creyeron en Cristo aunque nunca lo habían visto. Creyeron en él cuando los escribas y fariseos fueron incrédulos. Creyeron en él cuando lo vieron como un recién nacido a la rodilla de María, y lo adoraron como rey. Le reconocieron como al Soberano Rey, aún cuando Herodes lo negó e intentó asesinarlo. Este fue el punto supremo de su fe. No vieron milagros para convencerles. No recibieron enseñanzas para persuadirles. No vieron ninguna seña de divinidad y grandeza para quedarse anonadados. Lo único que vieron fue este recién nacido, indefenso y débil, con necesidad del cuidado de una madre como cualquiera de nosotros. Sin embargo cuando vieron ese bebé, creyeron que estaban viendo el Divino Salvador del mundo. Se cayeron de rodillas y lo adoraron.

No leemos de otra fe más grande que este en todo el volumen de la Biblia. Es una fe que merece ser puesta junto con la fe del ladrón en la cruz. El ladrón vio a uno que moría la muerte de un criminal, sin embargo oró a Él y le llamó Señor. Los Reyes Magos vieron un recién nacido en los brazos de una madre, sin embargo lo adoraron y confesaron que era el Cristo.

Estimado lector, ofrezcamos con fe y amor lo mejor de notros a Jesús. Crea en Dios, sea feliz en este mundo y un día vaya la cielo.