/ martes 8 de diciembre de 2020

Idealismo en una realidad | Jesús, tiempos de Adviento

De la concepción divina de María o Miriam nació Jesús, cuyo nombre hebreo era Josué; su pronunciación sonaba en forma griega como “Jeshua” y significaba “Yavé salva”; lo cita el Nuevo Testamento en muchas ocasiones.

Este hecho milagrosísimo del alumbramiento de María se dio en tiempos de la dominación del pueblo judío por el Emperador Romano Octavio César Augusto y el Rey Herodes el Grande; según la escritura Jesús nació en Belen aldea de Judá, ciudades de Jerusalén, en la tierra de los Israelitas.

¿Quién es Jesús de Nazareth? el Nazareno, el Galileo, el hijo de Dios, el hijo de David Rey de las tribus antepasadas de José su padre, el que nació de María, creció, vivió, predicó, murió, resucitó y subió a los cielos y sigue viviendo entre nosotros en la persona del Espíritu Santo.

Jesús vivió en Nazareth, un pequeño poblado de Galilea, luego anduvo de un lugar a otro en Palestina, sin tener un lugar fijo de residencia. Durante su vida pública que inició a los 32 años, su centro de operaciones fue Cafarnaún, pequeño poblado caserío de pescadores al lado del Lago Tiberiades, donde posiblemente ocupaba algún cuarto que le prestaba Pedro, uno de sus discípulos preferidos.

Hablaba un dialecto galileo de lengua aramea y seguramente también sabía hebreo, ya que este idioma era el oficial en que se hacían las oraciones y las lecturas en la Cinagoga; es posible también que hablara algo de latín por la imposición de los Romanos sobre los Judíos, e incluso los judíos admirados decían de Jesús: “¿Cómo puede este hombre conocer las escrituras sin haber tenido maestro?”.
Y es que Jesús no realizó estudios oficiales (Jn. 7,15), no fue sacerdote, no fue rabino, ni intelectual de profesión, no perteneció a ninguna secta, sin embargo sabía escribir (Jn. 8,6) y leía incluso hebreo (Lc. 4,16); su saber no fue escolarizado pero eso no le impidió ser una persona culta y crítica, ya que conocía bien la historia y cultura de su pueblo.

La gente lo llamaba Rabí (maestro) (Jn. 1,38); hablaba con una autoridad que todos admiraban (Mt. 8,28-29); la gente quedaba cautivada con sus palabras (Mt. 14, 13), su sabiduría era considerada mayor a la de Salomón (un Rey muy sabio) (Mt. 12, 42).

De nacionalidad Judía, vivió en Judea, un pueblo insignificante del Medio Oriente. El dominio político de este pueblo fue disputado durante 600 años por cinco imperios distintos, razón por la que el pueblo estaba a la espera ansiosa del libertador (Mesías).

Su estado civil y religioso registra que fue soltero toda su vida (Cf. Mt. 9, 12); fue laico, es decir, no perteneció al sacerdocio de Jerusalén.

De oficio carpintero (Mc. 6,11) (descrito con la palabra griega “tekton”, que designa a un obrero capaz de trabajar tanto con madera como con piedras o metales; podría ser lo que nosotros entendemos como un albañil). Este oficio era respetado y apreciado y se consideraba que un trabajador de esta naturaleza era de clase media sencilla y pobre, pero con una digna remuneración. También es cierto que Jesús tomó la opción radical de vivir pobre con los pobres (marginados, enfermos y pecadores), desde donde decidió anunciar y construir el reino de Dios. En los últimos años de su vida dejó este oficio, para convertirse en un predicador relevante de tiempo completo.

Su religión se dio en el seno de una familia Judía de raza, que asistía al templo (Lc. 2,44) y cumplía cabalmente todas las prescripciones religiosas, sin embargo en los últimos años de su vida Jesús se separó radicalmente del Judaísmo, inaugurando entonces una nueva forma de entender y de relacionarse con Dios y con los hombres, encontrándose aquí el origen del Cristianismo.

Desde su nacimiento hasta su muerte y resurrección la vida de Jesús es admirable, porque siendo el hijo de Dios se bajó a la condición humana para vivir sin títulos, linajes y posición social; para vivir como cualquier niño al lado de sus padres y posteriormente para predicar una nueva forma de vivir los preceptos de nuestro padre Dios; por todo esto, esta semana cuarta de adviento, en que celebramos su natividad y su vida, debemos buscar igualar, aunque sea un poco, su ejemplo, con actos de recogimiento, de ayuno, de sacrificio, de oración y sobre todo de cariño y caridad hacia nuestros semejantes, mucho más allá de las luces multicolores que adornan la ciudad, después de las cuales no alcanzamos a percibir que hay por doquier ancianos olvidados, niños maltratados, marginados y una pobreza extrema que en esta época navideña, por la rudeza del clima, más duramente se manifiesta.

Vivamos esta Navidad como él nos enseñó.


De la concepción divina de María o Miriam nació Jesús, cuyo nombre hebreo era Josué; su pronunciación sonaba en forma griega como “Jeshua” y significaba “Yavé salva”; lo cita el Nuevo Testamento en muchas ocasiones.

Este hecho milagrosísimo del alumbramiento de María se dio en tiempos de la dominación del pueblo judío por el Emperador Romano Octavio César Augusto y el Rey Herodes el Grande; según la escritura Jesús nació en Belen aldea de Judá, ciudades de Jerusalén, en la tierra de los Israelitas.

¿Quién es Jesús de Nazareth? el Nazareno, el Galileo, el hijo de Dios, el hijo de David Rey de las tribus antepasadas de José su padre, el que nació de María, creció, vivió, predicó, murió, resucitó y subió a los cielos y sigue viviendo entre nosotros en la persona del Espíritu Santo.

Jesús vivió en Nazareth, un pequeño poblado de Galilea, luego anduvo de un lugar a otro en Palestina, sin tener un lugar fijo de residencia. Durante su vida pública que inició a los 32 años, su centro de operaciones fue Cafarnaún, pequeño poblado caserío de pescadores al lado del Lago Tiberiades, donde posiblemente ocupaba algún cuarto que le prestaba Pedro, uno de sus discípulos preferidos.

Hablaba un dialecto galileo de lengua aramea y seguramente también sabía hebreo, ya que este idioma era el oficial en que se hacían las oraciones y las lecturas en la Cinagoga; es posible también que hablara algo de latín por la imposición de los Romanos sobre los Judíos, e incluso los judíos admirados decían de Jesús: “¿Cómo puede este hombre conocer las escrituras sin haber tenido maestro?”.
Y es que Jesús no realizó estudios oficiales (Jn. 7,15), no fue sacerdote, no fue rabino, ni intelectual de profesión, no perteneció a ninguna secta, sin embargo sabía escribir (Jn. 8,6) y leía incluso hebreo (Lc. 4,16); su saber no fue escolarizado pero eso no le impidió ser una persona culta y crítica, ya que conocía bien la historia y cultura de su pueblo.

La gente lo llamaba Rabí (maestro) (Jn. 1,38); hablaba con una autoridad que todos admiraban (Mt. 8,28-29); la gente quedaba cautivada con sus palabras (Mt. 14, 13), su sabiduría era considerada mayor a la de Salomón (un Rey muy sabio) (Mt. 12, 42).

De nacionalidad Judía, vivió en Judea, un pueblo insignificante del Medio Oriente. El dominio político de este pueblo fue disputado durante 600 años por cinco imperios distintos, razón por la que el pueblo estaba a la espera ansiosa del libertador (Mesías).

Su estado civil y religioso registra que fue soltero toda su vida (Cf. Mt. 9, 12); fue laico, es decir, no perteneció al sacerdocio de Jerusalén.

De oficio carpintero (Mc. 6,11) (descrito con la palabra griega “tekton”, que designa a un obrero capaz de trabajar tanto con madera como con piedras o metales; podría ser lo que nosotros entendemos como un albañil). Este oficio era respetado y apreciado y se consideraba que un trabajador de esta naturaleza era de clase media sencilla y pobre, pero con una digna remuneración. También es cierto que Jesús tomó la opción radical de vivir pobre con los pobres (marginados, enfermos y pecadores), desde donde decidió anunciar y construir el reino de Dios. En los últimos años de su vida dejó este oficio, para convertirse en un predicador relevante de tiempo completo.

Su religión se dio en el seno de una familia Judía de raza, que asistía al templo (Lc. 2,44) y cumplía cabalmente todas las prescripciones religiosas, sin embargo en los últimos años de su vida Jesús se separó radicalmente del Judaísmo, inaugurando entonces una nueva forma de entender y de relacionarse con Dios y con los hombres, encontrándose aquí el origen del Cristianismo.

Desde su nacimiento hasta su muerte y resurrección la vida de Jesús es admirable, porque siendo el hijo de Dios se bajó a la condición humana para vivir sin títulos, linajes y posición social; para vivir como cualquier niño al lado de sus padres y posteriormente para predicar una nueva forma de vivir los preceptos de nuestro padre Dios; por todo esto, esta semana cuarta de adviento, en que celebramos su natividad y su vida, debemos buscar igualar, aunque sea un poco, su ejemplo, con actos de recogimiento, de ayuno, de sacrificio, de oración y sobre todo de cariño y caridad hacia nuestros semejantes, mucho más allá de las luces multicolores que adornan la ciudad, después de las cuales no alcanzamos a percibir que hay por doquier ancianos olvidados, niños maltratados, marginados y una pobreza extrema que en esta época navideña, por la rudeza del clima, más duramente se manifiesta.

Vivamos esta Navidad como él nos enseñó.