/ miércoles 2 de enero de 2019

Un nuevo ciclo

Desde que soy docente, mido mi vida en ciclos escolares. El lunes los alumnos de educación, preescolar, primaria y secundaria, inician labores en las aulas.

Es sorprendente el revuelo que acontece en cada hogar, para los padres de familia que solventan los gastos de enviar a sus hijos de la escuela, oyen como música de fondo el signo de pesos que tintinea, pues hay que comprar útiles escolares, comprar uniformes, pagar cuotas, en realidad es una cuestión económica. Para los niños y jóvenes se experimenta una emoción especial, estrenarán útiles escolares, existen expectativas sobre la maestra o el profesor que dirigirá el curso, incluso se preguntan qué butaca ocuparán, la sensación de recibir los nuevos libros de texto, el reencontrarse con sus compañeros y compartir nuevamente el tiempo del receso o del recreo. Evidentemente, los docentes también experimentamos sentimientos de nerviosismo, emoción y nostalgia, de iniciar un ciclo más, esperando superar las expectativas del ciclo anterior. Sin duda alguna, cada ciclo escolar aprendemos más de lo que enseñamos.

Si bien es cierto, nosotros llegamos con nuestros maletines llenos de conocimientos que deseamos compartir, preocupados por avances programáticos, planeaciones y trámites administrativos, desplegamos todos los recursos que tenemos para que los alumnos adquieran la mayor cantidad de aprendizajes posibles.

Sin embargo, dentro del aula sólo somos una persona que se enfrenta a un gigante de dimensiones desproporcionadas, con “X” número de cabezas, puedo decir que me encontraré con quince cabecitas, llenas de sueños, ilusiones y sentimientos diversos. Por mi parte, es mi más ferviente deseo compartirles una gran cantidad de información, pero sin duda alguna ellos me enseñarán con sus sonrisas, sus chistes y comentarios que la vida es la mejor escuela, que todos los días podemos aprender algo nuevo y que no importa cuántos problemas tengamos, siempre habrá un receso de media hora, en el que jugar futbol alivia muchas de las penas. Por lo tanto, la alegría y la frescura con que se enfrenta la vida son contagiosas, mucho más contagiosas que las matemáticas, la física y la química. Cada día es una oportunidad para divertirse, compartir momentos y aprender. Es entonces que cada ciclo escolar viene cargado de nuevos bríos. Es un nuevo ciclo para docentes, padres de familia y alumnos, cada uno tiene una visión diferente de lo que doscientos días representan.

Sin lugar a dudas, todos contamos con ese tiempo para lograr muchas de las expectativas con las que hemos soñado. Podremos decir que desconocemos lo que nos depare el destino, valdría la pena preguntar qué aportaremos nosotros a ese futuro. Es el momento de preparar nuestras mochilas, portafolios, maletines, debemos incluir esperanza, afilar la fortaleza de espíritu, contar con una dotación suficiente de fe, una caja de colores para alegrar los momentos grises y, lo que es indispensable: una sonrisa en el rostro diariamente. ¿Estamos listos?

Desde que soy docente, mido mi vida en ciclos escolares. El lunes los alumnos de educación, preescolar, primaria y secundaria, inician labores en las aulas.

Es sorprendente el revuelo que acontece en cada hogar, para los padres de familia que solventan los gastos de enviar a sus hijos de la escuela, oyen como música de fondo el signo de pesos que tintinea, pues hay que comprar útiles escolares, comprar uniformes, pagar cuotas, en realidad es una cuestión económica. Para los niños y jóvenes se experimenta una emoción especial, estrenarán útiles escolares, existen expectativas sobre la maestra o el profesor que dirigirá el curso, incluso se preguntan qué butaca ocuparán, la sensación de recibir los nuevos libros de texto, el reencontrarse con sus compañeros y compartir nuevamente el tiempo del receso o del recreo. Evidentemente, los docentes también experimentamos sentimientos de nerviosismo, emoción y nostalgia, de iniciar un ciclo más, esperando superar las expectativas del ciclo anterior. Sin duda alguna, cada ciclo escolar aprendemos más de lo que enseñamos.

Si bien es cierto, nosotros llegamos con nuestros maletines llenos de conocimientos que deseamos compartir, preocupados por avances programáticos, planeaciones y trámites administrativos, desplegamos todos los recursos que tenemos para que los alumnos adquieran la mayor cantidad de aprendizajes posibles.

Sin embargo, dentro del aula sólo somos una persona que se enfrenta a un gigante de dimensiones desproporcionadas, con “X” número de cabezas, puedo decir que me encontraré con quince cabecitas, llenas de sueños, ilusiones y sentimientos diversos. Por mi parte, es mi más ferviente deseo compartirles una gran cantidad de información, pero sin duda alguna ellos me enseñarán con sus sonrisas, sus chistes y comentarios que la vida es la mejor escuela, que todos los días podemos aprender algo nuevo y que no importa cuántos problemas tengamos, siempre habrá un receso de media hora, en el que jugar futbol alivia muchas de las penas. Por lo tanto, la alegría y la frescura con que se enfrenta la vida son contagiosas, mucho más contagiosas que las matemáticas, la física y la química. Cada día es una oportunidad para divertirse, compartir momentos y aprender. Es entonces que cada ciclo escolar viene cargado de nuevos bríos. Es un nuevo ciclo para docentes, padres de familia y alumnos, cada uno tiene una visión diferente de lo que doscientos días representan.

Sin lugar a dudas, todos contamos con ese tiempo para lograr muchas de las expectativas con las que hemos soñado. Podremos decir que desconocemos lo que nos depare el destino, valdría la pena preguntar qué aportaremos nosotros a ese futuro. Es el momento de preparar nuestras mochilas, portafolios, maletines, debemos incluir esperanza, afilar la fortaleza de espíritu, contar con una dotación suficiente de fe, una caja de colores para alegrar los momentos grises y, lo que es indispensable: una sonrisa en el rostro diariamente. ¿Estamos listos?