/ miércoles 16 de septiembre de 2020

Un clavo oxidado

El sábado por la mañana mi pie tuvo un desafortunado encuentro con un cavo oxidado. Una laceración en la piel me obligó a buscar la vacuna antitetánica. Parece que algo tan insignificante como un pedazo puntiagudo de metal de color naranja, me llevó a reflexionar.

La importancia de los pequeños detalles. El paso del tiempo. ¿Cuándo fue la última vez que se me aplicó la vacuna? No lo recordé. Tengo extraviada la cartilla de vacunación. Los detalles son del diablo, parece que la máxima es verdadera.

En ese momento me percaté de la valía de nuestra historia personal medida en acontecimientos significativos y a veces casi imperceptibles.

El hombre se crea, se destruye y vuelve a construir. Retoma sus fragmentos más bellos, los mira feliz, los utiliza como cimiento. los no tan bellos los toma con delicadeza, con ternura, los abraza y los coloca para edificarse.

Y es que cuesta trabajo entender, que nos somos los mismos Aquellos que salimos en las mañanas Y cruzamos el umbral de nuestro hogar, al atardecer retornamos. Todo parece igual, la mesa, la silla, la puerta Todo es igual, excepto nosotros.

No somos los mismos, la lluvia nos transformó, tal como el clavo que se oxidó.

No somos los mismos, después de la enfermedad, no somos los mismos, después de las lágrimas derramadas. Después de los triunfos logrados, jamás seremos los mismos, alcanzamos una meta y nuestra cuenta anímica se enriquece. Cuando las esperanzas fueron devastadas, el ánimo también se desvanece.

Y en ese evolucionar, transitamos senderos, y nos somos los mismos después de recorrerlos, y aunque las huellas se pierden, nosotros guardamos memorias, de aquellos lugares, de esos mundos del que en algún momento fuimos parte, y nos cambiaron.

Esa es la vida. El óxido cubrió el clavo. A veces, las penas nos cubren impiden que brillemos.


El sábado por la mañana mi pie tuvo un desafortunado encuentro con un cavo oxidado. Una laceración en la piel me obligó a buscar la vacuna antitetánica. Parece que algo tan insignificante como un pedazo puntiagudo de metal de color naranja, me llevó a reflexionar.

La importancia de los pequeños detalles. El paso del tiempo. ¿Cuándo fue la última vez que se me aplicó la vacuna? No lo recordé. Tengo extraviada la cartilla de vacunación. Los detalles son del diablo, parece que la máxima es verdadera.

En ese momento me percaté de la valía de nuestra historia personal medida en acontecimientos significativos y a veces casi imperceptibles.

El hombre se crea, se destruye y vuelve a construir. Retoma sus fragmentos más bellos, los mira feliz, los utiliza como cimiento. los no tan bellos los toma con delicadeza, con ternura, los abraza y los coloca para edificarse.

Y es que cuesta trabajo entender, que nos somos los mismos Aquellos que salimos en las mañanas Y cruzamos el umbral de nuestro hogar, al atardecer retornamos. Todo parece igual, la mesa, la silla, la puerta Todo es igual, excepto nosotros.

No somos los mismos, la lluvia nos transformó, tal como el clavo que se oxidó.

No somos los mismos, después de la enfermedad, no somos los mismos, después de las lágrimas derramadas. Después de los triunfos logrados, jamás seremos los mismos, alcanzamos una meta y nuestra cuenta anímica se enriquece. Cuando las esperanzas fueron devastadas, el ánimo también se desvanece.

Y en ese evolucionar, transitamos senderos, y nos somos los mismos después de recorrerlos, y aunque las huellas se pierden, nosotros guardamos memorias, de aquellos lugares, de esos mundos del que en algún momento fuimos parte, y nos cambiaron.

Esa es la vida. El óxido cubrió el clavo. A veces, las penas nos cubren impiden que brillemos.