/ sábado 30 de diciembre de 2023

Entre voces | Pinturas y garabatos

Hace unos días bajaba por una de las calles del centro de mi ciudad natal, y recordé que en el verano, durante casi dos meses la calle estuvo interrumpida en su circulación por las obras de remodelación de un edificio. Era una botica de hace muchos años, de esos lugares donde, las tónicos, ungüentos y cosas raras de química se encontraban para reducir, aliviar o quitar enfermedades. Las obras consistieron, a mi ojo de buen cubero, en enjarre y pintura.

Pasados los dos meses, quitada la arena de la banqueta y los andamios que nos hacia darle vuelta a la banqueta se concluyeron los trabajos de la obra luciendo el edificio con nuevo color, no solo de maquillaje, sino parecía una nueva piel, pues todo fue enjarrado y pintado.

¿Cuál fue mi sorpresa? Ver unas letras feas, hechas con aerosol negro donde lo único legible para mí era “Tlaxcala”. Dos líneas, cinco palabras de unos cuarenta centímetros de largo por veinticinco de ancho (medidas otra vez del cubero), que parecían más feas que cicatrices en la nueva piel del edificio. La primera sensación fue coraje, la segunda ponerme a pensar al respecto.

Dos meses a los dueños del edificio. Inversión en arena, cemento, renta de andamios, pago de mano de obra, pintura e incomodidad de peatones. Dos meses contra treinta segundos para rayonear con un bote de ochenta pesos.

Corría el año 1993, cuando fui invitado a Guadalajara a un campamento de niños en el Bosque Primavera, y recuerdo bien que uno de los señores, dueños del lugar, me comentaba que distribuía y vendía un esmalte transparente para tiendas y casas que, al ser rayadas con garabatos, podrían ser retirados fácilmente con un solvente, vendido también por su misma empresa.

Tener que pintar y repintar, previendo que alguien en cualquier momento puede rayar tu pared, rayar tu carro con una corcholata, marcar tu puerta en el estacionamiento del supermercado, abollar tu vehículo al sentarse, y un largo etcétera, además de un abuso, parece gritarnos algo. ¡Hay una gran distancia entre los dos!

Entre los que remodelan y los que rayan, hay una distancia social que hemos generado con un sistema. Seguramente los hijos de los dueños van a la escuela privada y las mejores universidades. El que rayó, muy a penas aprendió a escribir (sin tener clase de caligrafía porque ya no existe) para expresar su descontento y mandar un mensaje a un oponente de banda que también pasa por esas mismas calles.

Mi enojo se fue inclinando a una reflexión sobre las oportunidades de cada quien. ¿Les hemos brindado un mismo espacio social de desarrollo? ¿Quién se preocupa de la educación de los tres hijos de una madre soltera que trabaja en la maquila? ¿Qué será de esos niños que solo ven degradación social en su entorno?

Quisiera ser ese barniz y solvente para volver el tiempo atrás. El proyecto de Dios por cada ser humano es que resplandezca lo mejor de cada uno, pero las personas, con nuestro egoísmo ocasionamos esas desigualdades y parece que es poco nuestro compromiso social para evitarlas, mitigarlas o reconducirlas.

Me encantaría que en la plaza, cerca del lugar de los hechos que narro, hubiera clases de pintura al aire libre para todos, ricos y pobres, para combinar colores sobre lienzos y mostrar la belleza que es capaz de hacer el ser humano si se ponen de acuerdo. Que el próximo año nuestro compromiso sea mayor y eficaz para reducir la distancia entre las pinturas y los garabatos. ¡Feliz año 2024!

Leonel Larios Medina | Sacerdote católico y licenciado en comunicación social.

Hace unos días bajaba por una de las calles del centro de mi ciudad natal, y recordé que en el verano, durante casi dos meses la calle estuvo interrumpida en su circulación por las obras de remodelación de un edificio. Era una botica de hace muchos años, de esos lugares donde, las tónicos, ungüentos y cosas raras de química se encontraban para reducir, aliviar o quitar enfermedades. Las obras consistieron, a mi ojo de buen cubero, en enjarre y pintura.

Pasados los dos meses, quitada la arena de la banqueta y los andamios que nos hacia darle vuelta a la banqueta se concluyeron los trabajos de la obra luciendo el edificio con nuevo color, no solo de maquillaje, sino parecía una nueva piel, pues todo fue enjarrado y pintado.

¿Cuál fue mi sorpresa? Ver unas letras feas, hechas con aerosol negro donde lo único legible para mí era “Tlaxcala”. Dos líneas, cinco palabras de unos cuarenta centímetros de largo por veinticinco de ancho (medidas otra vez del cubero), que parecían más feas que cicatrices en la nueva piel del edificio. La primera sensación fue coraje, la segunda ponerme a pensar al respecto.

Dos meses a los dueños del edificio. Inversión en arena, cemento, renta de andamios, pago de mano de obra, pintura e incomodidad de peatones. Dos meses contra treinta segundos para rayonear con un bote de ochenta pesos.

Corría el año 1993, cuando fui invitado a Guadalajara a un campamento de niños en el Bosque Primavera, y recuerdo bien que uno de los señores, dueños del lugar, me comentaba que distribuía y vendía un esmalte transparente para tiendas y casas que, al ser rayadas con garabatos, podrían ser retirados fácilmente con un solvente, vendido también por su misma empresa.

Tener que pintar y repintar, previendo que alguien en cualquier momento puede rayar tu pared, rayar tu carro con una corcholata, marcar tu puerta en el estacionamiento del supermercado, abollar tu vehículo al sentarse, y un largo etcétera, además de un abuso, parece gritarnos algo. ¡Hay una gran distancia entre los dos!

Entre los que remodelan y los que rayan, hay una distancia social que hemos generado con un sistema. Seguramente los hijos de los dueños van a la escuela privada y las mejores universidades. El que rayó, muy a penas aprendió a escribir (sin tener clase de caligrafía porque ya no existe) para expresar su descontento y mandar un mensaje a un oponente de banda que también pasa por esas mismas calles.

Mi enojo se fue inclinando a una reflexión sobre las oportunidades de cada quien. ¿Les hemos brindado un mismo espacio social de desarrollo? ¿Quién se preocupa de la educación de los tres hijos de una madre soltera que trabaja en la maquila? ¿Qué será de esos niños que solo ven degradación social en su entorno?

Quisiera ser ese barniz y solvente para volver el tiempo atrás. El proyecto de Dios por cada ser humano es que resplandezca lo mejor de cada uno, pero las personas, con nuestro egoísmo ocasionamos esas desigualdades y parece que es poco nuestro compromiso social para evitarlas, mitigarlas o reconducirlas.

Me encantaría que en la plaza, cerca del lugar de los hechos que narro, hubiera clases de pintura al aire libre para todos, ricos y pobres, para combinar colores sobre lienzos y mostrar la belleza que es capaz de hacer el ser humano si se ponen de acuerdo. Que el próximo año nuestro compromiso sea mayor y eficaz para reducir la distancia entre las pinturas y los garabatos. ¡Feliz año 2024!

Leonel Larios Medina | Sacerdote católico y licenciado en comunicación social.