/ viernes 1 de marzo de 2019

El odio


El odio es la cólera de los débiles, la animadversión de los que no pueden per­donar, y el fruto de la frustración cuando creemos que alguien nos hizo daño aunque nadie puede dañarnos sin nuestro consentimiento. Es un sentimiento que sólo aflora en ausencia de la inteligencia.

El odio divide, juzga y castiga; repre­senta y fortalece únicamente al po­der colectivo del mal. Es una carga pesada de consecuencias desastro­sas; un ácido que destruye más a quien lo porta que a quien se le vier­te. Es como tomar un veneno y esperar que el otro sea el que muera. El odio es un lastre que conduce a la separación y a la destrucción; nunca llega solo, sino que le acompaña la amargura, la ira, la locura, la venganza, el arrepentimiento y el sufrimiento. Debemos ser conscientes que todas nuestras acciones repercuten y tienen re­sonancia universal; con el odio no dañamos solo al mal gobernante, al rico, a los que se odian o nos odian; el daño es absolutamente para todos, y nosotros… somos parte de ése todo.

El odio ha causado muchos problemas en el mundo e irónicamente no ha ayudado a solu­cionar ninguno. Su precio también es ausencia de amor en nuestras vidas y eso es semejan­za del infierno al que pudiéramos ir. Jamás nos sentiremos mejor provocando sufrimiento a los demás, el odio sólo eterniza las venganzas y el mal. No es necesario golpear para hacer daño; una palabra duele, una indiferencia duele, un desprecio duele … hasta un silencio duele.

Existen 2 energías que rigen éste mundo, la fuerza del odio y la del amor; donde hay amor hay vida, donde hay odio hay desolación. El odio sólo disminuye con el amor y el perdón; véncelo con la no violencia, con el no rencor; derrótalo con la bondad y el amor. El amor une, compren­de, eleva y da paz, tiene poder; PERO EL ODIO DIVIDE Y DESTROZA. Ignorarlo es el mayor triunfo sobre él, hay que apostarle al amor. Cuando odiamos a alguien sólo vemos el reflejo de lo que no hemos podido superar en nosotros.


El odio es la cólera de los débiles, la animadversión de los que no pueden per­donar, y el fruto de la frustración cuando creemos que alguien nos hizo daño aunque nadie puede dañarnos sin nuestro consentimiento. Es un sentimiento que sólo aflora en ausencia de la inteligencia.

El odio divide, juzga y castiga; repre­senta y fortalece únicamente al po­der colectivo del mal. Es una carga pesada de consecuencias desastro­sas; un ácido que destruye más a quien lo porta que a quien se le vier­te. Es como tomar un veneno y esperar que el otro sea el que muera. El odio es un lastre que conduce a la separación y a la destrucción; nunca llega solo, sino que le acompaña la amargura, la ira, la locura, la venganza, el arrepentimiento y el sufrimiento. Debemos ser conscientes que todas nuestras acciones repercuten y tienen re­sonancia universal; con el odio no dañamos solo al mal gobernante, al rico, a los que se odian o nos odian; el daño es absolutamente para todos, y nosotros… somos parte de ése todo.

El odio ha causado muchos problemas en el mundo e irónicamente no ha ayudado a solu­cionar ninguno. Su precio también es ausencia de amor en nuestras vidas y eso es semejan­za del infierno al que pudiéramos ir. Jamás nos sentiremos mejor provocando sufrimiento a los demás, el odio sólo eterniza las venganzas y el mal. No es necesario golpear para hacer daño; una palabra duele, una indiferencia duele, un desprecio duele … hasta un silencio duele.

Existen 2 energías que rigen éste mundo, la fuerza del odio y la del amor; donde hay amor hay vida, donde hay odio hay desolación. El odio sólo disminuye con el amor y el perdón; véncelo con la no violencia, con el no rencor; derrótalo con la bondad y el amor. El amor une, compren­de, eleva y da paz, tiene poder; PERO EL ODIO DIVIDE Y DESTROZA. Ignorarlo es el mayor triunfo sobre él, hay que apostarle al amor. Cuando odiamos a alguien sólo vemos el reflejo de lo que no hemos podido superar en nosotros.