/ martes 3 de mayo de 2022

Tiempos & Espacios | Arrieros Somos…

-Se avistan los mesones del Rayo y el de Julio ¿o, vamos con los chinos? -

Existen mesones aun cuando ya no reciben animales. Son estacionamientos y talleres mecánicos o inmensas bodegas. Todos estos, a excepción de los convertidos en hoteles, siguen conservando un carácter de posada por lo menos hasta hace algunos años. El establecimiento disponía de cuartos para servicio de aquellos polvorientos viajeros. No existían hoteles en forma, ni se pedían otras comodidades en aquellos precarios lugares -oasis del camino-.

Hay corrales de viejos mesones donde pueden verse canoas de piedra o cemento que servían para dar de beber a los animales, y aún se advierten divisiones y compartimientos donde cada arriero le daba de comer a su recua que ahora son cocheras o resguardos de camiones de carga. Se hospedaban vecinos de pueblos determinados, como si los de cada región escogían el mismo mesón hallando conocidos, familiares o amigos que se ayudan unos a otros entre aquel laberinto tan tumultuoso de la ciudad. Los grupos más importantes de arrieros vinieron del sur porque aquí era la parte más necesitada de comunicación que requirió ese servicio de transporte a lomo o carros tirados por bestia. Al mesón llegaban forrajes, verduras, frutas, herramientas, aves de corral, implementos mineros y agrícolas, armas, metales y minerales telas, muebles, armas, pólvora, velas, etc.

A los mesones en siglos pasados vinieron también aquellos carboneros, leñadores que descargaban y acomodaban en imponentes trincheras, aquellos bosques enteros que hubo hasta hace algunos años en las proximidades de la ciudad. Sólo pudieron comerciar con productos más resistentes, por los días que duraban en el camino.

Como la refrigeración eléctrica aún era desconocida, estas mercancías debían aguantar en frigoríficos – sótanos, que confundimos con túneles “secretos”- en buen estado el tiempo que tomara llevarlas de un lugar a otro. Descargan generosas cantidades de queso, carne, huevos, cera de abejas, manteca de cerdo, cueros de res.

Y como entonces, no había ningún otro medio de comunicación, aquel flujo de estos arrieros sería constante. En ocasiones se registraron verdaderos tumultos, a ese grado de que esos mesones resultaron insuficientes para albergar a tantas personas y sobre todo a este tan crecido número de animales teniendo que dejarlos sobre la calle, pastando en las inmediaciones, y en la plaza de armas. Esas posadas y fondas, tuvieron importancia, tuvieron también, un encanto y colorido, que sólo puede entreverse en los relatos de estos tiempos. Ya se ha hablado del carácter festivo, dicharachero y burlón de estos arrieros. Aún perviven anécdotas y cuentos picarescos en los que hace ser un protagonista a más de alguno de aquellos hombres. Sus locuacidades tienen el justificante de su oficio al no tener apetito de explayarse hasta por los codos hasta después de un largo caminar en la sola compañía de sus burros – “Usted debe haber oído con toda seguridad de lo difícil que se pusieron las cosas, cuando una banda de ladrones se hizo de todo…”- Otra personalidad es aquella del mesonero o dueño de fondas y posadas en este río de gentes fluyendo sin descanso y de compartir temperamentos, con actitudes, con personas de todos los tipos y calaña. Malicioso, sagaz, presto a salir adelante con ingenio, para burlar con tacto y suavidades para atraer clientela.

Ese aire helado o aquel escalofrío de cuartos abandonados son mudas señales, latidos del tiempo en estos manchones de suciedad y olvido. Cervantes en El Quijote traza noches en mesones y precarios lechos.

Prof. Ramón Lerma Alvidrez | Ingeniero

-Se avistan los mesones del Rayo y el de Julio ¿o, vamos con los chinos? -

Existen mesones aun cuando ya no reciben animales. Son estacionamientos y talleres mecánicos o inmensas bodegas. Todos estos, a excepción de los convertidos en hoteles, siguen conservando un carácter de posada por lo menos hasta hace algunos años. El establecimiento disponía de cuartos para servicio de aquellos polvorientos viajeros. No existían hoteles en forma, ni se pedían otras comodidades en aquellos precarios lugares -oasis del camino-.

Hay corrales de viejos mesones donde pueden verse canoas de piedra o cemento que servían para dar de beber a los animales, y aún se advierten divisiones y compartimientos donde cada arriero le daba de comer a su recua que ahora son cocheras o resguardos de camiones de carga. Se hospedaban vecinos de pueblos determinados, como si los de cada región escogían el mismo mesón hallando conocidos, familiares o amigos que se ayudan unos a otros entre aquel laberinto tan tumultuoso de la ciudad. Los grupos más importantes de arrieros vinieron del sur porque aquí era la parte más necesitada de comunicación que requirió ese servicio de transporte a lomo o carros tirados por bestia. Al mesón llegaban forrajes, verduras, frutas, herramientas, aves de corral, implementos mineros y agrícolas, armas, metales y minerales telas, muebles, armas, pólvora, velas, etc.

A los mesones en siglos pasados vinieron también aquellos carboneros, leñadores que descargaban y acomodaban en imponentes trincheras, aquellos bosques enteros que hubo hasta hace algunos años en las proximidades de la ciudad. Sólo pudieron comerciar con productos más resistentes, por los días que duraban en el camino.

Como la refrigeración eléctrica aún era desconocida, estas mercancías debían aguantar en frigoríficos – sótanos, que confundimos con túneles “secretos”- en buen estado el tiempo que tomara llevarlas de un lugar a otro. Descargan generosas cantidades de queso, carne, huevos, cera de abejas, manteca de cerdo, cueros de res.

Y como entonces, no había ningún otro medio de comunicación, aquel flujo de estos arrieros sería constante. En ocasiones se registraron verdaderos tumultos, a ese grado de que esos mesones resultaron insuficientes para albergar a tantas personas y sobre todo a este tan crecido número de animales teniendo que dejarlos sobre la calle, pastando en las inmediaciones, y en la plaza de armas. Esas posadas y fondas, tuvieron importancia, tuvieron también, un encanto y colorido, que sólo puede entreverse en los relatos de estos tiempos. Ya se ha hablado del carácter festivo, dicharachero y burlón de estos arrieros. Aún perviven anécdotas y cuentos picarescos en los que hace ser un protagonista a más de alguno de aquellos hombres. Sus locuacidades tienen el justificante de su oficio al no tener apetito de explayarse hasta por los codos hasta después de un largo caminar en la sola compañía de sus burros – “Usted debe haber oído con toda seguridad de lo difícil que se pusieron las cosas, cuando una banda de ladrones se hizo de todo…”- Otra personalidad es aquella del mesonero o dueño de fondas y posadas en este río de gentes fluyendo sin descanso y de compartir temperamentos, con actitudes, con personas de todos los tipos y calaña. Malicioso, sagaz, presto a salir adelante con ingenio, para burlar con tacto y suavidades para atraer clientela.

Ese aire helado o aquel escalofrío de cuartos abandonados son mudas señales, latidos del tiempo en estos manchones de suciedad y olvido. Cervantes en El Quijote traza noches en mesones y precarios lechos.

Prof. Ramón Lerma Alvidrez | Ingeniero