/ miércoles 30 de junio de 2021

Sobremesa | Recuerdos que trae la lluvia

La primera música que me acompañó fue el compás del corazón de mi madre, mientras yo crecía en su vientre. Después su voz me arrullaba, ella sabía muchas canciones. Aunque le gustaban los boleros, conocía tantas canciones infantiles que era imposible que si pasaba algo no la relaciona con una. Si llovía, cantaba “un sapito en tiempo de agua”, luego si veíamos un perro, cantaba, siempre cantaba.

A veces pienso en escribir las canciones que nutrieron mi infancia. Recuerdo cuando nació mi sobrina volvimos a cantar, como antes. Hoy creo que he olvidado. La memoria traiciona. Se marchan los recuerdos como el volátil humo de un cigarro que se extingue. Mi mamá se extinguió y sus cenizas reposan.

Me gustaría volver a escucharla. No guardamos ningún registro de su voz. No era afecta de las fotografías. Huía de los lentes, huía a ser recordada. Era un ser escurridizo.

Hoy que llueve, su voz me acompaña lejana. La lluvia teje una melodía en los árboles, cada gota se vierte en el piso, y puedo añorar su timbre de voz.

Ella tenía una canción para cada día. Para enseñarme usaba rondas y cancioncitas populares. Su voz se pierde en la lluvia que cesa por minutos y reanuda su precipitación. Mi mamá duerme, duerme el sueño eterno y me pregunto si no extraña cantar. Porque yo extraño sus canciones y su voz que se pierde en mis recuerdos de la infancia.

Cuando nos reunimos mi hermana pide una canción que popularizó Javier Solís, el andariego, que dice “yo que fui del amor ave de paso, yo que fui mariposa de mil flores” y tiene un remate muy significativo: “hay ausencias que triunfan y la nuestra triunfó”. Pienso en que quiso desaparecer, convirtiéndose en cenizas, huyendo de las fotografías, para ausentarse, para brindarle paso a la ausencia, al vacío, al silencio. Ese silencio que se prolonga día a día. Luego entre mis ensoñaciones la escucho, la escucho con claridad, como si me llamara, como si me cantara. Intento cantar y no recuerdo la letra.

Estos días de lluvia, el cantar del agua me trae su voz. La lluvia, las canciones de lluvia, las canciones de infancia, la voz de mi madre que se convirtió en ceniza y su recuerdo que se esparce en la cotidianeidad.

La primera música que me acompañó fue su meridiano corazón. La música que me despida de esta vida, será el recuerdo de su voz cantandome “Piel canela”, que se quede el infinito sin estrellas…

La primera música que me acompañó fue el compás del corazón de mi madre, mientras yo crecía en su vientre. Después su voz me arrullaba, ella sabía muchas canciones. Aunque le gustaban los boleros, conocía tantas canciones infantiles que era imposible que si pasaba algo no la relaciona con una. Si llovía, cantaba “un sapito en tiempo de agua”, luego si veíamos un perro, cantaba, siempre cantaba.

A veces pienso en escribir las canciones que nutrieron mi infancia. Recuerdo cuando nació mi sobrina volvimos a cantar, como antes. Hoy creo que he olvidado. La memoria traiciona. Se marchan los recuerdos como el volátil humo de un cigarro que se extingue. Mi mamá se extinguió y sus cenizas reposan.

Me gustaría volver a escucharla. No guardamos ningún registro de su voz. No era afecta de las fotografías. Huía de los lentes, huía a ser recordada. Era un ser escurridizo.

Hoy que llueve, su voz me acompaña lejana. La lluvia teje una melodía en los árboles, cada gota se vierte en el piso, y puedo añorar su timbre de voz.

Ella tenía una canción para cada día. Para enseñarme usaba rondas y cancioncitas populares. Su voz se pierde en la lluvia que cesa por minutos y reanuda su precipitación. Mi mamá duerme, duerme el sueño eterno y me pregunto si no extraña cantar. Porque yo extraño sus canciones y su voz que se pierde en mis recuerdos de la infancia.

Cuando nos reunimos mi hermana pide una canción que popularizó Javier Solís, el andariego, que dice “yo que fui del amor ave de paso, yo que fui mariposa de mil flores” y tiene un remate muy significativo: “hay ausencias que triunfan y la nuestra triunfó”. Pienso en que quiso desaparecer, convirtiéndose en cenizas, huyendo de las fotografías, para ausentarse, para brindarle paso a la ausencia, al vacío, al silencio. Ese silencio que se prolonga día a día. Luego entre mis ensoñaciones la escucho, la escucho con claridad, como si me llamara, como si me cantara. Intento cantar y no recuerdo la letra.

Estos días de lluvia, el cantar del agua me trae su voz. La lluvia, las canciones de lluvia, las canciones de infancia, la voz de mi madre que se convirtió en ceniza y su recuerdo que se esparce en la cotidianeidad.

La primera música que me acompañó fue su meridiano corazón. La música que me despida de esta vida, será el recuerdo de su voz cantandome “Piel canela”, que se quede el infinito sin estrellas…