/ jueves 28 de febrero de 2019

El valor en la palabra

Entre las anécdotas de mi abuelo hubo una que llamó singularmente mi atención. –en una ocasión compré una casa sin haber firmado el contrato antes, entregué el dinero confiado porque antes éramos gente de palabra.

Piense usted, amigo lector, ese ejercicio en nuestro tiempo. ¿Realmente estaría usted a entregar una suma importante sin un documento legal de por medio que afianzara el trámite? Creo que la respuesta de la gran mayoría de mis amigos lectores fue: ¡ni que estuviera loco!

Vivimos en tiempos en los que hemos perdido la confianza en la gente que nos rodea, pero es que en realidad lo que hemos perdido es el valor social de la palabra.

Nuestras palabras tienen muchos usos, desde contar un buen chiste o cortejar a una bella dama, pero antes, las palabras también comprometían la voluntad.Hoy es más sencillo deshacer un compromiso que un nudo en el cabello.

Políticos, empresarios, amigos y parejas se des-hacen de su palabra tan rápido que ni siquiera el olvido tiene mayor persistencia

.Los matrimonios se disuelven al primer proble-ma, los clientes quedan mal en sus pagos; los polí-ticos, sin ningún problema, prometen a diestra y a siniestra cosas que ni siquiera el mismo pudiera cumplir

.Ese estado de cosas nos ha llevado a un escenario de desconfianza generalizada, donde no podemos confiar ni en nosotros mismos. Pero es claro que esa condición es contraria a la idea de sociedad, pues la sociedad es una invención que tiene el cometido de resguardar a las partes y generar un estado general de confianza.

Hoy en el tiempo de los compromisos débiles, debemos comenzar a practicar el ejercicio mayor, el de fortalecer la palabra y afianzar los lazos sociales y humanos. Y eso no empieza fuera de nosotros ni desde nuestros vecinos; para nada, empieza en lo personal y a veces poniendo el lomo, aguantando los zarpazos traperos que intentan herirnos. Debemos procurar ser personas de palabra y que cuiden sus compromisos, fallará sin duda, pero siempre tendrá oportunidades para renovarse y cada vez darle ma-yor peso a su palabra.

Aquellos que tienen palabra fuerte, tienen una vida sólida y la esperanza de su gente.

La palabra es un valor y tiene valor, y es respon-sabilidad individual el practicarlo y volverlo el arte en el cual gira nuestra vida.

Entre las anécdotas de mi abuelo hubo una que llamó singularmente mi atención. –en una ocasión compré una casa sin haber firmado el contrato antes, entregué el dinero confiado porque antes éramos gente de palabra.

Piense usted, amigo lector, ese ejercicio en nuestro tiempo. ¿Realmente estaría usted a entregar una suma importante sin un documento legal de por medio que afianzara el trámite? Creo que la respuesta de la gran mayoría de mis amigos lectores fue: ¡ni que estuviera loco!

Vivimos en tiempos en los que hemos perdido la confianza en la gente que nos rodea, pero es que en realidad lo que hemos perdido es el valor social de la palabra.

Nuestras palabras tienen muchos usos, desde contar un buen chiste o cortejar a una bella dama, pero antes, las palabras también comprometían la voluntad.Hoy es más sencillo deshacer un compromiso que un nudo en el cabello.

Políticos, empresarios, amigos y parejas se des-hacen de su palabra tan rápido que ni siquiera el olvido tiene mayor persistencia

.Los matrimonios se disuelven al primer proble-ma, los clientes quedan mal en sus pagos; los polí-ticos, sin ningún problema, prometen a diestra y a siniestra cosas que ni siquiera el mismo pudiera cumplir

.Ese estado de cosas nos ha llevado a un escenario de desconfianza generalizada, donde no podemos confiar ni en nosotros mismos. Pero es claro que esa condición es contraria a la idea de sociedad, pues la sociedad es una invención que tiene el cometido de resguardar a las partes y generar un estado general de confianza.

Hoy en el tiempo de los compromisos débiles, debemos comenzar a practicar el ejercicio mayor, el de fortalecer la palabra y afianzar los lazos sociales y humanos. Y eso no empieza fuera de nosotros ni desde nuestros vecinos; para nada, empieza en lo personal y a veces poniendo el lomo, aguantando los zarpazos traperos que intentan herirnos. Debemos procurar ser personas de palabra y que cuiden sus compromisos, fallará sin duda, pero siempre tendrá oportunidades para renovarse y cada vez darle ma-yor peso a su palabra.

Aquellos que tienen palabra fuerte, tienen una vida sólida y la esperanza de su gente.

La palabra es un valor y tiene valor, y es respon-sabilidad individual el practicarlo y volverlo el arte en el cual gira nuestra vida.