Beatriz y Erik no podían creer lo que acababa de ocurrir, la pareja y sus amigos se miraron sorprendidos cuando el hombre que les acompañaba esa noche narró que no eran ni las primeras ni las últimas víctimas de aquél ente invisible.
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Ambos habían caído repentinamente luego de que fueran empujados violentamente de la nada y resultaron con heridas en su piel, como si hubiesen sido atacados por un felino enorme o un oso.
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Al notar el miedo de los visitantes, el pueblerino procedió a narrar a los jóvenes la historia detrás de aquellos hechos y cómo una mujer embarazada había abortado luego de que algún ser le atacara a ella y a su bebé nonato.
Apenas terminó el hombre de decir estas palabras, cuando por aquel pueblo, a orillas de la Sierra Tarahumara, comenzaron a escucharse gemidos como de niño pidiendo ayuda.
Como si nada hubiera pasado, el hombre continuó contando el relato:
“Dicen que esa mujer fue atacada por esa cosa por una razón”, procedió:
Hace diez años, en ese pueblo serrano, habitaron unos niños de no más de doce años. Cierta noche de verano, se reunieron y decidieron visitar a sus familiares en la localidad vecina, para lo cual era necesario pasar frente al cementerio, que se encontraba a mitad del camino.
A pocos metros de llegar al mencionado camposanto, una voz les gritó a la distancia. Al girarse, descubrieron que todo ese tiempo habían sido seguidos por el hermano menor de uno de ellos, quien aparentemente se había escapado de la casa para seguir a los niños más grandes en su aventura.
Aunque los muchachos trataron hasta con amenazas de que volviera a casa, este no hizo caso y se negó a regresar solo, más que nada por miedo.
Finalmente, uno de ellos, precisamente el mayor de los hermanos, ideó un plan para separarse del pequeño, a quien le dijo que jugarían a las escondidas en el cementerio.
Al notar la claridad que había esa noche a causa de la luna llena, el inocente cayó fácilmente, y mientras uno de ellos contaba, el resto fingió correr y esconderse en diferentes lugares, sin embargo todos aprovecharon para reunirse fuera del cementerio y dejar al más pequeño oculto hasta que se diera cuenta de que había sido engañado y volviera a casa por su cuenta.
Justo como lo había ideado el mayor de los niños, todos pasaron a reunirse a la salida del cementerio para seguir su camino hasta el otro pueblo, dejando detrás al pobre chico.
Poco anduvieron de nuevo por el camino de tierra rumbo a su destino, cuando de pronto un desgarrador grito congeló las risas de los muchachos.
El horrible alarido provenía del cementerio, y no tardaron en imaginar que se trataba del pequeño al que habían abandonado a su suerte.
Sin demora, todos se echaron a correr para auxiliar al niño que no paraba de gritar aterrado. Apenas pusieron un pie en la necrópolis, la voz del pequeño dejó de escucharse.
Desesperados, todos comenzaron a buscar por cada esquina y detrás de cada cruz del cementerio, sin embargo, al ver que no tenían éxito, corrieron de vuelta al pueblo pidieron auxilio a sus padres, quienes de inmediato armaron un pequeño grupo y se dirigieron a continuar con la búsqueda.
Tras varias horas de agonizante búsqueda, casi a la llegada del alba, uno de los miembros de la comitiva finalmente localizó el cadáver del niño.
El cuerpo estaba en una fosa recién cavada y el aspecto en el que había quedado su cuerpo traumatizó a más de uno de los involucrados.
Aquello que le había quitado la vida, le había arrancado los ojos y le había ocasionado una profunda herida en el cráneo. Lo más inquietante, sin embargo, era esa mueca de terror que quedó congelada en su frío cuerpo.
Con el paso de los años, el hermano mayor fue internado en un hospital para enfermos mentales, pues la culpa y la impresión al ver a su hermanito habían dejado secuelas graves en su salud.
El muchacho aseguraba, que apenas unos días después de que su hermano fuera encontrado muerto, comenzó a verlo en todos lados; el chico, según decía, se veía molesto y triste a la vez. En ocasiones, afirmaba que el espíritu del niño lo golpeaba mientras le decía que aquella "cosa" le había matado por su culpa.
Aunque fue diagnosticado con varios desórdenes mentales, ni siquiera los médicos pudieron determinar por qué razón seguían apareciendo marcas de moratones y rasguños en su cuerpo, incluso cuando era sedado.
Algunos años más tarde, la madre de los muchachos quedó embarazada, y mientras pasaba el rato conversando con sus amigas, fue atacada por una presencia invisible que no solo le hizo perder el bebé, sino que la dejó por varios días al borde de la muerte.
Luego de recuperarse, la mujer y su familia abandonaron el pueblo, sin embargo las manifestaciones continuaron presentándose.
“¿No tienen miedo?¿Por qué no se van todos también de aquí si según dice todos han sufrido ataques y han escuchado al niño?”, cuestionaron Erik y Beatriz al pueblerino.
“Claro que tenemos miedo, pero no podemos dejar sola el alma de ese niño con este ser que le quitó la vida…”, dijo el hombre mientras encendía un cigarrillo para tranquilizarse.
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Con información de Adrián Berrios