/ sábado 28 de octubre de 2023

La Llorona, cuando su aterradora súplica resonó en cada rincón de Parral

Todos la escuchamos aquella vez... El doloroso lamento de la mujer que desconsolada llora por sus hijos. ¿Acaso, La Llorona?

Quizá la leyenda más conocida y reinterpretada en todo México es aquella que cuenta la historia de una mujer que se arrepintió de ahogar a sus hijos a causa de una decepción amorosa. Dicen que debido a ese crimen o pecado, ella vaga por los lugares donde existe agua en busca de sus criaturas victimadas, sedienta de la misericordia y el perdón que su alma anhela, sin dejarla descansar un solo instante.

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Esta expresión narrativa data de la época colonial, es decir, cuando México aún formaba parte del dominio español. La versión "original" se remonta al tiempo que antecede la conquista y relata que según se trataba de una diosa indígena llamada Cihuacóatl, la cual se aparecía en el lago de Texcoco para llorar por el trágico destino de sus hijos… Sí, el pueblo que años más tarde sería mutilado por los europeos.

Era descrita como una mujer que había surgido de la profundidad de las aguas, una silueta blanquecina que en su frente llevaba dos cuernos y que en cada uno de ellos, pendía un trozo de tela que flotaba a causa de la fuerza del viento. Asimismo, en su relativa soledad, lanzaba el aterrador lamento que ha trascendido los siglos: "Ay, mis hijos. Ay mis hijos". Claro que en el idioma nativo.

Sin embargo, esta interpretación cayó en desuso. La antigua divinidad se quedó en el olvido, pero su aparición se ajustó en una nueva figura: una mujer de carne y hueso, indígena por supuesto, que deambula por las calles de las poblaciones coloniales como la Ciudad de México y Puebla de los Ángeles.

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Esta versión castellanizada, cuenta que la dama en un estado de locura, despiadadamente asesinó a sus hijos ahogándolos en un río. Se dice que era amante de un poderoso caballero español que se negó a contraer matrimonio con ella porque pertenecía a la alta sociedad novohispana. Sin embargo, afirman que este suceso fue el que desató la tragedia que obligaría a su alma a vagar en esta dimensión.

Los sucesos son narrados de la siguiente manera: Una noche, la mujer despertó a sus hijos, un niño y una niña (esto depende de quién la cuente), para llevárselos al río. Había tomado un cuchillo… Estando en el agua, los apuñaló y dejó que la corriente se apoderara de sus pequeños cuerpos, para que así desaparecieran de su vista.

Tiempo después la mujer sintió la culpa de sus actos y se dedicó a buscar los cuerpos de sus lacerados hijos sin éxito alguno. Dicen que gritaba dolorosamente su horripilante lamento: “¡Ay, mis hijos! ¿Dónde estarán mis hijos?”. Cuando murió, su alma perpetuó esa necesidad. Su espíritu continúa tratando de encontrar a sus pequeños, en todos los ríos de todas las ciudades, donde hay lagos y agua en abundancia. Esta versión es pues la más difundida y comentada sobre La Llorona.

Ese último relato es precisamente el que se modifica y se ajusta a todos los pueblos de México, la mujer indígena que enamorada de un rico español, mata a sus hijos por despecho, pero después se arrepiente y los busca por la eternidad. El sonido de su grito es la manifestación de su presencia, algunos aseguran haberla visto; vestida de blanco y flotando sobre el río, arropada por una profunda tiniebla en la obscuridad de la noche.

El Caso de Parral...

Como casi todas las poblaciones de origen colonial, Parral se estableció en los márgenes de un río. Muchos de sus barrios cuentan con al menos un arroyo que en tiempos de lluvia crece y se llena de agua por algunos días. La historia de La Llorona no es ajena a este viejo mineral, desde antiguas generaciones se asegura que la mujer deambula por las viejas calles cercanas a los afluentes, gritando desconsoladamente su plegaria.

Dicen que se aparece por el Barrio de España, Los Carrizos, Las Quintas, el Barrio de Guanajuato, La Alfareña, La Talleres, entre otras colonias. Precisamente por su cercanía al río. La narrativa no cambia, su espíritu flota sobre el agua o por las calles, vestida de blanco, con su cabello cubriéndole el rostro… gritando a viva voz su lamento: "¡Ay, mis hijos!" "¿Dónde estarán mis hijos?".

Sin embargo, hace aproximadamente 12 años el curso de esta leyenda cambió por completo. Por espacio de una semana, todo Parral escuchó muy temprano en la mañana su angustioso lamento… Un sonido penetrante se apoderó de las frías mañanas y los vecinos, aterrados, comentaban entre sí lo que habían escuchado.

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Después, algunos parroquianos concluyeron que se había tratado de un engaño, que un grupo de repartidores de conocida compañía de gas (incluso dicen que de refrescos) reproducía en el altavoz una grabación con el ríspido lamento. No obstante, hay quienes todavía sostienen que en efecto, La Llorona buscó por todo Parral a sus hijos, los cuales no encontró por ningún lado.

Quizá la leyenda más conocida y reinterpretada en todo México es aquella que cuenta la historia de una mujer que se arrepintió de ahogar a sus hijos a causa de una decepción amorosa. Dicen que debido a ese crimen o pecado, ella vaga por los lugares donde existe agua en busca de sus criaturas victimadas, sedienta de la misericordia y el perdón que su alma anhela, sin dejarla descansar un solo instante.

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Esta expresión narrativa data de la época colonial, es decir, cuando México aún formaba parte del dominio español. La versión "original" se remonta al tiempo que antecede la conquista y relata que según se trataba de una diosa indígena llamada Cihuacóatl, la cual se aparecía en el lago de Texcoco para llorar por el trágico destino de sus hijos… Sí, el pueblo que años más tarde sería mutilado por los europeos.

Era descrita como una mujer que había surgido de la profundidad de las aguas, una silueta blanquecina que en su frente llevaba dos cuernos y que en cada uno de ellos, pendía un trozo de tela que flotaba a causa de la fuerza del viento. Asimismo, en su relativa soledad, lanzaba el aterrador lamento que ha trascendido los siglos: "Ay, mis hijos. Ay mis hijos". Claro que en el idioma nativo.

Sin embargo, esta interpretación cayó en desuso. La antigua divinidad se quedó en el olvido, pero su aparición se ajustó en una nueva figura: una mujer de carne y hueso, indígena por supuesto, que deambula por las calles de las poblaciones coloniales como la Ciudad de México y Puebla de los Ángeles.

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Esta versión castellanizada, cuenta que la dama en un estado de locura, despiadadamente asesinó a sus hijos ahogándolos en un río. Se dice que era amante de un poderoso caballero español que se negó a contraer matrimonio con ella porque pertenecía a la alta sociedad novohispana. Sin embargo, afirman que este suceso fue el que desató la tragedia que obligaría a su alma a vagar en esta dimensión.

Los sucesos son narrados de la siguiente manera: Una noche, la mujer despertó a sus hijos, un niño y una niña (esto depende de quién la cuente), para llevárselos al río. Había tomado un cuchillo… Estando en el agua, los apuñaló y dejó que la corriente se apoderara de sus pequeños cuerpos, para que así desaparecieran de su vista.

Tiempo después la mujer sintió la culpa de sus actos y se dedicó a buscar los cuerpos de sus lacerados hijos sin éxito alguno. Dicen que gritaba dolorosamente su horripilante lamento: “¡Ay, mis hijos! ¿Dónde estarán mis hijos?”. Cuando murió, su alma perpetuó esa necesidad. Su espíritu continúa tratando de encontrar a sus pequeños, en todos los ríos de todas las ciudades, donde hay lagos y agua en abundancia. Esta versión es pues la más difundida y comentada sobre La Llorona.

Ese último relato es precisamente el que se modifica y se ajusta a todos los pueblos de México, la mujer indígena que enamorada de un rico español, mata a sus hijos por despecho, pero después se arrepiente y los busca por la eternidad. El sonido de su grito es la manifestación de su presencia, algunos aseguran haberla visto; vestida de blanco y flotando sobre el río, arropada por una profunda tiniebla en la obscuridad de la noche.

El Caso de Parral...

Como casi todas las poblaciones de origen colonial, Parral se estableció en los márgenes de un río. Muchos de sus barrios cuentan con al menos un arroyo que en tiempos de lluvia crece y se llena de agua por algunos días. La historia de La Llorona no es ajena a este viejo mineral, desde antiguas generaciones se asegura que la mujer deambula por las viejas calles cercanas a los afluentes, gritando desconsoladamente su plegaria.

Dicen que se aparece por el Barrio de España, Los Carrizos, Las Quintas, el Barrio de Guanajuato, La Alfareña, La Talleres, entre otras colonias. Precisamente por su cercanía al río. La narrativa no cambia, su espíritu flota sobre el agua o por las calles, vestida de blanco, con su cabello cubriéndole el rostro… gritando a viva voz su lamento: "¡Ay, mis hijos!" "¿Dónde estarán mis hijos?".

Sin embargo, hace aproximadamente 12 años el curso de esta leyenda cambió por completo. Por espacio de una semana, todo Parral escuchó muy temprano en la mañana su angustioso lamento… Un sonido penetrante se apoderó de las frías mañanas y los vecinos, aterrados, comentaban entre sí lo que habían escuchado.

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Después, algunos parroquianos concluyeron que se había tratado de un engaño, que un grupo de repartidores de conocida compañía de gas (incluso dicen que de refrescos) reproducía en el altavoz una grabación con el ríspido lamento. No obstante, hay quienes todavía sostienen que en efecto, La Llorona buscó por todo Parral a sus hijos, los cuales no encontró por ningún lado.

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