/ martes 14 de febrero de 2023

Reino de Cíbola, la leyenda de la ciudad perdida en el norte de México

La leyenda de siete ciudades de oro en el nuevo mundo alimentó la ambición de los españoles para aventurarse en una expedición que jamás halló su objetivo

Para los conquistadores, América era la tierra soñada, en su naturaleza exuberante el cauce de los ríos parecía desembocar en las mismas puertas del Paraíso. Había también selvas que escondían bestias fantásticas, sirenas, amazonas, colosos y hombres con cabeza de perro, además de ciudades de fábula repletas de riquezas, pero de entre todos esos mitos, el de las Siete Ciudades de Cíbola resultó ser uno de las más trascendentes, pues su anhelada búsqueda permitió explorar gran parte del actual territorio de Estados Unidos y dar lugar a importantes descubrimientos geográficos.

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Consumada la derrota del Imperio Azteca circuló entre los recién llegados un vago rumor sobre la existencia de civilizaciones aún más opulentas al norte de aquellas tierras. Algunos sospechaban incluso que podía tratarse de Aztlán, la incierta patria de la que aseguraban proceder los mexicas en un pasado remoto. Entre tanto, en la memoria cultural de los españoles que arribaban al Nuevo Mundo persistía una antigua leyenda de los tiempos de la invasión árabe de la Península, hacia el año 713.

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¿Qué es el reino de Cíbola?

Una narración conocida como la de las Siete Ciudades, según la cual siete obispos partieron de España en busca de tierras a salvo de la influencia del Corán, hallándolas al otro lado del tenebroso océano, donde fundaron las siete ciudades de prodigio. Los prelados bautizaron esas ciudades con los nombres de Aira, Anhuib, Ansalli, Ansesseli, Ansodi, Ansolli y Con, las cuales conformaban el reino de Cíbola y Quivira.

Las siete ciudades que conformaban Cíbola y Quivira se encontrarían llenas de tesoros y bañadas en oro. Foto: Pixabay

La conjunción del mito indígena con el europeo estimuló hasta el límite la ya de por sí inagotable imaginación de los conquistadores, a quienes solo faltaba ya una pequeña señal que disparase sus aires de grandeza para descubrir aquellas fantásticas ciudades en el corazón de América. La llegada a Nueva España de los supervivientes de una expedición perdida, avivó los rumores y resultó suficiente para que el virrey encomendase finalmente la empresa a Francisco Vázquez de Coronado, un hombre con fama de justo y cabal, que envió a un grupo de hombres para confirmar la veracidad.

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Liderada por un fraile franciscano llamado Marcos de Niza, en el grupo de hombres estaba también el esclavo negro Estebanico, así como un nutrido grupo de indios. La partida avanzó peligrosamente por sendas escabrosas y desérticas.

Diversos clanes de indígenas habitaban en aquellos parajes. Los más amistosos, confirmaron a los expedicionarios las extraordinarias noticias sobre la existencia de Cíbola, brindándoles datos más precisos y esperanzadores. Fray Marcos ordenó entonces a Estebanico que se adelantara con guías indios mientras él acampaba en espera de noticias. Harto de aguardar sin saber nada, el fraile reanudó la marcha y localizó a uno de los guías indios, el cual le refirió el asesinato de Estebanico cuando intentó penetrar en Cíbola sin permiso del soberano.

Marcos de Niza se dio cuenta de la situación de peligro, pero hallándose ya tan cercano no pudo resistirse a subir a un cerro para observar el horizonte. Desde allí vio estupefacto la mítica ciudad con la que tanto había soñado. Se trataba de una capital única que nada tenía que ver con Tenochtitlán, dotada de magníficas edificaciones de pisos decorados con turquesas y de calles empedradas de oro. Al menos eso fue lo que contó al virrey de regreso en Ciudad de México.

Éste le creyó y ordenó a Vázquez de Coronado que se dirigiera hacia allí al mando de una expedición de 300 soldados en compañía de Fray Marcos.

Una aldea polvorienta

Tras varios meses de fatigosa búsqueda, nadie halló ni una sola de las maravillas referidas por Marcos de Niza. De hecho, tras la loma desde la cual el fraile aseguró haber divisado Cíbola, solo se escondía una aldea polvorienta de rústicas casas de adobe.

Pese a la gran decepción, los hombres de Coronado siguieron explorando todavía millares de kilómetros. Naturalmente, no encontraron ni una sola de las siete ciudades de leyenda, porque todo no era más que una delirante invención.

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Aun así, los expedicionarios españoles protagonizaron otros hallazgos extraordinarios, como el del Gran Cañón del Colorado, convirtiéndose en los primeros europeos que vieron las manadas de bisontes en las praderas norteamericanas.

Precisamente se bautizó al mítico reino con ese nombre porque en las llanuras infestadas de bisontes, desconocidos en Europa, los primeros expedicionarios denominaron cíbolos a esos portentosos animales.

Para los conquistadores, América era la tierra soñada, en su naturaleza exuberante el cauce de los ríos parecía desembocar en las mismas puertas del Paraíso. Había también selvas que escondían bestias fantásticas, sirenas, amazonas, colosos y hombres con cabeza de perro, además de ciudades de fábula repletas de riquezas, pero de entre todos esos mitos, el de las Siete Ciudades de Cíbola resultó ser uno de las más trascendentes, pues su anhelada búsqueda permitió explorar gran parte del actual territorio de Estados Unidos y dar lugar a importantes descubrimientos geográficos.

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Consumada la derrota del Imperio Azteca circuló entre los recién llegados un vago rumor sobre la existencia de civilizaciones aún más opulentas al norte de aquellas tierras. Algunos sospechaban incluso que podía tratarse de Aztlán, la incierta patria de la que aseguraban proceder los mexicas en un pasado remoto. Entre tanto, en la memoria cultural de los españoles que arribaban al Nuevo Mundo persistía una antigua leyenda de los tiempos de la invasión árabe de la Península, hacia el año 713.

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¿Qué es el reino de Cíbola?

Una narración conocida como la de las Siete Ciudades, según la cual siete obispos partieron de España en busca de tierras a salvo de la influencia del Corán, hallándolas al otro lado del tenebroso océano, donde fundaron las siete ciudades de prodigio. Los prelados bautizaron esas ciudades con los nombres de Aira, Anhuib, Ansalli, Ansesseli, Ansodi, Ansolli y Con, las cuales conformaban el reino de Cíbola y Quivira.

Las siete ciudades que conformaban Cíbola y Quivira se encontrarían llenas de tesoros y bañadas en oro. Foto: Pixabay

La conjunción del mito indígena con el europeo estimuló hasta el límite la ya de por sí inagotable imaginación de los conquistadores, a quienes solo faltaba ya una pequeña señal que disparase sus aires de grandeza para descubrir aquellas fantásticas ciudades en el corazón de América. La llegada a Nueva España de los supervivientes de una expedición perdida, avivó los rumores y resultó suficiente para que el virrey encomendase finalmente la empresa a Francisco Vázquez de Coronado, un hombre con fama de justo y cabal, que envió a un grupo de hombres para confirmar la veracidad.

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Liderada por un fraile franciscano llamado Marcos de Niza, en el grupo de hombres estaba también el esclavo negro Estebanico, así como un nutrido grupo de indios. La partida avanzó peligrosamente por sendas escabrosas y desérticas.

Diversos clanes de indígenas habitaban en aquellos parajes. Los más amistosos, confirmaron a los expedicionarios las extraordinarias noticias sobre la existencia de Cíbola, brindándoles datos más precisos y esperanzadores. Fray Marcos ordenó entonces a Estebanico que se adelantara con guías indios mientras él acampaba en espera de noticias. Harto de aguardar sin saber nada, el fraile reanudó la marcha y localizó a uno de los guías indios, el cual le refirió el asesinato de Estebanico cuando intentó penetrar en Cíbola sin permiso del soberano.

Marcos de Niza se dio cuenta de la situación de peligro, pero hallándose ya tan cercano no pudo resistirse a subir a un cerro para observar el horizonte. Desde allí vio estupefacto la mítica ciudad con la que tanto había soñado. Se trataba de una capital única que nada tenía que ver con Tenochtitlán, dotada de magníficas edificaciones de pisos decorados con turquesas y de calles empedradas de oro. Al menos eso fue lo que contó al virrey de regreso en Ciudad de México.

Éste le creyó y ordenó a Vázquez de Coronado que se dirigiera hacia allí al mando de una expedición de 300 soldados en compañía de Fray Marcos.

Una aldea polvorienta

Tras varios meses de fatigosa búsqueda, nadie halló ni una sola de las maravillas referidas por Marcos de Niza. De hecho, tras la loma desde la cual el fraile aseguró haber divisado Cíbola, solo se escondía una aldea polvorienta de rústicas casas de adobe.

Pese a la gran decepción, los hombres de Coronado siguieron explorando todavía millares de kilómetros. Naturalmente, no encontraron ni una sola de las siete ciudades de leyenda, porque todo no era más que una delirante invención.

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Aun así, los expedicionarios españoles protagonizaron otros hallazgos extraordinarios, como el del Gran Cañón del Colorado, convirtiéndose en los primeros europeos que vieron las manadas de bisontes en las praderas norteamericanas.

Precisamente se bautizó al mítico reino con ese nombre porque en las llanuras infestadas de bisontes, desconocidos en Europa, los primeros expedicionarios denominaron cíbolos a esos portentosos animales.

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