/ miércoles 26 de octubre de 2022

Leyenda colonial: La mujer que fue herrada por el diablo

Un relato colonial sobre el castigo divino hacia una mujer entregada al pecado y un clérigo deshonesto

Las leyendas de la época colonial suelen estar enriquecidas por el folklore de las colonias españolas en América, incluyendo un elemento sobrenatural que nos provoca miedo o admiración. En esta ocasión, hablaremos de una antigua historia acontecida en la ciudad de México, la cual se ha transmitido por vía oral hasta llegar a nuestros días, en ella intervienen un clérigo deshonesto y una mujer entregada al pecado.

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En los tiempos de la Nueva España, la sociedad mexicana se regía por valores y costumbres muy diferentes a los de la época actual, eran tiempos donde el fervor religioso dominaba las mentes de los hombres y el miedo a lo sobrenatural se mantenía vigente.

El relato comienza con un clérigo, al cual se tenía en concepto de muy deshonesto, el cual radicaba en la calle Puerta Falsa de Santo Domingo, alrededor del año 1670, cuando la corona española tenía el dominio de nuestras tierras.

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Se dice que cerca de donde vivía el religioso, había una viaja casa conocida como La Casa del Pujavante, instrumento utilizado en la herrería, figura que tenía esculpida sobre su entrada. La razón era porque ahí moraba un herrero, el cual mantenía una amistad con el clérigo.

La Casa del Pujavante era habitada por un viejo herrero, que mantenía una relación de amistad con el religioso. Foto: Pixabay

Debido a esta amistad, el herrero conocía muy bien las malas costumbres del religioso, que mantenía una relación amorosa con una mujer de dudosa reputación, lo que provocaba las habladurías de la gente. Por más que el herrero aconsejaba a su amigo, para que se apartara de los caminos del pecado, éste no hacía ningún caso.

Una noche de susto para el herrero

Justo cuando se encontraba más profundamente dormido, un ruido súbito despertó al herrero, quien alarmado escuchó cómo alguien tocaba a su puerta en medio de la noche. Cuál fue su sorpresa al estar parado en el umbral y observar a dos hombres negros y altos parados del otro lado del portón, iban acompañados de una mula y le dijeron que portaban un mensaje importante, de parte de su amigo el clérigo.

Resulta que el hombre de fe, solicitaba con urgencia que, por favor, le ayudaran a herrar a la mula, ya que la necesitaría muy temprano al día siguiente, para trasladarse hasta el santuario de la Virgen de Guadalupe.

El clérigo solicitaba que le herraran a la mula, ya que con ella se trasladaría al santuario de la Virgen de Guadalupe. Foto: Pixabay


Presuroso por cumplir con el encargo, el hombre no tardó en alistar sus herramientas de trabajo, y en menos de lo que canta un gallo, dio por finalizada la tarea, tras lo cual, los dos misteriosos sujetos se llevaron al animal, mientras la azotaban con una fuerza sobrehumana.

¿A qué se debía el curioso encargo del clérigo?

Presa de la curiosidad, en cuanto el día comenzó a clarear, acudió presuroso el herrero a casa de su amigo, en busca de respuestas sobre su repentino viaje hasta el Santuario de Guadalupe.

Veloz como un rayo entró a la casa del religioso y, enorme fue su asombro, al encontrarlo dormido sobre la cama, acurrucado junto a su inseparable enamorada.

“¿Cómo es que sigues en la cama tan tranquilo, si justo anoche me pediste que herrara a tu mula para viajar hasta el Santuario de Guadalupe?”, increpó el herrero a su interlocutor.

A lo que éste contestó desprevenido; “¿De qué mula me estás hablando?, yo no mandé herrar a ninguna mula, y menos a tan altas horas de la noche. Es más, ni siquiera pienso salir a algún sitio por el día de hoy”.

Al oír semejante respuesta, ambos sujetos creyeron haber sido presa de algún bromista, a lo cual no hallaban ninguna gracia. Apurado, el clérigo llamó a la mujer para que despertara y emitiera su opinión ante los extraños sucesos, pero misteriosamente, ella no se levantaba, su cuerpo estaba rígido y helado como si estuviera muerta.

Mira también: La leyenda del Templo del Rayo y su misterioso benefactor

El trágico desenlace para la mujer del clérigo

Algo terrible había pasado, la mujer yacía sin vida bajo las sábanas, y peor aún, al levantarlas para descubrir el cuerpo, ambos hombres observaron que las manos y pies de la difunta, se encontraban herrados con enormes clavos, como si fuese un equino.

Presas del terror, tanto el religioso como su amigo, coincidieron en que aquél era un castigo divino por los pecados del clérigo, y los dos extraños visitantes nocturnos en casa del herrero, eran en realidad diablos, recién salidos del inframundo.

Sin saberlo, le herrero le había clavado las herraduras a la mujer, que finalmente murió. Foto: Pixabay

De inmediato, dieron aviso al párroco de la iglesia de Santa Catalina, quien llegó junto a otros devotos, a presenciar el infernal acontecimiento. Ahí, cayeron en cuenta de que, la infortunada mujer, llevaba un freno en su boca, así como huellas de latigazos en su cuerpo inerte.

Debido a la naturaleza del macabro suceso, convinieron en que la muerta fuera sepultada en una fosa común, un simple agujero cavado en la vivienda del clérigo, donde todos juraron guardar el secreto de lo que habían presenciado.

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La historia de la mujer herrada es una leyenda de la Nueva España, la cual se publicó originalmente en el año 1800, en el libro titulado; “Tradiciones y leyendas mexicanas”, del autor, Vicente Riva Palacio, donde se firma que se trata de un suceso “verídico y espeluznante”.

Las leyendas de la época colonial suelen estar enriquecidas por el folklore de las colonias españolas en América, incluyendo un elemento sobrenatural que nos provoca miedo o admiración. En esta ocasión, hablaremos de una antigua historia acontecida en la ciudad de México, la cual se ha transmitido por vía oral hasta llegar a nuestros días, en ella intervienen un clérigo deshonesto y una mujer entregada al pecado.

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En los tiempos de la Nueva España, la sociedad mexicana se regía por valores y costumbres muy diferentes a los de la época actual, eran tiempos donde el fervor religioso dominaba las mentes de los hombres y el miedo a lo sobrenatural se mantenía vigente.

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Se dice que cerca de donde vivía el religioso, había una viaja casa conocida como La Casa del Pujavante, instrumento utilizado en la herrería, figura que tenía esculpida sobre su entrada. La razón era porque ahí moraba un herrero, el cual mantenía una amistad con el clérigo.

La Casa del Pujavante era habitada por un viejo herrero, que mantenía una relación de amistad con el religioso. Foto: Pixabay

Debido a esta amistad, el herrero conocía muy bien las malas costumbres del religioso, que mantenía una relación amorosa con una mujer de dudosa reputación, lo que provocaba las habladurías de la gente. Por más que el herrero aconsejaba a su amigo, para que se apartara de los caminos del pecado, éste no hacía ningún caso.

Una noche de susto para el herrero

Justo cuando se encontraba más profundamente dormido, un ruido súbito despertó al herrero, quien alarmado escuchó cómo alguien tocaba a su puerta en medio de la noche. Cuál fue su sorpresa al estar parado en el umbral y observar a dos hombres negros y altos parados del otro lado del portón, iban acompañados de una mula y le dijeron que portaban un mensaje importante, de parte de su amigo el clérigo.

Resulta que el hombre de fe, solicitaba con urgencia que, por favor, le ayudaran a herrar a la mula, ya que la necesitaría muy temprano al día siguiente, para trasladarse hasta el santuario de la Virgen de Guadalupe.

El clérigo solicitaba que le herraran a la mula, ya que con ella se trasladaría al santuario de la Virgen de Guadalupe. Foto: Pixabay


Presuroso por cumplir con el encargo, el hombre no tardó en alistar sus herramientas de trabajo, y en menos de lo que canta un gallo, dio por finalizada la tarea, tras lo cual, los dos misteriosos sujetos se llevaron al animal, mientras la azotaban con una fuerza sobrehumana.

¿A qué se debía el curioso encargo del clérigo?

Presa de la curiosidad, en cuanto el día comenzó a clarear, acudió presuroso el herrero a casa de su amigo, en busca de respuestas sobre su repentino viaje hasta el Santuario de Guadalupe.

Veloz como un rayo entró a la casa del religioso y, enorme fue su asombro, al encontrarlo dormido sobre la cama, acurrucado junto a su inseparable enamorada.

“¿Cómo es que sigues en la cama tan tranquilo, si justo anoche me pediste que herrara a tu mula para viajar hasta el Santuario de Guadalupe?”, increpó el herrero a su interlocutor.

A lo que éste contestó desprevenido; “¿De qué mula me estás hablando?, yo no mandé herrar a ninguna mula, y menos a tan altas horas de la noche. Es más, ni siquiera pienso salir a algún sitio por el día de hoy”.

Al oír semejante respuesta, ambos sujetos creyeron haber sido presa de algún bromista, a lo cual no hallaban ninguna gracia. Apurado, el clérigo llamó a la mujer para que despertara y emitiera su opinión ante los extraños sucesos, pero misteriosamente, ella no se levantaba, su cuerpo estaba rígido y helado como si estuviera muerta.

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Algo terrible había pasado, la mujer yacía sin vida bajo las sábanas, y peor aún, al levantarlas para descubrir el cuerpo, ambos hombres observaron que las manos y pies de la difunta, se encontraban herrados con enormes clavos, como si fuese un equino.

Presas del terror, tanto el religioso como su amigo, coincidieron en que aquél era un castigo divino por los pecados del clérigo, y los dos extraños visitantes nocturnos en casa del herrero, eran en realidad diablos, recién salidos del inframundo.

Sin saberlo, le herrero le había clavado las herraduras a la mujer, que finalmente murió. Foto: Pixabay

De inmediato, dieron aviso al párroco de la iglesia de Santa Catalina, quien llegó junto a otros devotos, a presenciar el infernal acontecimiento. Ahí, cayeron en cuenta de que, la infortunada mujer, llevaba un freno en su boca, así como huellas de latigazos en su cuerpo inerte.

Debido a la naturaleza del macabro suceso, convinieron en que la muerta fuera sepultada en una fosa común, un simple agujero cavado en la vivienda del clérigo, donde todos juraron guardar el secreto de lo que habían presenciado.

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