/ viernes 25 de enero de 2019

Fuente de felicidad

La observación es la puerta que antecede al conocimiento y descubrimiento de las cosas; en la medida que se considera, analiza y enfoca la atención en un hecho, suceso, persona u objeto determinado, es posible encontrar aristas y puntos de referencia que antes habían pasado desapercibidos.

En la colonia Kepler, una de las casas tiene un letrero que atrapa la atención de todos los transeúntes: “Venimos a este mundo a ser felices…”, a primera vista es un mensaje simple, sin embargo, al analizarlo con más detenimiento y profundidad nos damos cuenta que es la primicia que todos buscamos e intentamos construir por diversos caminos.

De acuerdo a distintas acepciones, se dice que la felicidad no es una meta sino un proceso que se va edificando constantemente de acuerdo a la actitud, temperamento, carácter, resiliencia, fortaleza, capacidad de respuesta y manejo de las emociones de cada persona, así como del ambiente y contexto que nos rodea.

Hay quienes buscan la felicidad en el dinero, pensando que al tener más bienes y pertenencias podrán tener más seguridad, confort y alegría; siendo ésta búsqueda, en muchos de los casos, un viaje apresurado por la vida que impide gozar de las cosas sencillas y del calor familiar, por seguir acumulando riquezas; otros, buscan la manera rápida de conseguirlo, sin importar las formas.

Algunas personas sufren por no tener trabajo y otros que se lamentan por tener un lugar donde desempeñarse; hay quienes se quejan de los compañeros y otros que padecen de soledad y aislamiento; los que añoran tener hijos y algunos que los maltratan o abandonan. Dentro de toda esa ambigüedad y disparidad de comportamientos nos preguntamos:

Entonces, ¿Qué es la felicidad?, ¿Se puede aprender a ser feliz?, al entender la felicidad como un proceso interno que se construye y se elige por nosotros mismos, es necesario tomar conciencia de las cosas, evitando el practicar y estar cerca de personas que irradien: negatividad, ira, odio, rencores, depresiones, estrés, resentimientos, y por el contrario buscar a quienes alberguen emociones y pensamientos positivos, que nos hagan reír y fortalezcan nuestra autoestima; hacer actividades que nos propicien la autocomplacencia y satisfacción, buscar la paz, el buen humor y saborear cada instante de vida.

Me permito citar una máxima de Roosevelt, Presidente de Estados Unidos de América: “La alegría es la piedra filosofal que todo lo convierte en oro”. Una persona alegre, feliz y positiva es recibida con beneplácito en todos los lugares, porque viene reflejando esa luz que emana del interior y llena los espacios sombríos con chispas brillantes que opacan la tristeza y oscuridad.

Sin embargo, la felicidad no es algo absoluto que pueda permanecer indefinidamente en la persona sin cambio alguno, aprendemos a reconocer esos instantes felices porque hemos vislumbrado el dolor, apreciamos el sabor, el gusto, el amor, amistad, compañerismo, por haber conocido la soledad, tristeza, hambre, sed…

Que cada día sea una aventura llena de sorpresas, atrevámonos a intentar cosas nuevas, practicar algún deporte, leer un buen libro, cultivar nuevas amistades y cuidar las existentes; pertenecer a grupos donde se compartan afinidades, que el aprendizaje sea un reto constante y la convivencia armónica sea el eje rector de nuestra felicidad. Desarrollemos valores que han permanecido ocultos tras la sombra de la indiferencia; aprendamos a compartir el pan, la sal y nuestro tiempo con quienes más lo necesitan y con un espíritu renovado levantemos la vista para agradecer por la vida y todo lo que nos rodea.

Tomarnos el tiempo necesario para saborear y disfrutar las cosas cotidianas y ordinarias, dejar que la armonía de la música penetre por nuestros poros, bailar, cantar, reír, abrazar y amar hasta que duela, dijo la Madre Teresa de Calcuta.

Finalizamos con la siguiente interrogación: ¿De dónde proviene la felicidad? De esa fuente inagotable del Ser. Espejo que refleja nuestra esencia interior y exterior; ¡buena perspectiva y actitud! Y seamos felices.


La observación es la puerta que antecede al conocimiento y descubrimiento de las cosas; en la medida que se considera, analiza y enfoca la atención en un hecho, suceso, persona u objeto determinado, es posible encontrar aristas y puntos de referencia que antes habían pasado desapercibidos.

En la colonia Kepler, una de las casas tiene un letrero que atrapa la atención de todos los transeúntes: “Venimos a este mundo a ser felices…”, a primera vista es un mensaje simple, sin embargo, al analizarlo con más detenimiento y profundidad nos damos cuenta que es la primicia que todos buscamos e intentamos construir por diversos caminos.

De acuerdo a distintas acepciones, se dice que la felicidad no es una meta sino un proceso que se va edificando constantemente de acuerdo a la actitud, temperamento, carácter, resiliencia, fortaleza, capacidad de respuesta y manejo de las emociones de cada persona, así como del ambiente y contexto que nos rodea.

Hay quienes buscan la felicidad en el dinero, pensando que al tener más bienes y pertenencias podrán tener más seguridad, confort y alegría; siendo ésta búsqueda, en muchos de los casos, un viaje apresurado por la vida que impide gozar de las cosas sencillas y del calor familiar, por seguir acumulando riquezas; otros, buscan la manera rápida de conseguirlo, sin importar las formas.

Algunas personas sufren por no tener trabajo y otros que se lamentan por tener un lugar donde desempeñarse; hay quienes se quejan de los compañeros y otros que padecen de soledad y aislamiento; los que añoran tener hijos y algunos que los maltratan o abandonan. Dentro de toda esa ambigüedad y disparidad de comportamientos nos preguntamos:

Entonces, ¿Qué es la felicidad?, ¿Se puede aprender a ser feliz?, al entender la felicidad como un proceso interno que se construye y se elige por nosotros mismos, es necesario tomar conciencia de las cosas, evitando el practicar y estar cerca de personas que irradien: negatividad, ira, odio, rencores, depresiones, estrés, resentimientos, y por el contrario buscar a quienes alberguen emociones y pensamientos positivos, que nos hagan reír y fortalezcan nuestra autoestima; hacer actividades que nos propicien la autocomplacencia y satisfacción, buscar la paz, el buen humor y saborear cada instante de vida.

Me permito citar una máxima de Roosevelt, Presidente de Estados Unidos de América: “La alegría es la piedra filosofal que todo lo convierte en oro”. Una persona alegre, feliz y positiva es recibida con beneplácito en todos los lugares, porque viene reflejando esa luz que emana del interior y llena los espacios sombríos con chispas brillantes que opacan la tristeza y oscuridad.

Sin embargo, la felicidad no es algo absoluto que pueda permanecer indefinidamente en la persona sin cambio alguno, aprendemos a reconocer esos instantes felices porque hemos vislumbrado el dolor, apreciamos el sabor, el gusto, el amor, amistad, compañerismo, por haber conocido la soledad, tristeza, hambre, sed…

Que cada día sea una aventura llena de sorpresas, atrevámonos a intentar cosas nuevas, practicar algún deporte, leer un buen libro, cultivar nuevas amistades y cuidar las existentes; pertenecer a grupos donde se compartan afinidades, que el aprendizaje sea un reto constante y la convivencia armónica sea el eje rector de nuestra felicidad. Desarrollemos valores que han permanecido ocultos tras la sombra de la indiferencia; aprendamos a compartir el pan, la sal y nuestro tiempo con quienes más lo necesitan y con un espíritu renovado levantemos la vista para agradecer por la vida y todo lo que nos rodea.

Tomarnos el tiempo necesario para saborear y disfrutar las cosas cotidianas y ordinarias, dejar que la armonía de la música penetre por nuestros poros, bailar, cantar, reír, abrazar y amar hasta que duela, dijo la Madre Teresa de Calcuta.

Finalizamos con la siguiente interrogación: ¿De dónde proviene la felicidad? De esa fuente inagotable del Ser. Espejo que refleja nuestra esencia interior y exterior; ¡buena perspectiva y actitud! Y seamos felices.


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