/ viernes 18 de enero de 2019

El ateísmo

Ser ateo es una creencia meramente personal, sin duda alguna es una posición espiritual eminentemente negativa. Generalmente lo niegan quienes les conviene que no exista. Nadie que razone honestamente puede ser ateo.

Dios es amor, no una norma a la cual nos podemos afianzar tipo chamanismo, sino que implica la competencia sistemática de diversos factores, valores y posiciones que están más allá de la inteligencia humana como la fe, la cual es un don inmenso que primero demanda humildad y paciencia.

Cierto que Dios es un misterio invisible, que va de lo intangible a lo tangible, que es difícil comprobarlo por ciertos medios científicos, sin embargo aún así, lo respaldan varios de ellos, como el principio de causalidad que manifiesta “Que todo efecto tuvo una causa” y el tema de la existencia de Dios resuena en toda la tierra desde muy antiguo y tras generacionalmente ha persistido; de otra manera sería tema desconocido. El que Dios exista es también una probabilidad matemática y un derecho social llamado “El derecho a la duda”. Además lo respaldan bastantes creencias, experiencias, religiones y hasta cuestiones filosóficas, ello ha hecho que durante mucho tiempo sea la mejor explicación disponible.

El ateísmo no es una conquista, sino una claudicación que quiere hacer ver su postura como un logro cuando en realidad es una renuncia. Limitan su inteligencia a querer que se aplique únicamente lo material, lo que se pueda ver, oler y tocar. Coartan su razonamiento que desea volar por encima de lo sensible y le niegan el permiso de indagar más allá, de trascender hacia campos más elevados logrando solo amputar su potencial intelectual; pues cerrar la mente a lo trascendente y a lo posiblemente existente no es sino cerrar la mente.

Por otro lado es una creencia bastante desgarrada, sus representantes se comprenden cada vez menos y apenas se pueden encontrar dos cabezas que estén de acuerdo en sus reflexiones. Ellos, que dudan de la razón, son la torre de Babel de la actualidad; su defensa es la descalificación no razonamientos plausibles; en un dialogo son quienes profieren más improperios. Su filosofía pasa por el ocultismo, aunque se traten de revestir de cultura. Un ateo declaró en una ocasión: “No se trata de que no creamos en Dios; nosotros odiamos a Dios”. Tal vez sean doctos, pero ser creyentes nos hace ser mejores personas.

La arrogancia de negar lo divino, es caer en atentados contra Dios y contra lo que es sagrado, como las misas, la familia, los sitios y objetos de culto cristiano y contra los mismos creyentes quienes los irritan sobremanera a pesar de que hay una gran variedad de estos, por ello el peor momento del ateo es aquel en que se sienten agradecidos de algo y no saben a quién dar gracias. Dios siempre nos sorprenderá. Sigamos perseverando en su camino.

Ser ateo es una creencia meramente personal, sin duda alguna es una posición espiritual eminentemente negativa. Generalmente lo niegan quienes les conviene que no exista. Nadie que razone honestamente puede ser ateo.

Dios es amor, no una norma a la cual nos podemos afianzar tipo chamanismo, sino que implica la competencia sistemática de diversos factores, valores y posiciones que están más allá de la inteligencia humana como la fe, la cual es un don inmenso que primero demanda humildad y paciencia.

Cierto que Dios es un misterio invisible, que va de lo intangible a lo tangible, que es difícil comprobarlo por ciertos medios científicos, sin embargo aún así, lo respaldan varios de ellos, como el principio de causalidad que manifiesta “Que todo efecto tuvo una causa” y el tema de la existencia de Dios resuena en toda la tierra desde muy antiguo y tras generacionalmente ha persistido; de otra manera sería tema desconocido. El que Dios exista es también una probabilidad matemática y un derecho social llamado “El derecho a la duda”. Además lo respaldan bastantes creencias, experiencias, religiones y hasta cuestiones filosóficas, ello ha hecho que durante mucho tiempo sea la mejor explicación disponible.

El ateísmo no es una conquista, sino una claudicación que quiere hacer ver su postura como un logro cuando en realidad es una renuncia. Limitan su inteligencia a querer que se aplique únicamente lo material, lo que se pueda ver, oler y tocar. Coartan su razonamiento que desea volar por encima de lo sensible y le niegan el permiso de indagar más allá, de trascender hacia campos más elevados logrando solo amputar su potencial intelectual; pues cerrar la mente a lo trascendente y a lo posiblemente existente no es sino cerrar la mente.

Por otro lado es una creencia bastante desgarrada, sus representantes se comprenden cada vez menos y apenas se pueden encontrar dos cabezas que estén de acuerdo en sus reflexiones. Ellos, que dudan de la razón, son la torre de Babel de la actualidad; su defensa es la descalificación no razonamientos plausibles; en un dialogo son quienes profieren más improperios. Su filosofía pasa por el ocultismo, aunque se traten de revestir de cultura. Un ateo declaró en una ocasión: “No se trata de que no creamos en Dios; nosotros odiamos a Dios”. Tal vez sean doctos, pero ser creyentes nos hace ser mejores personas.

La arrogancia de negar lo divino, es caer en atentados contra Dios y contra lo que es sagrado, como las misas, la familia, los sitios y objetos de culto cristiano y contra los mismos creyentes quienes los irritan sobremanera a pesar de que hay una gran variedad de estos, por ello el peor momento del ateo es aquel en que se sienten agradecidos de algo y no saben a quién dar gracias. Dios siempre nos sorprenderá. Sigamos perseverando en su camino.