/ sábado 8 de junio de 2019

Que Se Abran Los Cielos

Sin duda alguna todos estaremos de acuerdo en la gran necesidad de cambios que nos ayude a vivir mejor en la vida personal, matrimonial, familiar y social en general. Este deseado cambio es posible cuando los cielos son abiertos y la bendición de Dios desciende.

Creo entonces, que ante esta gran necesidad debemos de darnos a la tarea con ahínco de buscar hoy más que nunca a Dios y que nuestro Señor en su inmensa misericordia nos favorezca con su bendición.

El profeta Isaías decía: ““OH si rasgases los cielos y descendieras” (Isaías 64:1a) A La luz de esta palabra, creo que para poder ver los cielos abiertos y la bendición de Dios, es necesario sentir antes que otra cosa, la necesidad de que los cielos se abran encima de nuestras cabezas.

Este versículo, es entonces, sin duda alguna, una intensa oración pidiendo la intervención divina en los asuntos humanos. Pero para poder ver los cielos abiertos, sobre nuestras cabezas, se requiere en primer lugar un rasgar de corazón Joel 2:13 dice: “Rasgad vuestro corazón, y no vuestros vestidos, y convertíos a Jehová vuestro Dios…” Es decir, un volver a Dios de todo corazón con un arrepentimiento verdadero por avernos alejado de Él con nuestros actos. En segundo lugar, una búsqueda continua, de su rostro, de su amor y de su misericordia.

Ahora, ¿qué podemos esperar que suceda cuando los cielos son abiertos? El mismo profeta Isaías tiene la respuesta: “A tu presencia se derritiesen los montes” (Isaías 61:1b) Cuando los cielos son abiertos y Dios desciende, se derriten los montes de dificultades creadas por el pecado del hombre, de egoísmo e indiferencia que cierran el canal de bendición.

Cualquier montaña sea humana, o espiritual, se derriten a la presencia de Dios. Una montaña es cualquier cosa que estorba en nuestro caminar diario. Las montañas cansan, terminan con las fuerzas, desaniman, muchos mueren en el intento de escalarlas. Este tipo de montañas no hay que escalarlas. No es necesario convertirse en alpinistas de este tipo de montañas. Cuando Dios descendió en Cristo en el pesebre de Belén hubo trompetas y cánticos angelicales. Y cuando Cristo subió al monte Calvario entre los gritos y alaridos de la gente y el llanto de quienes le amaban y seguían, los cielos se cerraron para después abrirse en el domingo glorioso de Su resurrección y traer salvación, sanidad, vida eterna, victoria y una vida de bendición y bienaventuranza a todos los que creemos y confiamos en El. Cristo ya subió la montaña de problemas y dificultades en el monte Calvario, y ganó allí la victoria para usted y para mí, para que nosotros no tengamos que escalar este tipo de montañas. Lo que ahora nos corresponde, es pedir que los cielos se abran y que este tipo de montañas sean derretidas, sean consumidas por su divina presencia. Pero para que las montañas se derritan, se muevan, se necesita fe, Jesús dijo: “…si tuvieras fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: Pásate de aquí allá, y se pasará, y nada os será imposible” (Mateo 17:20) ¿Se da cuenta? Cuando tenemos fe en Dios, la tristeza no tiene lugar, la amargura no tiene lugar, el desánimo no tiene lugar, el desaliento no tiene lugar, la indiferencia no tiene lugar, la depresión no tiene lugar, toda montaña se derrite a su presencia.

Cuando volvemos el rostro verdaderamente a Dios, Él desciende de tal manera, que es posible que los cambios anhelados sean realidad. Es entonces que el corazón del ser humano comienza a tener los motivos correctos, los afectos correctos, la vida correcta que agrada a Dios, y bendice a quienes están a nuestro lado.

Convenzámonos de una buena vez, los deseados cambios solo vienen de Dios, el salmista decía: “Alzaré mis ojos a los montes; ¿de dónde vendrá mi socorro? Mi socorro viene de Jehová, que hizo los cielos y la tierra” (Salmo 121:1-2) Y el salmo 145:5 dice: “Oh, Jehová inclina tus cielos y desciende; Toca los montes y humeen”

Meditemos por un momento como esta nuestro cielo: abierto, cerrado, o medio abierto, que para el caso es lo mismo. Pensemos que puede cerrar el cielo sobre nuestra cabeza y volvámonos a Dios pidiendo y sintiendo el deseo y la necesidad de que abra los cielos y nuestras montañas se derritan a su presencia. Y que, como dice la palabra de Dios en apocalipsis 21:1, podamos ver sobre nuestras cabezas un cielo nuevo, y bajo nuestros pies una tierra nueva.

Estimado lector crea en Dios, sea feliz en este mundo y un día vaya al cielo.


Sin duda alguna todos estaremos de acuerdo en la gran necesidad de cambios que nos ayude a vivir mejor en la vida personal, matrimonial, familiar y social en general. Este deseado cambio es posible cuando los cielos son abiertos y la bendición de Dios desciende.

Creo entonces, que ante esta gran necesidad debemos de darnos a la tarea con ahínco de buscar hoy más que nunca a Dios y que nuestro Señor en su inmensa misericordia nos favorezca con su bendición.

El profeta Isaías decía: ““OH si rasgases los cielos y descendieras” (Isaías 64:1a) A La luz de esta palabra, creo que para poder ver los cielos abiertos y la bendición de Dios, es necesario sentir antes que otra cosa, la necesidad de que los cielos se abran encima de nuestras cabezas.

Este versículo, es entonces, sin duda alguna, una intensa oración pidiendo la intervención divina en los asuntos humanos. Pero para poder ver los cielos abiertos, sobre nuestras cabezas, se requiere en primer lugar un rasgar de corazón Joel 2:13 dice: “Rasgad vuestro corazón, y no vuestros vestidos, y convertíos a Jehová vuestro Dios…” Es decir, un volver a Dios de todo corazón con un arrepentimiento verdadero por avernos alejado de Él con nuestros actos. En segundo lugar, una búsqueda continua, de su rostro, de su amor y de su misericordia.

Ahora, ¿qué podemos esperar que suceda cuando los cielos son abiertos? El mismo profeta Isaías tiene la respuesta: “A tu presencia se derritiesen los montes” (Isaías 61:1b) Cuando los cielos son abiertos y Dios desciende, se derriten los montes de dificultades creadas por el pecado del hombre, de egoísmo e indiferencia que cierran el canal de bendición.

Cualquier montaña sea humana, o espiritual, se derriten a la presencia de Dios. Una montaña es cualquier cosa que estorba en nuestro caminar diario. Las montañas cansan, terminan con las fuerzas, desaniman, muchos mueren en el intento de escalarlas. Este tipo de montañas no hay que escalarlas. No es necesario convertirse en alpinistas de este tipo de montañas. Cuando Dios descendió en Cristo en el pesebre de Belén hubo trompetas y cánticos angelicales. Y cuando Cristo subió al monte Calvario entre los gritos y alaridos de la gente y el llanto de quienes le amaban y seguían, los cielos se cerraron para después abrirse en el domingo glorioso de Su resurrección y traer salvación, sanidad, vida eterna, victoria y una vida de bendición y bienaventuranza a todos los que creemos y confiamos en El. Cristo ya subió la montaña de problemas y dificultades en el monte Calvario, y ganó allí la victoria para usted y para mí, para que nosotros no tengamos que escalar este tipo de montañas. Lo que ahora nos corresponde, es pedir que los cielos se abran y que este tipo de montañas sean derretidas, sean consumidas por su divina presencia. Pero para que las montañas se derritan, se muevan, se necesita fe, Jesús dijo: “…si tuvieras fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: Pásate de aquí allá, y se pasará, y nada os será imposible” (Mateo 17:20) ¿Se da cuenta? Cuando tenemos fe en Dios, la tristeza no tiene lugar, la amargura no tiene lugar, el desánimo no tiene lugar, el desaliento no tiene lugar, la indiferencia no tiene lugar, la depresión no tiene lugar, toda montaña se derrite a su presencia.

Cuando volvemos el rostro verdaderamente a Dios, Él desciende de tal manera, que es posible que los cambios anhelados sean realidad. Es entonces que el corazón del ser humano comienza a tener los motivos correctos, los afectos correctos, la vida correcta que agrada a Dios, y bendice a quienes están a nuestro lado.

Convenzámonos de una buena vez, los deseados cambios solo vienen de Dios, el salmista decía: “Alzaré mis ojos a los montes; ¿de dónde vendrá mi socorro? Mi socorro viene de Jehová, que hizo los cielos y la tierra” (Salmo 121:1-2) Y el salmo 145:5 dice: “Oh, Jehová inclina tus cielos y desciende; Toca los montes y humeen”

Meditemos por un momento como esta nuestro cielo: abierto, cerrado, o medio abierto, que para el caso es lo mismo. Pensemos que puede cerrar el cielo sobre nuestra cabeza y volvámonos a Dios pidiendo y sintiendo el deseo y la necesidad de que abra los cielos y nuestras montañas se derritan a su presencia. Y que, como dice la palabra de Dios en apocalipsis 21:1, podamos ver sobre nuestras cabezas un cielo nuevo, y bajo nuestros pies una tierra nueva.

Estimado lector crea en Dios, sea feliz en este mundo y un día vaya al cielo.