/ jueves 20 de junio de 2019

La flama se extingue

Ahí, en el centro de nuestros corazones una flama indómita ardió por varios siglos e irradió esperanza. El ferviente deseos de conquistar el mundo, entenderlo y con ello forjar una sociedad más feliz e igualitaria, alimentaba el fuego que superaba las más profundas adversidades y complejos problemas, así nuestra existencia era una dialéctica entre la fortaleza y el calor interno y la transformación con sentido.

El ser humano como raza pretendía enseñorearse de su realidad y ponerla a su disposición, al parecer esa fórmula no resultó como se pensó. Con el tiempo ese objetivo se distorsionó tanto, que en lugar de comprender nuestro entorno lo hemos relativizado y vuelto un sinsentido fútil. De camino nos hemos alejado de nosotros mismos y aniquilado nuestro propio autoconocimiento, y peor aún, el interés legítimo por los demás ha desaparecido en un arte de modales exagerados y diplomacia burda.

Nos sentimos solos, en un lugar que no comprendemos y por gente a la que creemos no interesarles y que por cierto tampoco nos interesa realmente, al menos ese es el sentir general. Todo se ha vuelto tan mecánico que con ello fingimos que todo está bajo control.

Las fiestas, las sustancias, el dinero, el placer desenfrenado, son el paliativo al sinsentido que juntos construimos, son el falso escape a una realidad que percibimos gris y sin una sustancia suficiente. Nos refugiamos en las compras, los excesos y visitamos cada vez la superficie de todo. La disputa por el poder y el tener se ha vuelto nuestra máxima preocupación algunos la muestran de forma directa y otros se agazapan por no sentirse aptos por conseguirlo. Incluso el conocimiento es una suerte fatua, pues pretendemos que la web tiene todas las respuestas humanamente posibles. Nuestro contacto con la gente es la suerte de una visita a su perfil en redes.

Lo cierto es que hemos desdibujado los múltiples sentidos de la vida y con ello sofocado la llama que habitaba en nuestro interior. Vivimos un tiempo donde nos disputamos por un montón de cosas tontas, pero desatendemos las cosas y las personas importantes. Estamos consumiendo nuestro planeta y sus recursos a pasos agigantados, casi hemos desaparecido la estructura social más íntima; la familia, no se diga las demás. Estamos aislados y esperanzados a la llegada de un caudillo o mesías que venga a solucionarlo todo. Nuestro mundo está tan estructurado, en un ordenamiento que nos es tan falso que la espontaneidad parece un lujo y necesitamos inmediatamente una salida.

Probablemente la respuesta esté en el fuego. En avivar nuestro interior y acabar con todos los excesos que hemos construido, debemos re pensar a la humanidad partiendo desde nuestra propia reinvención. Dejemos que el fuego de nuestro interior purgue todos los malos y corrija el destino que es nuestro. Que el fuego de nuestro interior consuma los excesos y la simulación. Hagamos la vida nuevamente nuestra, pongamos nuestra pasión en todo el quehacer, que el estudio, el trabajo y las relaciones sean el producto de nuestra más fuerte voluntad y deseo.

Solamente cuando dejemos que nuestra flama arda nuevamente y recuperemos nuestros deseos por ese mundo mejor, que no es una ficción, es una realidad latente y posible, lograremos disolver en el fuego las dudas y la profunda soledad. Solo nuestro fuego nos hará libres y hará que recuperemos el deseo por ese pensamiento que habíamos acuñado juntos y que en algún momento asumimos no era posible. La vida es nuestra y solo vale la pena cuando se vive para los demás en comunión con nuestra interioridad al descubierto. La flama no está extinta, sólo espera que nuestro coraje la haga arder nuevamente.La flama se extingue

Ahí, en el centro de nuestros corazones una flama indómita ardió por varios siglos e irradió esperanza. El ferviente deseos de conquistar el mundo, entenderlo y con ello forjar una sociedad más feliz e igualitaria, alimentaba el fuego que superaba las más profundas adversidades y complejos problemas, así nuestra existencia era una dialéctica entre la fortaleza y el calor interno y la transformación con sentido.

El ser humano como raza pretendía enseñorearse de su realidad y ponerla a su disposición, al parecer esa fórmula no resultó como se pensó. Con el tiempo ese objetivo se distorsionó tanto, que en lugar de comprender nuestro entorno lo hemos relativizado y vuelto un sinsentido fútil. De camino nos hemos alejado de nosotros mismos y aniquilado nuestro propio autoconocimiento, y peor aún, el interés legítimo por los demás ha desaparecido en un arte de modales exagerados y diplomacia burda.

Nos sentimos solos, en un lugar que no comprendemos y por gente a la que creemos no interesarles y que por cierto tampoco nos interesa realmente, al menos ese es el sentir general. Todo se ha vuelto tan mecánico que con ello fingimos que todo está bajo control.

Las fiestas, las sustancias, el dinero, el placer desenfrenado, son el paliativo al sinsentido que juntos construimos, son el falso escape a una realidad que percibimos gris y sin una sustancia suficiente. Nos refugiamos en las compras, los excesos y visitamos cada vez la superficie de todo. La disputa por el poder y el tener se ha vuelto nuestra máxima preocupación algunos la muestran de forma directa y otros se agazapan por no sentirse aptos por conseguirlo. Incluso el conocimiento es una suerte fatua, pues pretendemos que la web tiene todas las respuestas humanamente posibles. Nuestro contacto con la gente es la suerte de una visita a su perfil en redes.

Lo cierto es que hemos desdibujado los múltiples sentidos de la vida y con ello sofocado la llama que habitaba en nuestro interior. Vivimos un tiempo donde nos disputamos por un montón de cosas tontas, pero desatendemos las cosas y las personas importantes. Estamos consumiendo nuestro planeta y sus recursos a pasos agigantados, casi hemos desaparecido la estructura social más íntima; la familia, no se diga las demás. Estamos aislados y esperanzados a la llegada de un caudillo o mesías que venga a solucionarlo todo. Nuestro mundo está tan estructurado, en un ordenamiento que nos es tan falso que la espontaneidad parece un lujo y necesitamos inmediatamente una salida.

Probablemente la respuesta esté en el fuego. En avivar nuestro interior y acabar con todos los excesos que hemos construido, debemos re pensar a la humanidad partiendo desde nuestra propia reinvención. Dejemos que el fuego de nuestro interior purgue todos los malos y corrija el destino que es nuestro. Que el fuego de nuestro interior consuma los excesos y la simulación. Hagamos la vida nuevamente nuestra, pongamos nuestra pasión en todo el quehacer, que el estudio, el trabajo y las relaciones sean el producto de nuestra más fuerte voluntad y deseo.

Solamente cuando dejemos que nuestra flama arda nuevamente y recuperemos nuestros deseos por ese mundo mejor, que no es una ficción, es una realidad latente y posible, lograremos disolver en el fuego las dudas y la profunda soledad. Solo nuestro fuego nos hará libres y hará que recuperemos el deseo por ese pensamiento que habíamos acuñado juntos y que en algún momento asumimos no era posible. La vida es nuestra y solo vale la pena cuando se vive para los demás en comunión con nuestra interioridad al descubierto. La flama no está extinta, sólo espera que nuestro coraje la haga arder nuevamente.La flama se extingue