Recorriendo por horas el desierto jimenense, para llegar a las abruptas brechas que llevan al cenote más profundo de Latinoamérica, conocido como “El Hundido”, fue como decenas de socorristas, ataviados con largas sogas, arneses y hasta botes inflables, lograron el rescate del doctor Rodolfo Martínez.
Fue en una tarde dominical como cualquier otra, la cual vio su rutina cambiada con la noticia de la tragedia que corrió como reguero de pólvora. El doctor Martínez había caído a las entrañas de su “hundido”, uno de los cenotes más famosos en el estado y el más profundo en América Latina.
Socorristas y paramédicos de Jiménez se movilizaron al intrincado lugar, el cual para llegar hay que tomar la autopista a Torreón, para posteriormente doblar a la carretera a Escalón, para de ahí continuar hacia el ejido liberación, el cual dista cerca de 20 kilómetros del lugar del accidente, que de Jiménez, queda a poco más de dos horas de recorrido.
Sin embargo no basta con conducir para llegar al lugar, el camino ofrece accidentadas brechas desérticas rodeadas de maleza y donde la tierra levantada por la fricción de los neumáticos forma tolvaneras que acortan la visibilidad del camino.
Esta travesía fue adoptada por amor a la vocación de servir de socorristas de Parral y de Chihuahua, quienes sin dudar tomaron sus diligencias conformadas por vehículos y equipo de rescate, en el que figuraban cuerdas, poleas, arneses, canastas, camillas y hasta botes inflables.
Y es que el hundido deja correr, en sus profundidades, ríos subterráneos que desembocan en la región de La Laguna, por lo que era posible tener que navegar en las entrañas de este capricho de la naturaleza, para rescatar el cuerpo accidentado.
Es invierno, pero en el día el sol no tiene clemencia en el desierto, por lo que a pesar de que el aire sopla frío, el sol tuesta la piel y calienta las ropas y vehículos, en el que viajan aquellos motivados por servir.
Cuando el camino parece no terminar, se ve a lo alto de una elevación la estructura de un malacate metálico, el cual es movido por un motor de 250 caballos de fuerza, que a su vez es alimentado por celdas solares.
Fue en ese punto donde se pudo ver a los temerarios socorristas, que sin importar colores, algunos rojos, algunos azules y otros de negro o gris, cual maquinaria perfecta, cada elemento realiza su función.
La fiereza de "El Hundido" que, con sus filosas fauces de roca con colmillos de roca salientes, amenazaban con dañar las sogas y golpear a quienes por valor, o bien destreza y conocimiento, emprendieran el descenso al estómago de esta formación caprichosa y peligrosa, pero a la vez perfecta de la naturaleza.
Tras idear un mecanismo de sujeción, hecho arneses y poleas, fue como dos jóvenes, de nombre Ángel y Abraham, de la "capital del Mundo" y la capital del estado, respectivamente, rapelearon por la tráquea de la fiera conocida como "El Hundido", a la cual ya se había bajado una canasta para colocar el cuerpo de quien en todo momento, fue llamado “el paciente”.
Camionetas de las diferentes corporaciones y ambulancias rodeaban la escena, como si fueran vallas que cercan el epicentro donde se desarrollaría, tal vez uno de los rescates más complicados en la región sur del estado.
Pese a que la maniobra y la estrategia fueron preparadas a milímetro, la cautela y las medidas de seguridad para evitar que el hoyo se tragara a alguien más, el rescate se prolongó por cerca de cuatro horas.
El ambiente era tenso, triste y hasta lúgubre. En esta ocasión, la familia de doctor Martínez no veía el rescate de alguien desconocido en la televisión o en un video, tenían lugar de primera fila para presenciar el momento que acabaría de darle un zumo de hiel al lamentable suceso.
Fue así que los jóvenes socorristas llegaron a las entrañas de "El Hundido", donde desafortunadamente "el paciente" yacía vencido tras caer al abismo. Por lo que fue colocado en la canastilla que lo llevaría al exterior.
Uno después de otro, fue como paciente y socorristas emergieron de las penumbras con la ayuda de los demás héroes anónimos, quienes se aferraban para jalar la soga que devolvería la luz al elenco principal de esta puesta.
Sin embargo, esa es sólo la perspectiva y la visión del espectador, de quien mira para escribir y capturar la foto del momento. Los rostros cubiertos por el brillo del sudor de los rescatistas, tostados por el sol, el gesto de fatiga y la respiración de cansancio, daba por entendido lo fácil que es ver y redactar, más no lo difícil y arduo que es enfrentar temores para poder actuar.