/ domingo 16 de diciembre de 2018

Cuando la Navidad es sólo una ilusión...

Para Trini, Aarón y mamá

Las lágrimas ruedan por las mejillas de Martha al recordar las Navidades pasadas y la pobreza en que ella y su familia la han pasado. Sus dos pequeños nunca han recibido un regalo. Y lo que para ella es peor: no han tenido siquiera una cena digna.

El fantasma de las Navidades ha perseguido a la familia Armendáriz Tarín, como si fuera el “cuento de navidad” de Charles Dickens. No han tenido ni para comer, menos pensar en los regalos para los pequeños. El sueldo de la madre y sostén del hogar no alcanza para mucho.

“Pagamos la renta o comemos…”, afirma Martha al ver a sus hijos jugando con un pequeño peluche. Vive en una casa en la calle Ramos Arizpe número 48, paga mil pesos de renta cada mes, la mitad de lo que gana limpiando casas. El resto lo tiene que “chiquitear” para que alcancen a comer los 30 días. Y si no, pide a los vecinos maseca y sal para hacer tortillas en una estufa de leña que, a su vez, calienta el hogar.

Llora al recordar cómo ha tenido que sobrellevar en otros años la celebración del nacimiento del niño Jesús, viendo cómo para sus hijos es una noche cualquiera, cenando sopa y sin juguetes para divertirse. Sólo un pequeño peluche color amarillo.

Sus dos hijos Trini, de 10 años y Aarón de 11, estudian en el turno de la tarde en la escuela Insurgentes en la colonia Real de Victoria. Eligieron este turno para salir por las mañanas en busca de chatarra y botes de aluminio para vender y ayudar un poco en los gastos. “¡Una vez gané 70 pesos!” Dijo emocionado el niño menor.

Trabajadores y estudiosos, pues en la escuela llevan promedio de 9. Los libros están mal apilados en el suelo; abiertos donde se nota que estaban leyendo o haciendo tarea.

Aunque Trini y Aarón a su corta edad no han recibido regalos en Navidad, nunca se han acostumbrado a esta carencia, pues año con año ven cómo los niños reciben regalos de un tal “Santa”, un señor barrigón que lleva presentes “a los que se portan bien”, pero no a ellos. Pese a que son bien portados, parece que a ese hombre barbón y vestido de rojo, se le olvida llegar a casa.

El mayor de los dos, Aarón, lleva tres años anhelando una camioneta “Monster” de control remoto, como la que le regalaron una vez a un amigo. “¡De esas que dan volteretas y nunca se detienen, aunque haya mal terreno!”, exclamó ilusionado.

Por su parte, “Trini”, como siempre le han dicho, quiere una bicicleta de montaña y así recorrer más terreno cuando sale a buscar chatarra para vender.

A pesar de sus carencias, ellos son felices. Se tienen el uno al otro. A su corta edad no se dan cuenta por lo que pasa su madre a diario, luchando para que no les falte alimento, que es lo que más preocupa. “Hay días que no tenemos para comer, tampoco para pagar la renta”, dice con lágrimas temiendo que sus hijos vayan débiles y hambrientos a la escuela. Y peor, que los echen del hogar. Y aunque toda la casa se gotea cuando llueve, es mejor eso que no tener paredes que les cubran del frío viento.

Su hogar no está amueblado. Ni siquiera tienen refrigerador u otros muebles que cualquiera esperaría ver en una vivienda.

Pero el amor fluye en la familia. Para su madre son su más grande tesoro. Los tres duermen en un colchón sobre el suelo. Un cuarto donde tienen una pequeña y antigua televisión conectada a un reproductor DVD, en donde los pequeños a veces se divierten. Se saben las películas de memoria de tantas veces que las ven, pues además no tienen muchas…

Las lágrimas ruedan por las mejillas de Martha al recordar las Navidades pasadas y la pobreza en que ella y su familia la han pasado. Sus dos pequeños nunca han recibido un regalo. Y lo que para ella es peor: no han tenido siquiera una cena digna.

El fantasma de las Navidades ha perseguido a la familia Armendáriz Tarín, como si fuera el “cuento de navidad” de Charles Dickens. No han tenido ni para comer, menos pensar en los regalos para los pequeños. El sueldo de la madre y sostén del hogar no alcanza para mucho.

“Pagamos la renta o comemos…”, afirma Martha al ver a sus hijos jugando con un pequeño peluche. Vive en una casa en la calle Ramos Arizpe número 48, paga mil pesos de renta cada mes, la mitad de lo que gana limpiando casas. El resto lo tiene que “chiquitear” para que alcancen a comer los 30 días. Y si no, pide a los vecinos maseca y sal para hacer tortillas en una estufa de leña que, a su vez, calienta el hogar.

Llora al recordar cómo ha tenido que sobrellevar en otros años la celebración del nacimiento del niño Jesús, viendo cómo para sus hijos es una noche cualquiera, cenando sopa y sin juguetes para divertirse. Sólo un pequeño peluche color amarillo.

Sus dos hijos Trini, de 10 años y Aarón de 11, estudian en el turno de la tarde en la escuela Insurgentes en la colonia Real de Victoria. Eligieron este turno para salir por las mañanas en busca de chatarra y botes de aluminio para vender y ayudar un poco en los gastos. “¡Una vez gané 70 pesos!” Dijo emocionado el niño menor.

Trabajadores y estudiosos, pues en la escuela llevan promedio de 9. Los libros están mal apilados en el suelo; abiertos donde se nota que estaban leyendo o haciendo tarea.

Aunque Trini y Aarón a su corta edad no han recibido regalos en Navidad, nunca se han acostumbrado a esta carencia, pues año con año ven cómo los niños reciben regalos de un tal “Santa”, un señor barrigón que lleva presentes “a los que se portan bien”, pero no a ellos. Pese a que son bien portados, parece que a ese hombre barbón y vestido de rojo, se le olvida llegar a casa.

El mayor de los dos, Aarón, lleva tres años anhelando una camioneta “Monster” de control remoto, como la que le regalaron una vez a un amigo. “¡De esas que dan volteretas y nunca se detienen, aunque haya mal terreno!”, exclamó ilusionado.

Por su parte, “Trini”, como siempre le han dicho, quiere una bicicleta de montaña y así recorrer más terreno cuando sale a buscar chatarra para vender.

A pesar de sus carencias, ellos son felices. Se tienen el uno al otro. A su corta edad no se dan cuenta por lo que pasa su madre a diario, luchando para que no les falte alimento, que es lo que más preocupa. “Hay días que no tenemos para comer, tampoco para pagar la renta”, dice con lágrimas temiendo que sus hijos vayan débiles y hambrientos a la escuela. Y peor, que los echen del hogar. Y aunque toda la casa se gotea cuando llueve, es mejor eso que no tener paredes que les cubran del frío viento.

Su hogar no está amueblado. Ni siquiera tienen refrigerador u otros muebles que cualquiera esperaría ver en una vivienda.

Pero el amor fluye en la familia. Para su madre son su más grande tesoro. Los tres duermen en un colchón sobre el suelo. Un cuarto donde tienen una pequeña y antigua televisión conectada a un reproductor DVD, en donde los pequeños a veces se divierten. Se saben las películas de memoria de tantas veces que las ven, pues además no tienen muchas…

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