/ domingo 17 de abril de 2022

El misterio del espectro de la carretera de Cuauhtémoc a Chihuahua

Nunca salgas sin suficiente reserva de combustible

Esa mañana Aurora salió a temprana hora de ciudad Cuauhtémoc con rumbo a la capital. La menor de sus hijas cursaba el último semestre del bachillerato y una reunión de padres hizo que adelantara su salida del municipio por un par de días y dejara un jueves el pequeño negocio familiar para dirigirse a la capital del estado.

Pese a que el sol aún no salía, sentía que ya era tarde, pues debía estar a más tardar a las siete en Chihuahua, por lo que apenas se aseó, tomó las llaves de la camioneta y emprendió marcha a toda prisa por aquella carretera.

El apuro, sin embargo, no le permitió tomar las precauciones típicas en su rutina de viaje, pues no notó, hasta que estuvo ya a pocos kilómetros de Santa Isabel, que se estaba quedando sin gasolina.

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Apenas cayó en cuenta de su descuido comenzó a pedir al cielo que el combustible en su pick-up alcanzara a darle lo suficiente para llegar al menos hasta la próxima gasolinera, sin embargo, su principal temor no era el que la camioneta terminara apagándose, sino que ocurriera a esas horas en medio de la nada y verse obligada a pedir aventón.

En esos tiempos no era común el uso de celulares y solo algunos tenían la costumbre de llevarlo siempre consigo. Aurora era una de esas personas que aún se resistían a comprar un teléfono móvil, sin embargo, en ese preciso momento hubiera pagado tres veces el costo de cualquier celular sólo para poderse comunicar con su esposo y pedirle acudiera en su auxilio en caso de requerirlo.

Absorta en este pensamiento, una sacudida le hizo volver en sí, cuando el motor de la camioneta pareció emitir una especie de tos y su marcha comenzó a bajar la velocidad. La gasolina se había acabado a escasos quince kilómetros de la próxima estación y su temor se había hecho realidad.

Pese a la angustia que sentía, no dejó que esto le hiciera entrar en pánico y rogando al cielo, intentó de nuevo dar marcha a la camioneta. Pero el esfuerzo y la súplica fueron en vano, pues el tanque de su pickup estaba seco.

Luego de unos minutos, al ver que sus esfuerzos no rendían frutos, descendió de la camioneta y colocó los señalamientos junto a la carretera para esperar a que pasara algún auto o transportista que pudiera ayudarle. Sin embargo, la hora del día no estaba a su favor, por lo que únicamente hizo contacto a la distancia con un par de coches.

El sol en el horizonte comenzó a dar brochazos en el cielo y sintió que al menos ahora tendría algo de luz mientras esperaba a que alguien se apiadara de ella y la acercara a la próxima estación de gasolina.

Miró a lo lejos a la carretera en ambas direcciones y al no ver señales de vida abrió la puerta de su camioneta para entrar y resguardarse del frío de la mañana, pero cuando se disponía a entrar, escuchó detrás suyo una voz grave; al girar miro el rostro de un joven alto, delgado, de piel pálida y de ropa blanca.

-¿Se encuentra bien? ¿Le puedo ayudar? -dijo el joven con un tono calmado. Al escuchar esas palabras, Aurora dio un suspiro y agradeció al joven su interés y le comentó que se había quedado sin combustible.

Este escuchó a la mujer y le comentó que aguardaría allí con ella para que no estuviera a solas en el camino. Aunque pasaron un par de vehículos, ninguno se detuvo a atender a Aurora, quien al ver de nuevo que el camino estaba despejado, invitó al joven a pasar a la camioneta para al menos resguardarse de clima.

Una vez en el interior, el joven le indicó a Aurora que intentara encender de nuevo el motor, “quizás ahora sí encienda”, dijo mientras tocaba con su dedo la ranura de la llave.

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Aurora giró la pieza y en ese momento el motor emitió un fuerte rugido, indicando que todo estaba en orden y podía continuar con su camino, sorprendida, la mujer preguntó al joven si podía llevarlo a algún lado pues notó que estaba solo e iba a pie.

El joven agradeció el gesto de Aurora y aceptó que lo llevara a la ciudad con ella para terminar algunos asuntos pendientes. Recorrieron entonces algunos kilómetros sin problemas antes de que de nuevo el vehículo se apagara, esta vez, milagrosamente, justo frente a la gasolinera.

Entonces el joven descendió del vehículo y empujo él sólo el pesado automotor cruzando el camino hasta una de las bombas de la gasolinera. Aurora llenó esta vez el tanque y agradeciendo al joven y a su infinita suerte; abordaron ambos la pickup llegando sin problemas hasta la capital del estado.

En agradecimiento, Aurora invitó al joven Jazbelle (como dijo llamarse) a su casa a desayunar, donde lo presentó con sus hijas, a quienes dijo que le estaba muy agradecida por haberle ayudado. Aunque el muchacho habló poco, le indicó a Aurora que estaba solo de paso y debía volver a donde le encontró apenas terminara con algunos asuntos. Entonces ella se ofreció a llevarle de vuelta en cuanto hiciera lo que tenía que hacer en la ciudad y acordó verse con Jazbelle frente a la catedral.

Al llegar la hora pactada para reencontrarse, aquél misterioso joven no apareció por ningún lado y, pese a que estuvo esperando por casi una hora, Aurora jamás volvió a saber de él.

¿Un ángel?, ¿alma en pena?, ¿un extraterrestre?, ¿solo un joven que pasaba por el lugar? A la fecha Aurora no logra explicar qué o quién fue aquel extraño muchacho que apareció en medio de la nada para ayudarla.

Facebook: Crónicas de Terror en Chihuahua

Esa mañana Aurora salió a temprana hora de ciudad Cuauhtémoc con rumbo a la capital. La menor de sus hijas cursaba el último semestre del bachillerato y una reunión de padres hizo que adelantara su salida del municipio por un par de días y dejara un jueves el pequeño negocio familiar para dirigirse a la capital del estado.

Pese a que el sol aún no salía, sentía que ya era tarde, pues debía estar a más tardar a las siete en Chihuahua, por lo que apenas se aseó, tomó las llaves de la camioneta y emprendió marcha a toda prisa por aquella carretera.

El apuro, sin embargo, no le permitió tomar las precauciones típicas en su rutina de viaje, pues no notó, hasta que estuvo ya a pocos kilómetros de Santa Isabel, que se estaba quedando sin gasolina.

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Apenas cayó en cuenta de su descuido comenzó a pedir al cielo que el combustible en su pick-up alcanzara a darle lo suficiente para llegar al menos hasta la próxima gasolinera, sin embargo, su principal temor no era el que la camioneta terminara apagándose, sino que ocurriera a esas horas en medio de la nada y verse obligada a pedir aventón.

En esos tiempos no era común el uso de celulares y solo algunos tenían la costumbre de llevarlo siempre consigo. Aurora era una de esas personas que aún se resistían a comprar un teléfono móvil, sin embargo, en ese preciso momento hubiera pagado tres veces el costo de cualquier celular sólo para poderse comunicar con su esposo y pedirle acudiera en su auxilio en caso de requerirlo.

Absorta en este pensamiento, una sacudida le hizo volver en sí, cuando el motor de la camioneta pareció emitir una especie de tos y su marcha comenzó a bajar la velocidad. La gasolina se había acabado a escasos quince kilómetros de la próxima estación y su temor se había hecho realidad.

Pese a la angustia que sentía, no dejó que esto le hiciera entrar en pánico y rogando al cielo, intentó de nuevo dar marcha a la camioneta. Pero el esfuerzo y la súplica fueron en vano, pues el tanque de su pickup estaba seco.

Luego de unos minutos, al ver que sus esfuerzos no rendían frutos, descendió de la camioneta y colocó los señalamientos junto a la carretera para esperar a que pasara algún auto o transportista que pudiera ayudarle. Sin embargo, la hora del día no estaba a su favor, por lo que únicamente hizo contacto a la distancia con un par de coches.

El sol en el horizonte comenzó a dar brochazos en el cielo y sintió que al menos ahora tendría algo de luz mientras esperaba a que alguien se apiadara de ella y la acercara a la próxima estación de gasolina.

Miró a lo lejos a la carretera en ambas direcciones y al no ver señales de vida abrió la puerta de su camioneta para entrar y resguardarse del frío de la mañana, pero cuando se disponía a entrar, escuchó detrás suyo una voz grave; al girar miro el rostro de un joven alto, delgado, de piel pálida y de ropa blanca.

-¿Se encuentra bien? ¿Le puedo ayudar? -dijo el joven con un tono calmado. Al escuchar esas palabras, Aurora dio un suspiro y agradeció al joven su interés y le comentó que se había quedado sin combustible.

Este escuchó a la mujer y le comentó que aguardaría allí con ella para que no estuviera a solas en el camino. Aunque pasaron un par de vehículos, ninguno se detuvo a atender a Aurora, quien al ver de nuevo que el camino estaba despejado, invitó al joven a pasar a la camioneta para al menos resguardarse de clima.

Una vez en el interior, el joven le indicó a Aurora que intentara encender de nuevo el motor, “quizás ahora sí encienda”, dijo mientras tocaba con su dedo la ranura de la llave.

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Aurora giró la pieza y en ese momento el motor emitió un fuerte rugido, indicando que todo estaba en orden y podía continuar con su camino, sorprendida, la mujer preguntó al joven si podía llevarlo a algún lado pues notó que estaba solo e iba a pie.

El joven agradeció el gesto de Aurora y aceptó que lo llevara a la ciudad con ella para terminar algunos asuntos pendientes. Recorrieron entonces algunos kilómetros sin problemas antes de que de nuevo el vehículo se apagara, esta vez, milagrosamente, justo frente a la gasolinera.

Entonces el joven descendió del vehículo y empujo él sólo el pesado automotor cruzando el camino hasta una de las bombas de la gasolinera. Aurora llenó esta vez el tanque y agradeciendo al joven y a su infinita suerte; abordaron ambos la pickup llegando sin problemas hasta la capital del estado.

En agradecimiento, Aurora invitó al joven Jazbelle (como dijo llamarse) a su casa a desayunar, donde lo presentó con sus hijas, a quienes dijo que le estaba muy agradecida por haberle ayudado. Aunque el muchacho habló poco, le indicó a Aurora que estaba solo de paso y debía volver a donde le encontró apenas terminara con algunos asuntos. Entonces ella se ofreció a llevarle de vuelta en cuanto hiciera lo que tenía que hacer en la ciudad y acordó verse con Jazbelle frente a la catedral.

Al llegar la hora pactada para reencontrarse, aquél misterioso joven no apareció por ningún lado y, pese a que estuvo esperando por casi una hora, Aurora jamás volvió a saber de él.

¿Un ángel?, ¿alma en pena?, ¿un extraterrestre?, ¿solo un joven que pasaba por el lugar? A la fecha Aurora no logra explicar qué o quién fue aquel extraño muchacho que apareció en medio de la nada para ayudarla.

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