/ domingo 20 de enero de 2019

Ajedrez para la Paz (1/II)

Opinión

Uno de los acontecimientos más relevantes que marcó mi niñez, ocurrió en 1997: Garry Kazparov, considerado el mejor jugador de ajedrez de todos los tiempos, se enfrentaba a Deep Blue, un poderoso operador de computadora de IBM. El género humano depositaba en el ruso todas sus exceptivas para que salvara a la humanidad de la máquina, ante los asomos más palpables de la revolución tecnológica.

El movimiento de una torre –pieza que representa el pensamiento lineal- a un sitio que no tenía sentido por parte del ordenador, terminó por atormentar la mente de Kasparov, quien finalmente, para desgracia de la humanidad, fue derrotado. Hoy se sabe que ese movimiento impredecible fue consecuencia de un error en la programación de Deep Blue.

Desde ese momento, el ajedrez dejó de ser para mí solamente un juego.

El ajedrez, desde sus orígenes en el siglo VI, enmarcado en las epopeyas de la India bélica y combates fratricidas, es considerado como un juego de guerra. A lo largo de su historia, ha sido el elemento focal de disputas no solamente en el plano deportivo, sino político e ideológico. También, a través del ajedrez, se han motivado y representado alegóricamente contextos sociales de altísima relevancia en diversas partes del mundo.

Un momento paradigmático, ocurre en el siglo XVIII con François André Danican Philidor, el mejor ajedrecista del mundo en esa época y destacado músico francés, quien asentó la contundente frase “Los peones son el alma del ajedrez”. Este adagio, fue el preámbulo para que los peones de la sociedad del país galo, enarbolaran los postulados de la libertad, la igualdad y la fraternidad en la Revolución Francesa.

Durante la guerra fría se confrontaron dos visiones antagónicas del mundo. Esa dualidad, misma que se expresa en el mosaico del tablero y en nosotros mismos, llevaron a la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y a los Estados Unidos de América a disputarse la hegemonía global. La contienda encontró en la conquista del espacio, el avance en las ciencias y las artes, la evolución de la tecnología y marcadamente en el ajedrez, batallas altísimamente relevantes.

Fue en 1972, después de 24 años de que los soviéticos sostuvieran el campeonato del mundo, que Boddy Fischer de los Estados Unidos derrotara a Boris Spassky de la Unión Soviética en lo que se considera el match del siglo. La guerra nuclear entre ambas potencias, tuvo su momento cumbre de tensión, durante la disputa en el reino de las 64 casillas.

Paradójicamente, tanto Fischer como Spassky terminaron siendo perseguidos por los gobiernos de sus países, y asilados en naciones diversas.

Las batallas del tablero de ajedrez, dejaron de ser solamente alegóricas. Tan lejos de la España Musulmana, donde Alfonso X “el sabio”, había señalado que el ajedrez era herramienta muy útil para la buena convivencia de judíos, musulmanes y cristianos.

Sin embargo el ajedrez también ha servido como elemento reivindicador de causas sociales, por ejemplo respecto del papel de la mujer en la sociedad: el ajedrez arábigo no contaba con ninguna figura femenina, sin embargo al día de hoy, la pieza más potente del tablero, es la dama. Cualquier parecido con nuestra realidad, no es mera coincidencia.

Ahora bien, la batalla más cruel del ajedrez es la que enfrentamos contra nosotros mismos. Al escapar soberanamente a la tiranía del azar, la victoria se debe única y exclusivamente a la inteligencia. Perder una partida, nos hace enfrenarnos abrumadoramente con nuestra realidad, lo cual no pocas veces, a edades tempranas, resulta traumatizante.

Por ello, el ajedrez enfrenta el reto de ser relanzado y reivindicado, haciéndolo accesible a todas y todos, con la finalidad de enseñarnos a aprender hábitos y destrezas de pensamiento, pero también al manejo de las emociones.

Sin duda, el ajedrez es una gran herramienta para fomentar el pensamiento estratégico, en valorar alternativas y controlar nuestros impulsos. Es una aleccionadora alegoría del hermoso desafío que la vida nos propone

Debemos pues, impulsar un ajedrez en el que todos ganemos, en el que se afile el espíritu, se estimule el alma y se promueva la paz. En mi niñez parralense de 1997, eso me hubiera resultado muy útil para asimilar mejor el momento en el que la máquina venció a la humanidad. Una maquina hecha humanos.

En la siguiente entrega abordaré estrategias para lograrlo.

Uno de los acontecimientos más relevantes que marcó mi niñez, ocurrió en 1997: Garry Kazparov, considerado el mejor jugador de ajedrez de todos los tiempos, se enfrentaba a Deep Blue, un poderoso operador de computadora de IBM. El género humano depositaba en el ruso todas sus exceptivas para que salvara a la humanidad de la máquina, ante los asomos más palpables de la revolución tecnológica.

El movimiento de una torre –pieza que representa el pensamiento lineal- a un sitio que no tenía sentido por parte del ordenador, terminó por atormentar la mente de Kasparov, quien finalmente, para desgracia de la humanidad, fue derrotado. Hoy se sabe que ese movimiento impredecible fue consecuencia de un error en la programación de Deep Blue.

Desde ese momento, el ajedrez dejó de ser para mí solamente un juego.

El ajedrez, desde sus orígenes en el siglo VI, enmarcado en las epopeyas de la India bélica y combates fratricidas, es considerado como un juego de guerra. A lo largo de su historia, ha sido el elemento focal de disputas no solamente en el plano deportivo, sino político e ideológico. También, a través del ajedrez, se han motivado y representado alegóricamente contextos sociales de altísima relevancia en diversas partes del mundo.

Un momento paradigmático, ocurre en el siglo XVIII con François André Danican Philidor, el mejor ajedrecista del mundo en esa época y destacado músico francés, quien asentó la contundente frase “Los peones son el alma del ajedrez”. Este adagio, fue el preámbulo para que los peones de la sociedad del país galo, enarbolaran los postulados de la libertad, la igualdad y la fraternidad en la Revolución Francesa.

Durante la guerra fría se confrontaron dos visiones antagónicas del mundo. Esa dualidad, misma que se expresa en el mosaico del tablero y en nosotros mismos, llevaron a la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y a los Estados Unidos de América a disputarse la hegemonía global. La contienda encontró en la conquista del espacio, el avance en las ciencias y las artes, la evolución de la tecnología y marcadamente en el ajedrez, batallas altísimamente relevantes.

Fue en 1972, después de 24 años de que los soviéticos sostuvieran el campeonato del mundo, que Boddy Fischer de los Estados Unidos derrotara a Boris Spassky de la Unión Soviética en lo que se considera el match del siglo. La guerra nuclear entre ambas potencias, tuvo su momento cumbre de tensión, durante la disputa en el reino de las 64 casillas.

Paradójicamente, tanto Fischer como Spassky terminaron siendo perseguidos por los gobiernos de sus países, y asilados en naciones diversas.

Las batallas del tablero de ajedrez, dejaron de ser solamente alegóricas. Tan lejos de la España Musulmana, donde Alfonso X “el sabio”, había señalado que el ajedrez era herramienta muy útil para la buena convivencia de judíos, musulmanes y cristianos.

Sin embargo el ajedrez también ha servido como elemento reivindicador de causas sociales, por ejemplo respecto del papel de la mujer en la sociedad: el ajedrez arábigo no contaba con ninguna figura femenina, sin embargo al día de hoy, la pieza más potente del tablero, es la dama. Cualquier parecido con nuestra realidad, no es mera coincidencia.

Ahora bien, la batalla más cruel del ajedrez es la que enfrentamos contra nosotros mismos. Al escapar soberanamente a la tiranía del azar, la victoria se debe única y exclusivamente a la inteligencia. Perder una partida, nos hace enfrenarnos abrumadoramente con nuestra realidad, lo cual no pocas veces, a edades tempranas, resulta traumatizante.

Por ello, el ajedrez enfrenta el reto de ser relanzado y reivindicado, haciéndolo accesible a todas y todos, con la finalidad de enseñarnos a aprender hábitos y destrezas de pensamiento, pero también al manejo de las emociones.

Sin duda, el ajedrez es una gran herramienta para fomentar el pensamiento estratégico, en valorar alternativas y controlar nuestros impulsos. Es una aleccionadora alegoría del hermoso desafío que la vida nos propone

Debemos pues, impulsar un ajedrez en el que todos ganemos, en el que se afile el espíritu, se estimule el alma y se promueva la paz. En mi niñez parralense de 1997, eso me hubiera resultado muy útil para asimilar mejor el momento en el que la máquina venció a la humanidad. Una maquina hecha humanos.

En la siguiente entrega abordaré estrategias para lograrlo.

Parral

Utilidades beneficiarán a más de cuatro mil trabajadores mineros de la región

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