/ martes 15 de febrero de 2022

El perro demoníaco que se aparece en Ascención

Cuentan que es el perro negro que los conductores ven en la carretera y que ocasiona mortales accidentes

Cuentan que allá por los años 60, vivió en Ascención, Chihuahua, un jovencito de familia humilde que solía acompañar a su padre a las labores del campo. Sin importar el estío, el frío o el viento, padre e hijo se encaminaban a diario hacia los cultivos y, detrás de ellos, sin falta, un can mestizo, de tamaño mediano, les seguía con igual o mayor dedicación. Salían los tres desde temprano, cuando la vereda ante ellos era iluminada aún por las estrellas en el firmamento y no volvían hasta que el cielo parecía herido y sangraba hasta apagarse.

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Como si el perro supiera que de ambos varones dependía la supervivencia de toda una familia, el can permanecía atento siempre al camino y sus peligros. En más de una ocasión padre e hijo vieron como aquél valiente perro dio batalla y muerte a serpientes de cascabel o ahuyentaba a los famélicos coyotes cuando, asediados por la falta de alimento, estos invadían el rancho familiar.

Aunque no era un animal muy grande o imponente, era sin lugar a dudas un fiel amigo y guardián, dispuesto a dar la vida por sus amorosos amos.

Un día, cargado por el exceso de trabajo y las intensas horas laborales, el padre del muchacho cayó enfermo, por lo que este tuvo que verse en la necesidad de salir de casa acompañado únicamente de su mascota.

Aquél día, como es de suponerse, fue particularmente pesado para él, pues debía cumplir el sólo con las funciones que normalmente realizaban dos. En ese afán pasaron las horas y, a fin de aligerar en lo posible el trabajo del día siguiente, decidió quedarse tiempo extra piscando.

Al terminar su jornada, pasó un largo rato buscando a su fiel amigo, sin embargo, por más que silbó y gritó llamando a “Chico”, este no dio señales de vida. Harto de esperar y de merodear sin éxito, el joven decidió volver a su casa, sin saber que era observado de cerca por un par de ojos malintencionados.

Fue a medio camino del campo a su casa, cuando aquella infernal figura emergió de entre las sombras; un enorme perro negro dejó ver sus afilados caninos al joven mientras, como llamaradas del infierno, un par de amenazantes ojos helaron la sangre del campesino. Intentó no moverse para evitar provocar al poderoso can, pero este lejos de desistir de su ataque, aprovechó que su víctima se encontraba en shock para embestirle.

A pocos centímetros de que el animal asestara una mordida en el rostro del muchacho, Chico, el fiel guardián, apareció para evitar que el ataque se concretara. Una fiera pelea se desató entonces frente al joven, quien sin dar crédito a lo que veía, nada podía hacer para ayudar a su amigo, salvo gritar por ayuda.

Las voces desesperadas del muchacho alertaron a un vecino que, al igual que él, se había quedado hasta tarde trabajando. Echó mano entonces a su carabina y corrió hasta donde escuchó el alboroto y, una vez en el lugar, disparó al aire en espera de que los animales por sí mismos se separaran. Pero no funcionó como esperaba, pues aquella bestia infernal parecía no temer a nada en este mundo.

Los gruñidos, chillidos y alaridos se mezclaban en el aire cual grotesca sinfonía. El joven se aproximó a su vecino y pidió que disparara contra aquél monstruoso perro que atacaba a su mascota, pero la acción del hombre estaba directamente ligada a la oportunidad, por lo que este tuvo que esperar algunos instantes antes de tirar esperando no herir también a Chico.

Por fortuna, dio en el blanco, y aquella criatura dantesca cayó al suelo sin vida mientras de su hocico brotaba una espuma roja, mezclada con la sangre de Chico.

El joven y el campesino llevaron de inmediato al perro malherido a casa del médico del pueblo esperando que este pudiera salvar la vida del can, pero este les indicó que era necesario que llevaran al otro perro también para poder determinar si había riesgo de contagio por rabia. Como un rayo, ambos varones corrieron hacia donde habían dejado el cadáver, sin embargo, en aquél lugar, solo encontraron las huellas de la batalla y un fuerte hedor a azufre.

Cuentan que es ese mismo perro negro el que los conductores ven en la carretera y que ocasiona mortales accidentes, cuando sorprendidos y víctimas del pánico, tratando de dejar atrás a la bestia, los distraídos choferes ignoran los señalamientos que advierten de una cerrada curva, donde cientos han muerto, luego de mirar a los ojos a la infernal criatura.

Facebook: Crónicas de Terror en Chihuahua

Con información de Adrián Berrios

Cuentan que allá por los años 60, vivió en Ascención, Chihuahua, un jovencito de familia humilde que solía acompañar a su padre a las labores del campo. Sin importar el estío, el frío o el viento, padre e hijo se encaminaban a diario hacia los cultivos y, detrás de ellos, sin falta, un can mestizo, de tamaño mediano, les seguía con igual o mayor dedicación. Salían los tres desde temprano, cuando la vereda ante ellos era iluminada aún por las estrellas en el firmamento y no volvían hasta que el cielo parecía herido y sangraba hasta apagarse.

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Como si el perro supiera que de ambos varones dependía la supervivencia de toda una familia, el can permanecía atento siempre al camino y sus peligros. En más de una ocasión padre e hijo vieron como aquél valiente perro dio batalla y muerte a serpientes de cascabel o ahuyentaba a los famélicos coyotes cuando, asediados por la falta de alimento, estos invadían el rancho familiar.

Aunque no era un animal muy grande o imponente, era sin lugar a dudas un fiel amigo y guardián, dispuesto a dar la vida por sus amorosos amos.

Un día, cargado por el exceso de trabajo y las intensas horas laborales, el padre del muchacho cayó enfermo, por lo que este tuvo que verse en la necesidad de salir de casa acompañado únicamente de su mascota.

Aquél día, como es de suponerse, fue particularmente pesado para él, pues debía cumplir el sólo con las funciones que normalmente realizaban dos. En ese afán pasaron las horas y, a fin de aligerar en lo posible el trabajo del día siguiente, decidió quedarse tiempo extra piscando.

Al terminar su jornada, pasó un largo rato buscando a su fiel amigo, sin embargo, por más que silbó y gritó llamando a “Chico”, este no dio señales de vida. Harto de esperar y de merodear sin éxito, el joven decidió volver a su casa, sin saber que era observado de cerca por un par de ojos malintencionados.

Fue a medio camino del campo a su casa, cuando aquella infernal figura emergió de entre las sombras; un enorme perro negro dejó ver sus afilados caninos al joven mientras, como llamaradas del infierno, un par de amenazantes ojos helaron la sangre del campesino. Intentó no moverse para evitar provocar al poderoso can, pero este lejos de desistir de su ataque, aprovechó que su víctima se encontraba en shock para embestirle.

A pocos centímetros de que el animal asestara una mordida en el rostro del muchacho, Chico, el fiel guardián, apareció para evitar que el ataque se concretara. Una fiera pelea se desató entonces frente al joven, quien sin dar crédito a lo que veía, nada podía hacer para ayudar a su amigo, salvo gritar por ayuda.

Las voces desesperadas del muchacho alertaron a un vecino que, al igual que él, se había quedado hasta tarde trabajando. Echó mano entonces a su carabina y corrió hasta donde escuchó el alboroto y, una vez en el lugar, disparó al aire en espera de que los animales por sí mismos se separaran. Pero no funcionó como esperaba, pues aquella bestia infernal parecía no temer a nada en este mundo.

Los gruñidos, chillidos y alaridos se mezclaban en el aire cual grotesca sinfonía. El joven se aproximó a su vecino y pidió que disparara contra aquél monstruoso perro que atacaba a su mascota, pero la acción del hombre estaba directamente ligada a la oportunidad, por lo que este tuvo que esperar algunos instantes antes de tirar esperando no herir también a Chico.

Por fortuna, dio en el blanco, y aquella criatura dantesca cayó al suelo sin vida mientras de su hocico brotaba una espuma roja, mezclada con la sangre de Chico.

El joven y el campesino llevaron de inmediato al perro malherido a casa del médico del pueblo esperando que este pudiera salvar la vida del can, pero este les indicó que era necesario que llevaran al otro perro también para poder determinar si había riesgo de contagio por rabia. Como un rayo, ambos varones corrieron hacia donde habían dejado el cadáver, sin embargo, en aquél lugar, solo encontraron las huellas de la batalla y un fuerte hedor a azufre.

Cuentan que es ese mismo perro negro el que los conductores ven en la carretera y que ocasiona mortales accidentes, cuando sorprendidos y víctimas del pánico, tratando de dejar atrás a la bestia, los distraídos choferes ignoran los señalamientos que advierten de una cerrada curva, donde cientos han muerto, luego de mirar a los ojos a la infernal criatura.

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