/ viernes 17 de diciembre de 2021

Voces | Los Tesoros Escondidos

Un diario regional fue informado de que, en la hacienda de Talamates, un hombre feliz se hallo un millón de pesos embaulados, en buenas onzas, en cuñetes de aceituna. Aun cuando dicho diario no dio crédito a la cosa, por lo que potest contingere (puede suceder), envió un reporte a tomar informes y el reporte se convenció de que el tal tesoro no existía sino en la imaginación calenturienta de un ávido de fortuna.

Como no es el primer caso de supuestos hallazgos hechos últimamente, el asunto da en que pensar:

¡Ay, con todo y nuestra excelente situación financiera y demás progresos que en cuestión de empresas se ha efectuado en el país, los mexicanos creemos todavía en los tesoros escondidos!

¡Los tiempos han cambiado bien poco!

Hace 120 años, cuando aun Vivian nuestros bisabuelos, estaban en vigor las varitas; eran estas varitas en número de dos; fabricabanse en forma de canillas con la madera de un árbol privilegiado, en viernes santo, y se vendían a buen precio. In illo tempore (en aquel tiempo) se aparecían los muertos, generalmente a las abuelas y no era extraño que una de estas viese en sueños a un señor de pantorrillas a la intemperie, peluca empolvada y espadín luciente, que, con actitudes de estatus del comendador, indicase a la buena anciana un sitio de la casa, donde se encontraba un tesoro. Al día siguiente, la abuela refería su sueño a la familia, y toda la casa se ponía en movimiento.

La criada de confianza iba en pos de las consabidas varitas.

Las otras eran enviadas a paseo o a bañarse, para que nada viesen de lo que iba a pasar. El amo llamaba a un albañil seguro, y una vez ratificado por las varitas el sitio donde yacía el tesoro, así fuese en los cimientos de un muro, débase principio a la excavación. Al sacar las primeras paletadas de tierra y piedras, oiase un ruido “como de muchos caballos, gritos de gente que peleaban entre sí”. Las chicas de la casa se estremecían y aun se desmayaban; papá se ponía pálido; solo la abuela permanecía impasible, que para ella, nutrida de antiguas consejas, todo eso era sobrado natural. Cuando el trabajo de barreta o zapa había avanzado más, empezaban a mostrarse, entre la tierra floja, canillas, fémures, tibias, y, por ultimo surgían calaveras, eran los esqueletos de los enterradores del tesoro, a quienes el español avaro mato y enterró con aquel “para que no dijese donde estaba.”

Por último, se descubría un tibor…

Papá se ponía lívido; mamá, verde; las niñas chillaban y la abuela movía la cabeza con un gesto que decía a las claras…

“tenía que suceder”.

Pero lo que sucedía era que el tibor estaba vacío… ¿Qué había pasado? Que la ambición trueca el dinero el dinero en polvo o en cosas peores. Los tesoros deben buscarse con buenas intenciones, y acaso entre los presentes alguno se proponía invertir la parte que le tocara en cosas pecaminosas; así explicaba la abuela el percance…….. Había hombres dedicados exclusivamente a buscar tesoros guiados por derroteros. En el sitio preciso del yacimiento: y al pie de un chopo grueso hay una piedra cantera; partiendo de ella hacia la derecha se anda diez varas y se encuentra otra piedra, la cual se levanta. Debajo de ella hay losas ademadas, y debajo de las losas, removiendo un poco la tierra, esta un tibor…

Tales eran, más o menos, los derroteros… ¡Ay, y que poco han cambiado los tiempos!

Hoy se fundan compañías anónimas para buscar, pongo por caso, el tesoro de los Moctezuma o el de villa y los que no pueden emprender perenigraciones en busca de tibores… entran a la lotería, a la flor de la abundancia, a Pegaso o al grupo Aras.

Por eso estamos tan pobres… y progresamos tan poco los mexicanos, precisamente por eso.

Dr. Jorge Peña Rivera | Cirujano Dentista

Un diario regional fue informado de que, en la hacienda de Talamates, un hombre feliz se hallo un millón de pesos embaulados, en buenas onzas, en cuñetes de aceituna. Aun cuando dicho diario no dio crédito a la cosa, por lo que potest contingere (puede suceder), envió un reporte a tomar informes y el reporte se convenció de que el tal tesoro no existía sino en la imaginación calenturienta de un ávido de fortuna.

Como no es el primer caso de supuestos hallazgos hechos últimamente, el asunto da en que pensar:

¡Ay, con todo y nuestra excelente situación financiera y demás progresos que en cuestión de empresas se ha efectuado en el país, los mexicanos creemos todavía en los tesoros escondidos!

¡Los tiempos han cambiado bien poco!

Hace 120 años, cuando aun Vivian nuestros bisabuelos, estaban en vigor las varitas; eran estas varitas en número de dos; fabricabanse en forma de canillas con la madera de un árbol privilegiado, en viernes santo, y se vendían a buen precio. In illo tempore (en aquel tiempo) se aparecían los muertos, generalmente a las abuelas y no era extraño que una de estas viese en sueños a un señor de pantorrillas a la intemperie, peluca empolvada y espadín luciente, que, con actitudes de estatus del comendador, indicase a la buena anciana un sitio de la casa, donde se encontraba un tesoro. Al día siguiente, la abuela refería su sueño a la familia, y toda la casa se ponía en movimiento.

La criada de confianza iba en pos de las consabidas varitas.

Las otras eran enviadas a paseo o a bañarse, para que nada viesen de lo que iba a pasar. El amo llamaba a un albañil seguro, y una vez ratificado por las varitas el sitio donde yacía el tesoro, así fuese en los cimientos de un muro, débase principio a la excavación. Al sacar las primeras paletadas de tierra y piedras, oiase un ruido “como de muchos caballos, gritos de gente que peleaban entre sí”. Las chicas de la casa se estremecían y aun se desmayaban; papá se ponía pálido; solo la abuela permanecía impasible, que para ella, nutrida de antiguas consejas, todo eso era sobrado natural. Cuando el trabajo de barreta o zapa había avanzado más, empezaban a mostrarse, entre la tierra floja, canillas, fémures, tibias, y, por ultimo surgían calaveras, eran los esqueletos de los enterradores del tesoro, a quienes el español avaro mato y enterró con aquel “para que no dijese donde estaba.”

Por último, se descubría un tibor…

Papá se ponía lívido; mamá, verde; las niñas chillaban y la abuela movía la cabeza con un gesto que decía a las claras…

“tenía que suceder”.

Pero lo que sucedía era que el tibor estaba vacío… ¿Qué había pasado? Que la ambición trueca el dinero el dinero en polvo o en cosas peores. Los tesoros deben buscarse con buenas intenciones, y acaso entre los presentes alguno se proponía invertir la parte que le tocara en cosas pecaminosas; así explicaba la abuela el percance…….. Había hombres dedicados exclusivamente a buscar tesoros guiados por derroteros. En el sitio preciso del yacimiento: y al pie de un chopo grueso hay una piedra cantera; partiendo de ella hacia la derecha se anda diez varas y se encuentra otra piedra, la cual se levanta. Debajo de ella hay losas ademadas, y debajo de las losas, removiendo un poco la tierra, esta un tibor…

Tales eran, más o menos, los derroteros… ¡Ay, y que poco han cambiado los tiempos!

Hoy se fundan compañías anónimas para buscar, pongo por caso, el tesoro de los Moctezuma o el de villa y los que no pueden emprender perenigraciones en busca de tibores… entran a la lotería, a la flor de la abundancia, a Pegaso o al grupo Aras.

Por eso estamos tan pobres… y progresamos tan poco los mexicanos, precisamente por eso.

Dr. Jorge Peña Rivera | Cirujano Dentista