/ jueves 3 de febrero de 2022

Voces | La naturaleza es bella

FEBRERO

Llega febrero, con sus locuras y sus caprichos de poeta. El cielo ensaya fisonomías como una coquetuela incorregible. Se paramenta de todos los colores, y estrena diariamente nuevas blondas, nuevos crespones, nuevas muselinas de nubes. A veces se prende todos sus diamantes, a veces ostenta únicamente un solitario de aguas infinitas: Sirio. En las tardes se viste de colores discretos; crema, lila pálido, rosa muerto.

Me place febrero más que etapa alguna del año. Es un mes poeta, original y elegante. Es un mes de buen gusto; un mes que ha comprendido el viejo proverbio italiano: per troppo variare natura e bella.

Ecléctico habilísimo, toma para si todas las bellezas de los otros meses y las exhibe como en un delicioso cosmorama. No se parece jamás a sí mismo, se renueva constantemente, y si ayer desato, en pleno medio día, sus collares de perlas granizadas y, palacio opulento, se entretuvo en apedrear con ellas los techos, produciendo en las pizarras y en los cristales músicas no oídas, hoy se envuelve con velos de viuda, y llora inconsolable; y mañana afilará rayos de sol para herir las nubes y reirá como un loco por todos los claros donde asoma el cielo azul.

Ya encapotara las noches con nubes gruesas, ya, tornándose romántico como una niña soñadora, hará que surjan en la altura, entre los pabellones de los cirrus o entre el algodón escardado de los celajes, algunas estrellas meditabundas.

Diciembre, bien sabemos lo que nos trae en su alforja: noches limpias y frías, soles ictéricos y débiles.

Octubre, mes en que, según Gabriel d’Annunzio, la naturaleza tiene la melancolía augusta de una madre que acaba de dar a luz y en que las hojas secas yacen al pie de los arboles como enjambre de mariposas muertas, no sabe mostrarnos más que sus viejas tristezas. Pero el sueño de la mañana es dulce.

Septiembre, abate de la misma suerte las ramas al peso de los frutos opimos; prende las mismas esferas rosadas al pomar, y su balada de las lluvias no tiene variación alguna en su doliente pentagrama. La lluvia menudita ha mojado todo suavemente, silenciosamente.

Junio, julio y agosto, pasan coronados de mieses y vestidos de tempestades, como pasarón ante nuestros abuelos, los tranquilos patriarcas de las heredades mexicanas.

Mayo nos trae las mismas golondrinas que cuelgan de los mismos aleros sus nidos semejantes a panales silvestres, o se posan sobre los alambres de la luz como semínimas en una pauta aérea; nos deslumbra de idéntica suerte con las iras de su sol, y de idéntica suerte nos embriaga con los perfumes de sus flores. Recuerdo haber grabado un nombre en la corteza de un árbol.

En cuanto a marzo, es un imitador, un mal poeta que parodia las mejores estrofas de febrero, de un detestable modo; no tiene personalidad ni talento y solo lo perdono por Juárez.

¡Solo tú, ¡oh febrero!, eres distinguido, hábilmente excéntrico y encantador!

Yo te amo cuando nos traes una reminiscencia de los ancianos inviernos, y te amo cuando envías por el cielo tus ejércitos de nubes; yo te amo cuando estremeces con cierzos querellosos los tallos de los rosales y te amo cuando desfloras el rostro de aquella linda muchacha que pasa airosamente por el boulevard, con besos de aura tibia y acariciadora ( tu sabes de quien hablo, ¡ oh febrero¡, pero no lo digas); yo te amo cuando vistes el valle de neblinas blancas como a desposada que aguarda a un novio invisible, y te amo cuando te coronas de luna y de asperjas tu manto con salpiques de estrellas.

Sigue, mi señor, dando amplio vuelo a tus caprichos; veré en ellos siempre el sello patricio de tu elegancia suprema.

Sigue, mi señor, empenachándote de nubes o revistiéndote de estrellas; yo te llamare mi rey cuando las nubes te empenaches, y mi rey te llamare cuando de estrellas te revistas.

DR. JORGE PEÑA RIVERA | CIRUJANO DENTISTA

FEBRERO

Llega febrero, con sus locuras y sus caprichos de poeta. El cielo ensaya fisonomías como una coquetuela incorregible. Se paramenta de todos los colores, y estrena diariamente nuevas blondas, nuevos crespones, nuevas muselinas de nubes. A veces se prende todos sus diamantes, a veces ostenta únicamente un solitario de aguas infinitas: Sirio. En las tardes se viste de colores discretos; crema, lila pálido, rosa muerto.

Me place febrero más que etapa alguna del año. Es un mes poeta, original y elegante. Es un mes de buen gusto; un mes que ha comprendido el viejo proverbio italiano: per troppo variare natura e bella.

Ecléctico habilísimo, toma para si todas las bellezas de los otros meses y las exhibe como en un delicioso cosmorama. No se parece jamás a sí mismo, se renueva constantemente, y si ayer desato, en pleno medio día, sus collares de perlas granizadas y, palacio opulento, se entretuvo en apedrear con ellas los techos, produciendo en las pizarras y en los cristales músicas no oídas, hoy se envuelve con velos de viuda, y llora inconsolable; y mañana afilará rayos de sol para herir las nubes y reirá como un loco por todos los claros donde asoma el cielo azul.

Ya encapotara las noches con nubes gruesas, ya, tornándose romántico como una niña soñadora, hará que surjan en la altura, entre los pabellones de los cirrus o entre el algodón escardado de los celajes, algunas estrellas meditabundas.

Diciembre, bien sabemos lo que nos trae en su alforja: noches limpias y frías, soles ictéricos y débiles.

Octubre, mes en que, según Gabriel d’Annunzio, la naturaleza tiene la melancolía augusta de una madre que acaba de dar a luz y en que las hojas secas yacen al pie de los arboles como enjambre de mariposas muertas, no sabe mostrarnos más que sus viejas tristezas. Pero el sueño de la mañana es dulce.

Septiembre, abate de la misma suerte las ramas al peso de los frutos opimos; prende las mismas esferas rosadas al pomar, y su balada de las lluvias no tiene variación alguna en su doliente pentagrama. La lluvia menudita ha mojado todo suavemente, silenciosamente.

Junio, julio y agosto, pasan coronados de mieses y vestidos de tempestades, como pasarón ante nuestros abuelos, los tranquilos patriarcas de las heredades mexicanas.

Mayo nos trae las mismas golondrinas que cuelgan de los mismos aleros sus nidos semejantes a panales silvestres, o se posan sobre los alambres de la luz como semínimas en una pauta aérea; nos deslumbra de idéntica suerte con las iras de su sol, y de idéntica suerte nos embriaga con los perfumes de sus flores. Recuerdo haber grabado un nombre en la corteza de un árbol.

En cuanto a marzo, es un imitador, un mal poeta que parodia las mejores estrofas de febrero, de un detestable modo; no tiene personalidad ni talento y solo lo perdono por Juárez.

¡Solo tú, ¡oh febrero!, eres distinguido, hábilmente excéntrico y encantador!

Yo te amo cuando nos traes una reminiscencia de los ancianos inviernos, y te amo cuando envías por el cielo tus ejércitos de nubes; yo te amo cuando estremeces con cierzos querellosos los tallos de los rosales y te amo cuando desfloras el rostro de aquella linda muchacha que pasa airosamente por el boulevard, con besos de aura tibia y acariciadora ( tu sabes de quien hablo, ¡ oh febrero¡, pero no lo digas); yo te amo cuando vistes el valle de neblinas blancas como a desposada que aguarda a un novio invisible, y te amo cuando te coronas de luna y de asperjas tu manto con salpiques de estrellas.

Sigue, mi señor, dando amplio vuelo a tus caprichos; veré en ellos siempre el sello patricio de tu elegancia suprema.

Sigue, mi señor, empenachándote de nubes o revistiéndote de estrellas; yo te llamare mi rey cuando las nubes te empenaches, y mi rey te llamare cuando de estrellas te revistas.

DR. JORGE PEÑA RIVERA | CIRUJANO DENTISTA