/ sábado 26 de enero de 2019

Una Segunda Oportunidad

Sin duda alguna, qué hermosa es una segunda oportunidad. Cuando la vida parece destruida, cuando no hay ya esperanza, cuando nada parece arreglarse, cuando se desea la muerte pues no hay solución, una segunda oportunidad espera. En Job tenemos una maravillosa promesa de Dios: “Porque si el árbol fuese cortado, aún queda de él esperanza; retoñará aún y sus renuevos no faltarán. Si se envejeciere en la tierra su raíz, y su tronco fuere muerto en el polvo, al percibir el agua reverdecerá y hará copa como planta nueva”.

(Job 14:7-9) ¡Gua esta palabra en verdad que da esperanza y brinda una segunda oportunidad cuando parece que todo está terminado! Para mucha gente, cuando una pieza de alfarería se rompe, solo es desecho y la tiran. El Alfarero no, él la toma y la restaura, le da una segunda oportunidad. Así es Jesús, el Hijo de Dios, toma vidas destrozadas y las hace de nuevo porque Él es Dios de la segunda oportunidad. La palabra de Dios nos narra la historia de un hombre llamado Simón, pescador de oficio y propietario de un pequeño negocio, cuya vida estaba hecha, “sin pena y sin gloria”, conocería al Dios de la segunda oportunidad. Simón estaba conforme con unos cuantos pescados por día, unos cuantos cestos por mes; vivir y dejar vivir parecía ser su filosofía de vida. Sin embargo, a este rudo hombre Dios le dio una nueva oportunidad. Jesús apareció en el área de trabajo de Simón, subió a su barca, le ordenó bogar mar adentro y echar las redes para pescar. Cuando tiró la red ésta se llenó de peces, de tal manera que se rompía. Al ver esto, Simón cayó de rodillas ante Jesús diciendo: “Apártate de mí porque yo soy un hombre pecador”. Repentinamente, en medio de su vida sin sabor, un milagro aconteció. Jesús le dijo: “Simón, no tengas miedo porque desde ahora tú serás un pescador de hombres”. La vida mediocre que había vivido Simón quedaría en el pasado. A partir de ese momento Jesús hizo de él un hombre de renombre y sería conocido como el líder de la Iglesia Cristiana en Jerusalén. Simón, el apóstol Pedro. (Lucas 5:1-11)

Cuenta una anécdota que había un hombre muy rico que poseía muchos bienes, un gran rancho, mucho ganado, varios empleados, y un único hijo, su heredero. Lo que más le gustaba al hijo era hacer fiestas, estar con sus amigos y ser adulado por ellos. Su padre siempre le advertía que sus amigos sólo estarían a su lado mientras él tuviese algo que ofrecerles; después, le abandonarían. Un día, el viejo padre, ya avanzado en edad, dijo a sus empleados que le construyeran un pequeño establo. Dentro de él, el propio padre preparó una horca y, junto a ella, una placa con algo escrito: “Para que nunca desprecies las palabras de tu padre” Mas tarde, llamó a su hijo, lo llevó hasta el establo y le dijo: Hijo mío, yo ya estoy viejo y, cuando yo me vaya, tú te encargarás de todo lo que es mío... Y yo sé cuál será tu futuro. Vas a dejar la estancia en manos de los empleados y vas a gastar todo el dinero con tus amigos. Venderás todos los bienes para sustentarte y, cuando no tengas más nada, tus amigos se apartarán de ti. Sólo entonces te arrepentirás amargamente por no haberme escuchado. Fue por esto que construí esta horca. ¡Ella es para ti! Quiero que me prometas que, si sucede lo que yo te dije, te ahorcarás en ella. El joven se rio, pensó que era un absurdo, pero para no contradecir a su padre le prometió que así lo haría, pensando que eso jamás sucedería. El tiempo pasó, el padre murió, y su hijo se encargó de todo, y así como su padre había previsto, el joven gastó todo, vendió los bienes, perdió sus amigos y hasta la propia dignidad. Desesperado y afligido, comenzó a reflexionar sobre su vida y vio que había sido un tonto. Se acordó de las palabras de su padre y comenzó a decir: ¡Ah!, padre mío... Si yo hubiese escuchado tus consejos... Pero ahora es demasiado tarde. Apesadumbrado, el joven levantó la vista y vio el establo. Con pasos lentos, se dirigió hasta allá y entrando, vio la horca y la placa llenas de polvo, y entonces pensó: Yo nunca seguí las palabras de mi padre, no pude alegrarle cuando estaba vivo, pero al menos esta vez haré su voluntad. Voy a cumplir mi promesa. No me queda nada más... Entonces, él subió los escalones y se colocó la cuerda en el cuello, y pensó: ¡Ah!, si yo tuviese una nueva oportunidad... Entonces, se tiró desde lo alto de los escalones y, por un instante, sintió que la cuerda apretaba su garganta... Era el fin. Sin embargo, el brazo de la horca era hueco y se quebró fácilmente, cayendo el joven al piso. Sobre él cayeron joyas, esmeraldas, perlas, rubíes, zafiros y brillantes, muchos brillantes... La horca estaba llena de piedras preciosas. Entre lo que cayó encontró una nota. En ella estaba escrito: “Esta es tu nueva oportunidad. ¡Te amo mucho! Con amor, tu viejo padre”

Dios es exactamente así con nosotros. Cuando nos arrepentimos, podemos ir hasta él. Él siempre nos da una nueva oportunidad.

Estimado lector crea en Dios, sea feliz en este mundo y un día vaya al cielo.

Sin duda alguna, qué hermosa es una segunda oportunidad. Cuando la vida parece destruida, cuando no hay ya esperanza, cuando nada parece arreglarse, cuando se desea la muerte pues no hay solución, una segunda oportunidad espera. En Job tenemos una maravillosa promesa de Dios: “Porque si el árbol fuese cortado, aún queda de él esperanza; retoñará aún y sus renuevos no faltarán. Si se envejeciere en la tierra su raíz, y su tronco fuere muerto en el polvo, al percibir el agua reverdecerá y hará copa como planta nueva”.

(Job 14:7-9) ¡Gua esta palabra en verdad que da esperanza y brinda una segunda oportunidad cuando parece que todo está terminado! Para mucha gente, cuando una pieza de alfarería se rompe, solo es desecho y la tiran. El Alfarero no, él la toma y la restaura, le da una segunda oportunidad. Así es Jesús, el Hijo de Dios, toma vidas destrozadas y las hace de nuevo porque Él es Dios de la segunda oportunidad. La palabra de Dios nos narra la historia de un hombre llamado Simón, pescador de oficio y propietario de un pequeño negocio, cuya vida estaba hecha, “sin pena y sin gloria”, conocería al Dios de la segunda oportunidad. Simón estaba conforme con unos cuantos pescados por día, unos cuantos cestos por mes; vivir y dejar vivir parecía ser su filosofía de vida. Sin embargo, a este rudo hombre Dios le dio una nueva oportunidad. Jesús apareció en el área de trabajo de Simón, subió a su barca, le ordenó bogar mar adentro y echar las redes para pescar. Cuando tiró la red ésta se llenó de peces, de tal manera que se rompía. Al ver esto, Simón cayó de rodillas ante Jesús diciendo: “Apártate de mí porque yo soy un hombre pecador”. Repentinamente, en medio de su vida sin sabor, un milagro aconteció. Jesús le dijo: “Simón, no tengas miedo porque desde ahora tú serás un pescador de hombres”. La vida mediocre que había vivido Simón quedaría en el pasado. A partir de ese momento Jesús hizo de él un hombre de renombre y sería conocido como el líder de la Iglesia Cristiana en Jerusalén. Simón, el apóstol Pedro. (Lucas 5:1-11)

Cuenta una anécdota que había un hombre muy rico que poseía muchos bienes, un gran rancho, mucho ganado, varios empleados, y un único hijo, su heredero. Lo que más le gustaba al hijo era hacer fiestas, estar con sus amigos y ser adulado por ellos. Su padre siempre le advertía que sus amigos sólo estarían a su lado mientras él tuviese algo que ofrecerles; después, le abandonarían. Un día, el viejo padre, ya avanzado en edad, dijo a sus empleados que le construyeran un pequeño establo. Dentro de él, el propio padre preparó una horca y, junto a ella, una placa con algo escrito: “Para que nunca desprecies las palabras de tu padre” Mas tarde, llamó a su hijo, lo llevó hasta el establo y le dijo: Hijo mío, yo ya estoy viejo y, cuando yo me vaya, tú te encargarás de todo lo que es mío... Y yo sé cuál será tu futuro. Vas a dejar la estancia en manos de los empleados y vas a gastar todo el dinero con tus amigos. Venderás todos los bienes para sustentarte y, cuando no tengas más nada, tus amigos se apartarán de ti. Sólo entonces te arrepentirás amargamente por no haberme escuchado. Fue por esto que construí esta horca. ¡Ella es para ti! Quiero que me prometas que, si sucede lo que yo te dije, te ahorcarás en ella. El joven se rio, pensó que era un absurdo, pero para no contradecir a su padre le prometió que así lo haría, pensando que eso jamás sucedería. El tiempo pasó, el padre murió, y su hijo se encargó de todo, y así como su padre había previsto, el joven gastó todo, vendió los bienes, perdió sus amigos y hasta la propia dignidad. Desesperado y afligido, comenzó a reflexionar sobre su vida y vio que había sido un tonto. Se acordó de las palabras de su padre y comenzó a decir: ¡Ah!, padre mío... Si yo hubiese escuchado tus consejos... Pero ahora es demasiado tarde. Apesadumbrado, el joven levantó la vista y vio el establo. Con pasos lentos, se dirigió hasta allá y entrando, vio la horca y la placa llenas de polvo, y entonces pensó: Yo nunca seguí las palabras de mi padre, no pude alegrarle cuando estaba vivo, pero al menos esta vez haré su voluntad. Voy a cumplir mi promesa. No me queda nada más... Entonces, él subió los escalones y se colocó la cuerda en el cuello, y pensó: ¡Ah!, si yo tuviese una nueva oportunidad... Entonces, se tiró desde lo alto de los escalones y, por un instante, sintió que la cuerda apretaba su garganta... Era el fin. Sin embargo, el brazo de la horca era hueco y se quebró fácilmente, cayendo el joven al piso. Sobre él cayeron joyas, esmeraldas, perlas, rubíes, zafiros y brillantes, muchos brillantes... La horca estaba llena de piedras preciosas. Entre lo que cayó encontró una nota. En ella estaba escrito: “Esta es tu nueva oportunidad. ¡Te amo mucho! Con amor, tu viejo padre”

Dios es exactamente así con nosotros. Cuando nos arrepentimos, podemos ir hasta él. Él siempre nos da una nueva oportunidad.

Estimado lector crea en Dios, sea feliz en este mundo y un día vaya al cielo.