/ martes 27 de octubre de 2020

Tiempos & Espacios | Los Portales 

“Hace muchos años, había llegado al Real de Minas aquel anciano de luenga y blanca barba, sonrosado rostro y nariz aguileña, quien en su mirar denota el cansancio que sobre sus espaldas lleva. En la fonda del pueblo, y ante las caricias de una luz oscilante que de una vela se desprende, ligeramente queda iluminado en aquella penumbra que a su persona envuelve, y ante el escaciamiento de un tinto que en su copa tiene, vuela su memoria en aras de aquella juventud ya perdida, y en lo nebuloso de los sueños de su mente, empieza a recorrer el pueblo que lentamente ha ido creciendo, de los personajes que a su lado viera pasar, del suceso convertido en escándalo que llegara a un desafío, donde el marido ofendido falleciera de certera estocada de ese conquistador de mujeres de fácil liviandad. Había sido Capitán de Milicias en aquella época en que don Gonzalo Carbajal y Villamayor, dueño de la capilla de Nuestra Señora de Guadalupe, quien como maestro de ceremonias, luciendo la venera y el manto de Caballero de la Orden de Santiago, detúvose frente al Altar Mayor, cuya mesa estaba formada por barras de plata, y ante ello, paró en mientes en la perdida de una de ellas. Ante ese robo que tanto perjudicaba el tesoro guadalupano, se le comisionó para su esclarecimiento y ante el resultado favorable obtenido, el Capitán y Alcalde mayor don Martín de Zavala lo invita a compartir su mesa, donde maravillado queda de la esposa que lo atendía en calidad de huésped y así entre ambos sus miradas se entienden y ella en el desliz de un billete le ha escrito: "Delante de mi marido no me hagas señas, cuando esté sola, bríndame tus caricias". A su memoria llega el encuentro tenido en los portales de Margarita Rentería que por la Calle de Toluca en el cruce de la Calle del mayorazgo, lugar donde varios negocios se encontraban, y por la actitud de su pasillo, servía de romería para compradores y paseantes quienes en su transitar llegaban a una panadería, que atendida era, por hermosa y casquivana mujer que de enlace a muchos servía, y donde con frecuencia la esposa del alcalde asistía para ver a su amante, y en amoroso coloquio fueron sorprendidos por el cornudo marido, quien ante el reclamo que hiciera, de certera estocada, su sangre en las baldosas dejara como el final de aquel idilio que en su reclamo la vida perdiera. De esta leyenda que quiere ser historia o de esta historia que quiere ser leyenda se ha dicho que el asesino en su huida a refugiarse fue al Templo Mayor Parroquial de San José, lugar hasta donde fueron las autoridades en su persecución, llegaron, encontrando a su vez la negación del paso por haber pedido en su asilo la entrega de sus bienes y su persona. Ahora, es ya un anciano, del que no queda nada de su porte gallardo, no puede lucir aquel uniforme militar que tan apuesto y galante lo hacía para deslumbrar a las damiselas del Real de Minas. En la penumbra de aquella fonda donde escasamente se ve su rostro, iluminado por la luz de una vela, por sus mejillas corren lágrimas que caen como gotas de dolor en el cáliz donde apura el añejo tinto que le sirviera la tabernera”.

La presente, es idea del Historiador parralense don Héctor Arras R (+), inspirada en un caso de la época colonial de Parral, encontrado en el A. H. M. P. Ésta, llegó por escrito y conducto del sr. Arras a manos de nuestro también estimado amigo Jesús Vázquez; en el año del 2005 en su magnífica presentación de fotografía antigua de Parral; nos entregó a los asistentes, a manera de folleto la presente obra dónde se incluyó la hermosa fotografía de Los Arcos de Rentería, que se localizaba en la actual Plazuela Morelos de esta ciudad. ¡BUEN DÍA!


“Hace muchos años, había llegado al Real de Minas aquel anciano de luenga y blanca barba, sonrosado rostro y nariz aguileña, quien en su mirar denota el cansancio que sobre sus espaldas lleva. En la fonda del pueblo, y ante las caricias de una luz oscilante que de una vela se desprende, ligeramente queda iluminado en aquella penumbra que a su persona envuelve, y ante el escaciamiento de un tinto que en su copa tiene, vuela su memoria en aras de aquella juventud ya perdida, y en lo nebuloso de los sueños de su mente, empieza a recorrer el pueblo que lentamente ha ido creciendo, de los personajes que a su lado viera pasar, del suceso convertido en escándalo que llegara a un desafío, donde el marido ofendido falleciera de certera estocada de ese conquistador de mujeres de fácil liviandad. Había sido Capitán de Milicias en aquella época en que don Gonzalo Carbajal y Villamayor, dueño de la capilla de Nuestra Señora de Guadalupe, quien como maestro de ceremonias, luciendo la venera y el manto de Caballero de la Orden de Santiago, detúvose frente al Altar Mayor, cuya mesa estaba formada por barras de plata, y ante ello, paró en mientes en la perdida de una de ellas. Ante ese robo que tanto perjudicaba el tesoro guadalupano, se le comisionó para su esclarecimiento y ante el resultado favorable obtenido, el Capitán y Alcalde mayor don Martín de Zavala lo invita a compartir su mesa, donde maravillado queda de la esposa que lo atendía en calidad de huésped y así entre ambos sus miradas se entienden y ella en el desliz de un billete le ha escrito: "Delante de mi marido no me hagas señas, cuando esté sola, bríndame tus caricias". A su memoria llega el encuentro tenido en los portales de Margarita Rentería que por la Calle de Toluca en el cruce de la Calle del mayorazgo, lugar donde varios negocios se encontraban, y por la actitud de su pasillo, servía de romería para compradores y paseantes quienes en su transitar llegaban a una panadería, que atendida era, por hermosa y casquivana mujer que de enlace a muchos servía, y donde con frecuencia la esposa del alcalde asistía para ver a su amante, y en amoroso coloquio fueron sorprendidos por el cornudo marido, quien ante el reclamo que hiciera, de certera estocada, su sangre en las baldosas dejara como el final de aquel idilio que en su reclamo la vida perdiera. De esta leyenda que quiere ser historia o de esta historia que quiere ser leyenda se ha dicho que el asesino en su huida a refugiarse fue al Templo Mayor Parroquial de San José, lugar hasta donde fueron las autoridades en su persecución, llegaron, encontrando a su vez la negación del paso por haber pedido en su asilo la entrega de sus bienes y su persona. Ahora, es ya un anciano, del que no queda nada de su porte gallardo, no puede lucir aquel uniforme militar que tan apuesto y galante lo hacía para deslumbrar a las damiselas del Real de Minas. En la penumbra de aquella fonda donde escasamente se ve su rostro, iluminado por la luz de una vela, por sus mejillas corren lágrimas que caen como gotas de dolor en el cáliz donde apura el añejo tinto que le sirviera la tabernera”.

La presente, es idea del Historiador parralense don Héctor Arras R (+), inspirada en un caso de la época colonial de Parral, encontrado en el A. H. M. P. Ésta, llegó por escrito y conducto del sr. Arras a manos de nuestro también estimado amigo Jesús Vázquez; en el año del 2005 en su magnífica presentación de fotografía antigua de Parral; nos entregó a los asistentes, a manera de folleto la presente obra dónde se incluyó la hermosa fotografía de Los Arcos de Rentería, que se localizaba en la actual Plazuela Morelos de esta ciudad. ¡BUEN DÍA!