/ martes 26 de julio de 2022

Tiempos & Espacios | Doña Bárbara (1712 - 1765)

(segunda parte )

Al quedar viuda su madre quien contrajo segundas nupcias, Bárbara tenía 6 años, dos hermanas, y un hermano que conoció poco (seminarista). Lograron conservar la hacienda de santa Isabel, pero en algún momento vendieron la de san Jerónimo a uno de los fundadores de la Villa de san Felipe del Real de Chihuahua (Miguel Cano de los Ríos). El nuevo matrimonio escogió los partidos más ventajosos para las hijas (ellos no tuvieron nueva descendencia) con la esperanza de mejorar la situación económica de la familia porque los negocios ya no estaban de viento en popa; y así fue. La joven Bárbara y Juan, se casaron en la parroquia de san José, en febrero de 1734. Él, de apellidos Alcalá Pardo, advenedizo de España, era conocido por todos en la Nueva Vizcaya, gozaba de importantes bienes; heredero del capitán Juan Blanco, rico comerciante quien no tuvo parientes a quien testar en 1726. Eligió a Juan Alcalá

- “... que apreciaba mucho...por su solicitud y trabajo personal...”-.

Era un período de prosperidad para los dueños de predios agrícolas; buena parte del abasto a la Villa de san Felipe provenía de la cuenca del río Florido y de las haciendas del Valle de san Bartolomé, donde Juan, era dueño de la hacienda de Valsequillos (entre otras) que, se amplió con la estancia colindante a la de santa Catarina. Se levantaban grandes cosechas de maíz y trigo; se criaba ganado mayor en abundancia; eran dueños de la hacienda de san Pedro (en la actualidad al norte de la antigua estación de tren, El Dorado). Abastecían las haciendas mineras y presidios con gran éxito, así como, carne, ganado, y granos a la región. Se redistribuía desde las tiendas de Parral bienes no perecederos también a la sierra, y en particular al boyante Batopilas. Sus préstamos al no ser saldados por sus deudores, implicaba hacerse de sus bienes y propiedades. Cuatro años duró su matrimonio, pero, Doña Bárbara administró, sola, la fortuna que había heredado. Al adquirir personalidad jurídica, pudo firmar todo tipo de documentos. Su tienda, trastienda, bodegas, corralón, y huerta hasta el río, estaba contigua a su casona, a un costado de la parroquia de san José – Plaza de por medio -.

Coleccionaba imágenes pías en lienzo, láminas, “pantallas” y de bulto. Se sabe por inventarios, también, de dos pantallas guarnecidas de cristal, y de extremos de talla dorada que, la representaban a ella, y a su esposo; además, de once espejos entre otros objetos de valor para la época. Nombró administradores de confianza para el buen manejo de sus haciendas. A pesar de la gran contaminación por las fundiciones que causaban viciar el aire del pueblo minero, radicó aquí, y no en casa de campo como otras familias acaudaladas. Los réditos generados por préstamos de capital, y en especie a ricos hacendados y comerciantes, así como su buen manejo en los negocios, le dejaron jugosas ganancias, acreditándose más propiedades y fortunas. Su descendencia no destacó en el comercio, labranza, ni en la cría de ganado; de modo que, desaparecen progresivamente sus nombres en documentos históricos.

Las joyas de oro, diamantes, perlas, rubís, y esmeraldas, que había acumulado eran impresionantes

– En cuatro ocasiones, expertos, no pudieron estimar su valor por ser excepcionales-.

El trato de negocios con personajes que ostentaban títulos de nobleza, denota lo importante de su personalidad. Sintiendo tal vez muy cerca su muerte, doña Bárbara quiso asegurar su vida eterna, estableció una serie de capellanías, y misas para su posteridad. Y Así fue, Doña Bárbara sigue presente.

Disfrute su café ¡Buenos Días!


Ramón Lerma | Profesor

(segunda parte )

Al quedar viuda su madre quien contrajo segundas nupcias, Bárbara tenía 6 años, dos hermanas, y un hermano que conoció poco (seminarista). Lograron conservar la hacienda de santa Isabel, pero en algún momento vendieron la de san Jerónimo a uno de los fundadores de la Villa de san Felipe del Real de Chihuahua (Miguel Cano de los Ríos). El nuevo matrimonio escogió los partidos más ventajosos para las hijas (ellos no tuvieron nueva descendencia) con la esperanza de mejorar la situación económica de la familia porque los negocios ya no estaban de viento en popa; y así fue. La joven Bárbara y Juan, se casaron en la parroquia de san José, en febrero de 1734. Él, de apellidos Alcalá Pardo, advenedizo de España, era conocido por todos en la Nueva Vizcaya, gozaba de importantes bienes; heredero del capitán Juan Blanco, rico comerciante quien no tuvo parientes a quien testar en 1726. Eligió a Juan Alcalá

- “... que apreciaba mucho...por su solicitud y trabajo personal...”-.

Era un período de prosperidad para los dueños de predios agrícolas; buena parte del abasto a la Villa de san Felipe provenía de la cuenca del río Florido y de las haciendas del Valle de san Bartolomé, donde Juan, era dueño de la hacienda de Valsequillos (entre otras) que, se amplió con la estancia colindante a la de santa Catarina. Se levantaban grandes cosechas de maíz y trigo; se criaba ganado mayor en abundancia; eran dueños de la hacienda de san Pedro (en la actualidad al norte de la antigua estación de tren, El Dorado). Abastecían las haciendas mineras y presidios con gran éxito, así como, carne, ganado, y granos a la región. Se redistribuía desde las tiendas de Parral bienes no perecederos también a la sierra, y en particular al boyante Batopilas. Sus préstamos al no ser saldados por sus deudores, implicaba hacerse de sus bienes y propiedades. Cuatro años duró su matrimonio, pero, Doña Bárbara administró, sola, la fortuna que había heredado. Al adquirir personalidad jurídica, pudo firmar todo tipo de documentos. Su tienda, trastienda, bodegas, corralón, y huerta hasta el río, estaba contigua a su casona, a un costado de la parroquia de san José – Plaza de por medio -.

Coleccionaba imágenes pías en lienzo, láminas, “pantallas” y de bulto. Se sabe por inventarios, también, de dos pantallas guarnecidas de cristal, y de extremos de talla dorada que, la representaban a ella, y a su esposo; además, de once espejos entre otros objetos de valor para la época. Nombró administradores de confianza para el buen manejo de sus haciendas. A pesar de la gran contaminación por las fundiciones que causaban viciar el aire del pueblo minero, radicó aquí, y no en casa de campo como otras familias acaudaladas. Los réditos generados por préstamos de capital, y en especie a ricos hacendados y comerciantes, así como su buen manejo en los negocios, le dejaron jugosas ganancias, acreditándose más propiedades y fortunas. Su descendencia no destacó en el comercio, labranza, ni en la cría de ganado; de modo que, desaparecen progresivamente sus nombres en documentos históricos.

Las joyas de oro, diamantes, perlas, rubís, y esmeraldas, que había acumulado eran impresionantes

– En cuatro ocasiones, expertos, no pudieron estimar su valor por ser excepcionales-.

El trato de negocios con personajes que ostentaban títulos de nobleza, denota lo importante de su personalidad. Sintiendo tal vez muy cerca su muerte, doña Bárbara quiso asegurar su vida eterna, estableció una serie de capellanías, y misas para su posteridad. Y Así fue, Doña Bárbara sigue presente.

Disfrute su café ¡Buenos Días!


Ramón Lerma | Profesor