/ miércoles 11 de agosto de 2021

Sobremesa | Reflexión de un martes por la mañana

Enciendo la computadora. Tengo una sensación de vacío. Miro el procesador de texto y veo la hoja en blanco, me recuerda la inmensidad del océano. Pararse frente a un mar indómito. Escribir es sumergirse en esas aguas saladas. Las lágrimas y el agua de mar comparten la salinidad. Cuando una lágrima recorre la mejilla deja esa sensación de un surco refrescante que traza un caminito húmedo y discreto.

No he salido de vacaciones a la playa desde 2019. Conocí el Caribe Centroamericano a principios de diciembre, sin saber que sería mi último viaje, tres meses después se cerraron las fronteras y hubo vuelos cancelados. Perdí un pasaje que no puede reembolsar, un viaje que tengo pendiente, una deuda que debo saldar, no tengo fecha para hacerlo y admito que tampoco el dinero para invertir en un boleto, que ante la incertidumbre de un nuevo brote pone en riesgo los vuelos internacionales.

La página en blanco también nos permite viajar. La escritura me ha permitido conectar con personas de distintos lugares y gracias las redes sociales hemos entablado una relación fraternal. Por medio de nuestra escritura llenamos esa página en blanco con todas nuestras preocupaciones y vacíos. En algunas ocasiones que derramó una lagrimita al escribir, siento que estoy cerca del mar. Tomó el sabor salobre de ese líquido que se escurre, lo saboreo y pienso en que somos agua. Las lecciones de ciencias naturales de la primaria no son en vano. Somos agua, el planeta es agua y al beber mi llanto quedó seducida ante la idea de volver al mar abierto y contemplarlo, mientras el atardecer hace desaparecer nuestra sombra, mientras la oscuridad se apodera de nuestros ojos y buscamos la luz.

Ante la página en blanco buscamos algún pensamiento que nos ilumine, que le de claridad al camino de polvo y desasosiego de la existencia en tiempos tan retadores e inciertos. No logro concentrarme. Parece que tengo ideas que se distorsiona como el color azulado del mar cuando las inquietas olas golpean las rocas.

Vuelvo al pasado y recuerdo la sensación de mis pies cubiertos con la arena mojada. Pronto me reincorporo al trabajo escolar. Miré nuevamente la hoja y la lleno con mis tribulaciones de inicios de semana. 2021 pasó como un relámpago, diciembre nos espera guiándonos un ojo, coqueteando con la idea de una navidad feliz y una mesa rebosante de comida, con algunas sillas vacías y unas cuantas lágrimas de nostalgia.

Insisto, no puedo concentrarme. Entre el mar que se encuentra lejos de mí, diciembre que se aproxima avasallante, una lágrima se escurre por mi mejilla. Mi piel absorbe la salinidad de mi llanto. No queda rastro de nostalgia. Solo queda el recuerdo del mar frente a mí.

Docente

Enciendo la computadora. Tengo una sensación de vacío. Miro el procesador de texto y veo la hoja en blanco, me recuerda la inmensidad del océano. Pararse frente a un mar indómito. Escribir es sumergirse en esas aguas saladas. Las lágrimas y el agua de mar comparten la salinidad. Cuando una lágrima recorre la mejilla deja esa sensación de un surco refrescante que traza un caminito húmedo y discreto.

No he salido de vacaciones a la playa desde 2019. Conocí el Caribe Centroamericano a principios de diciembre, sin saber que sería mi último viaje, tres meses después se cerraron las fronteras y hubo vuelos cancelados. Perdí un pasaje que no puede reembolsar, un viaje que tengo pendiente, una deuda que debo saldar, no tengo fecha para hacerlo y admito que tampoco el dinero para invertir en un boleto, que ante la incertidumbre de un nuevo brote pone en riesgo los vuelos internacionales.

La página en blanco también nos permite viajar. La escritura me ha permitido conectar con personas de distintos lugares y gracias las redes sociales hemos entablado una relación fraternal. Por medio de nuestra escritura llenamos esa página en blanco con todas nuestras preocupaciones y vacíos. En algunas ocasiones que derramó una lagrimita al escribir, siento que estoy cerca del mar. Tomó el sabor salobre de ese líquido que se escurre, lo saboreo y pienso en que somos agua. Las lecciones de ciencias naturales de la primaria no son en vano. Somos agua, el planeta es agua y al beber mi llanto quedó seducida ante la idea de volver al mar abierto y contemplarlo, mientras el atardecer hace desaparecer nuestra sombra, mientras la oscuridad se apodera de nuestros ojos y buscamos la luz.

Ante la página en blanco buscamos algún pensamiento que nos ilumine, que le de claridad al camino de polvo y desasosiego de la existencia en tiempos tan retadores e inciertos. No logro concentrarme. Parece que tengo ideas que se distorsiona como el color azulado del mar cuando las inquietas olas golpean las rocas.

Vuelvo al pasado y recuerdo la sensación de mis pies cubiertos con la arena mojada. Pronto me reincorporo al trabajo escolar. Miré nuevamente la hoja y la lleno con mis tribulaciones de inicios de semana. 2021 pasó como un relámpago, diciembre nos espera guiándonos un ojo, coqueteando con la idea de una navidad feliz y una mesa rebosante de comida, con algunas sillas vacías y unas cuantas lágrimas de nostalgia.

Insisto, no puedo concentrarme. Entre el mar que se encuentra lejos de mí, diciembre que se aproxima avasallante, una lágrima se escurre por mi mejilla. Mi piel absorbe la salinidad de mi llanto. No queda rastro de nostalgia. Solo queda el recuerdo del mar frente a mí.

Docente