/ miércoles 13 de octubre de 2021

Sobremesa | Photoshop, Redes Sociales y Status Quo

Estos nuestros tiempos, tan maravillosos que con el uso de la tecnología nos permiten acortar distancias, procesar gran cantidad de datos en instantes, consultar acervos bibliográficos, enterarnos de los hechos en solo minutos, aun y cuando ocurrieron a kilómetros de distancia. Sin embargo, hay algo que me asombra mucho: la edición de fotografías, la modificación de imágenes, los efectos, los filtros, editores gráficos que sin duda son herramientas portentosas; más aún están al alcance de todos, existe una masificación y popularización de los programas editores de fotografías.

Ahora los teléfonos son pequeñas computadoras, y eso es algo que advirtió hace 25 años en algún número de la revista Luna Córnea, el fotógrafo Joan Fontcuberta: que en el futuro las cámaras serían computadoras y que en esos aparatos convergerían herramientas de video, sonido y muchas más. Por lo tanto, es muy sencillo capturar una fotografía y someterla a modificaciones, más aun si es un retrato la cara, el cuerpo, son editados detalle a detalle, para aminorar las imperfecciones, eliminarlas o bien cambiar aspectos que pudiesen resultar poco favorecedores o incluso desagradables.

Es entonces que en las redes sociales, las apariencias engañan y las fotografías, no reflejan la realidad tangible, sino un efecto visual que en nada corresponde a lo que a simple vista podría ser observable.

Me encantaría, que de la misma forma como identificamos de inmediato las características que deseamos modificar en un retrato, y editamos todo aquello que no nos favorece, cambiándolo, dando un click por aquí, eliminando, en fin…maniobras más maniobras menos, que permitan que la imagen sea atractiva; sería fenomenal, que tuviésemos un programa editor como Photoshop, que disipara nuestras sombras, iluminara nuestra alma, y matizara nuestro corazón con los sentimientos más benévolos, con las virtudes más necesarias en cada caso y borrara de nuestro ser todos aquellos defectos que no nos permiten ser felices.

De que nos sirve ser una imagen atractiva, si para empezar esta premisa no es cierta y en segundo término, es irrelevante; vivimos en la cultura de la forma y no del fondo, hay que trascender, debemos de poner atención al contenido y olvidarnos del envase.

Después de todo, debemos de conjugar más el verbo ser, y dejar los simulacros en las conjugaciones de las apariencias, los exteriores y las imitaciones.

No todo lo que brilla es oro; las apariencias engañan; en fin los refranes populares encierran gran sabiduría, están vigentes. Solo es cuestión de reflexión, posiblemente podamos editar todo aquello que no nos permita avanzar con pasos agigantados a una vida feliz, plena y armoniosa.

Las redes sociales han provocado el deseo de simular un estilo de vida de ostentación y lujo, de broma y despreocupación. No todas las publicaciones son auténticas. No toda la alegría es real. Sin generalizar, claro está. ¿Cuántos de nosotros podemos capturar una imagen y hacerla pública, sin el genuino gozo? ¿Hasta qué punto somos capaces de fingir por mantener un status quo? Cada uno de nosotros podemos tener una respuesta, no es necesario compartirla. Tampoco es necesario convencer al otro. Lo totalmente necesario es que al terminar el día y acudir a nuestra alcoba, y buscar el descanso posterior a la ajetreada rutina, podamos sentirnos satisfechos de vivir un día más. Cerrar los ojos y tener la certeza de que vivimos: sufrimos y disfrutando como humanos a través de la existencia verdadera

Cada día trae su afán. Cada instante su sabor. Cada minuto un mati y cada suspiro un color. Que la vida nos abrace.

Ana Verónica Torres Licón | Docente y Escritora




Estos nuestros tiempos, tan maravillosos que con el uso de la tecnología nos permiten acortar distancias, procesar gran cantidad de datos en instantes, consultar acervos bibliográficos, enterarnos de los hechos en solo minutos, aun y cuando ocurrieron a kilómetros de distancia. Sin embargo, hay algo que me asombra mucho: la edición de fotografías, la modificación de imágenes, los efectos, los filtros, editores gráficos que sin duda son herramientas portentosas; más aún están al alcance de todos, existe una masificación y popularización de los programas editores de fotografías.

Ahora los teléfonos son pequeñas computadoras, y eso es algo que advirtió hace 25 años en algún número de la revista Luna Córnea, el fotógrafo Joan Fontcuberta: que en el futuro las cámaras serían computadoras y que en esos aparatos convergerían herramientas de video, sonido y muchas más. Por lo tanto, es muy sencillo capturar una fotografía y someterla a modificaciones, más aun si es un retrato la cara, el cuerpo, son editados detalle a detalle, para aminorar las imperfecciones, eliminarlas o bien cambiar aspectos que pudiesen resultar poco favorecedores o incluso desagradables.

Es entonces que en las redes sociales, las apariencias engañan y las fotografías, no reflejan la realidad tangible, sino un efecto visual que en nada corresponde a lo que a simple vista podría ser observable.

Me encantaría, que de la misma forma como identificamos de inmediato las características que deseamos modificar en un retrato, y editamos todo aquello que no nos favorece, cambiándolo, dando un click por aquí, eliminando, en fin…maniobras más maniobras menos, que permitan que la imagen sea atractiva; sería fenomenal, que tuviésemos un programa editor como Photoshop, que disipara nuestras sombras, iluminara nuestra alma, y matizara nuestro corazón con los sentimientos más benévolos, con las virtudes más necesarias en cada caso y borrara de nuestro ser todos aquellos defectos que no nos permiten ser felices.

De que nos sirve ser una imagen atractiva, si para empezar esta premisa no es cierta y en segundo término, es irrelevante; vivimos en la cultura de la forma y no del fondo, hay que trascender, debemos de poner atención al contenido y olvidarnos del envase.

Después de todo, debemos de conjugar más el verbo ser, y dejar los simulacros en las conjugaciones de las apariencias, los exteriores y las imitaciones.

No todo lo que brilla es oro; las apariencias engañan; en fin los refranes populares encierran gran sabiduría, están vigentes. Solo es cuestión de reflexión, posiblemente podamos editar todo aquello que no nos permita avanzar con pasos agigantados a una vida feliz, plena y armoniosa.

Las redes sociales han provocado el deseo de simular un estilo de vida de ostentación y lujo, de broma y despreocupación. No todas las publicaciones son auténticas. No toda la alegría es real. Sin generalizar, claro está. ¿Cuántos de nosotros podemos capturar una imagen y hacerla pública, sin el genuino gozo? ¿Hasta qué punto somos capaces de fingir por mantener un status quo? Cada uno de nosotros podemos tener una respuesta, no es necesario compartirla. Tampoco es necesario convencer al otro. Lo totalmente necesario es que al terminar el día y acudir a nuestra alcoba, y buscar el descanso posterior a la ajetreada rutina, podamos sentirnos satisfechos de vivir un día más. Cerrar los ojos y tener la certeza de que vivimos: sufrimos y disfrutando como humanos a través de la existencia verdadera

Cada día trae su afán. Cada instante su sabor. Cada minuto un mati y cada suspiro un color. Que la vida nos abrace.

Ana Verónica Torres Licón | Docente y Escritora