/ miércoles 22 de diciembre de 2021

Sobremesa | Nostalgia navideña

En noviembre Adriana, mi vecina se mudó a Ciudad de México. La extraño. Es inevitable mirar hacia el parque sur y ver que su cochera estaba vacía. Después fue peor, llegaron nuevos vecinos.

Conocí a Adriana mientras paseaba a su perro, enorme, peludo y con una mirada muy dulce. No recuerdo la raza, no es común por estos lares. Me tomé una foto con Rocco, digna de ser publicada en una revista, pues tenía un hermoso arcoíris al fondo. Adriana se convirtió en mi amiga, fotógrafa, confidente y cómplice. Tiene una bella familia. Creo que ella es de esas personas con la sensibilidad necesaria para hacer florecer plantas en el desierto y hacer crecer la masa para hornear el pan.

Me regaló unos libros para colorear mandalas. Compré mis colores para pintarlos. Debo confesar que me gusta colorear, pensé que no podría disfrutarlo, de niña nunca lo hice.

Una noche antes de partir con toda su mudanza, cruzó el parque y tocó mi puerta para darme una maceta con su orquídea. Estaba espléndida y floreciente. Sentí una gran responsabilidad. Adriana ama la vida: las flores, la comida, la fiesta, los niños y los perros. Es una gran mamá, de esas que yo podría darles un diploma, su bebé Nicolás cumplió dos años. Sentí la pérdida de su mudanza.

Noviembre tiene un aire de nostalgia, por mis amados muertos que trascendieron. Traté de convencerme que Adriana solo se cambiaría de residencia. La podía visitar en la Ciudad de México. Pero yo sabía que estaba frente a la pérdida de una amiga cercana. He perdido amistades por que la afinidad se acaba y la discordia crece. Las personas se han alejado y me he retirado por decisión. Nunca había experimentado esta lejanía de la distancia real y palpable.

Recuerdo las enchiladas verdes de Adriana, su café con canela, la panacota y las mimosas, pero más que nada recuerdo su sensibilidad para leer en mis ojos la tristeza y ofrecerme leche y galletas. Sus palabras de ánimo y consuelo resuenan en mi cabeza. Adriana y su familia me sentaron en su mesa para compartir el pan y la sal, y aún más las risas y el gozo de la gente que sueña y trabaja para vivir en este mundo de contradicciones.

Espero poder reunirme con ella, sentarnos a tomar un café y ver como florece su vida. Agradezco a Adriana esa sensación que me provocó su amistad de aceptarme, sin juicios y esa capacidad de escuchar con paciencia. Debo decir que un par de veces terminé con lágrimas en los ojos y haciendo pucheros, pero su compañía me reconfortó. Comprensiva me brindó palabras de consuelo, pero de esas que te hacen sentir que la vida es como un río que encuentra su cauce y que siempre habrá un mañana, una posibilidad o la suerte de encontrar un arcoíris después de la tormenta.

Seguimos en contacto por mensajes. Por sus cualidades de mujer laboriosa, creativa y con un alto grado de compromiso en ser madre y madre, los días se le van volando. La llamaré antes de navidad para saber de su vida, para agradecerle ser parte de mi camino, que este año fue maravilloso. Me gustaría visitarla la próxima navidad y tomarnos fotos en las plazas adornadas e iluminadas de la gran ciudad.

Observo la orquídea colocada en el centro de mi mesa. Hablo con ella, le pongo música y le digo que las dos vamos a estar bien sin Adriana, que aunque su sabia presencia nos hace falta, vamos a estar bien. Gracias Adriana por tu alegría y por tu amistad.

Ana Verónica Torres Licon | Docente/ Escritora

En noviembre Adriana, mi vecina se mudó a Ciudad de México. La extraño. Es inevitable mirar hacia el parque sur y ver que su cochera estaba vacía. Después fue peor, llegaron nuevos vecinos.

Conocí a Adriana mientras paseaba a su perro, enorme, peludo y con una mirada muy dulce. No recuerdo la raza, no es común por estos lares. Me tomé una foto con Rocco, digna de ser publicada en una revista, pues tenía un hermoso arcoíris al fondo. Adriana se convirtió en mi amiga, fotógrafa, confidente y cómplice. Tiene una bella familia. Creo que ella es de esas personas con la sensibilidad necesaria para hacer florecer plantas en el desierto y hacer crecer la masa para hornear el pan.

Me regaló unos libros para colorear mandalas. Compré mis colores para pintarlos. Debo confesar que me gusta colorear, pensé que no podría disfrutarlo, de niña nunca lo hice.

Una noche antes de partir con toda su mudanza, cruzó el parque y tocó mi puerta para darme una maceta con su orquídea. Estaba espléndida y floreciente. Sentí una gran responsabilidad. Adriana ama la vida: las flores, la comida, la fiesta, los niños y los perros. Es una gran mamá, de esas que yo podría darles un diploma, su bebé Nicolás cumplió dos años. Sentí la pérdida de su mudanza.

Noviembre tiene un aire de nostalgia, por mis amados muertos que trascendieron. Traté de convencerme que Adriana solo se cambiaría de residencia. La podía visitar en la Ciudad de México. Pero yo sabía que estaba frente a la pérdida de una amiga cercana. He perdido amistades por que la afinidad se acaba y la discordia crece. Las personas se han alejado y me he retirado por decisión. Nunca había experimentado esta lejanía de la distancia real y palpable.

Recuerdo las enchiladas verdes de Adriana, su café con canela, la panacota y las mimosas, pero más que nada recuerdo su sensibilidad para leer en mis ojos la tristeza y ofrecerme leche y galletas. Sus palabras de ánimo y consuelo resuenan en mi cabeza. Adriana y su familia me sentaron en su mesa para compartir el pan y la sal, y aún más las risas y el gozo de la gente que sueña y trabaja para vivir en este mundo de contradicciones.

Espero poder reunirme con ella, sentarnos a tomar un café y ver como florece su vida. Agradezco a Adriana esa sensación que me provocó su amistad de aceptarme, sin juicios y esa capacidad de escuchar con paciencia. Debo decir que un par de veces terminé con lágrimas en los ojos y haciendo pucheros, pero su compañía me reconfortó. Comprensiva me brindó palabras de consuelo, pero de esas que te hacen sentir que la vida es como un río que encuentra su cauce y que siempre habrá un mañana, una posibilidad o la suerte de encontrar un arcoíris después de la tormenta.

Seguimos en contacto por mensajes. Por sus cualidades de mujer laboriosa, creativa y con un alto grado de compromiso en ser madre y madre, los días se le van volando. La llamaré antes de navidad para saber de su vida, para agradecerle ser parte de mi camino, que este año fue maravilloso. Me gustaría visitarla la próxima navidad y tomarnos fotos en las plazas adornadas e iluminadas de la gran ciudad.

Observo la orquídea colocada en el centro de mi mesa. Hablo con ella, le pongo música y le digo que las dos vamos a estar bien sin Adriana, que aunque su sabia presencia nos hace falta, vamos a estar bien. Gracias Adriana por tu alegría y por tu amistad.

Ana Verónica Torres Licon | Docente/ Escritora