/ miércoles 4 de mayo de 2022

Sobremesa | El espacio público

El día de ayer arrastrado por los ventarrones llegó a la puerta de mi salón de clases el cuero seco, perteneciente a un perro muerto. El cadáver encalló justo en el umbral que deben cruzar mis alumnos para tomar un asiento en el aula y recibir educación. Fue inevitable remitirme al perro de Hades, Can Cerbero que custodiaba el averno. Pero el animal yacía con su vida extinta, no era una fiera imponente, era solo un pobre animal que encontró el final de su existencia.

Mis estudiantes observaron tranquilos al difunto perro. Lo retiraron con una vara y lo depositaron en un contenedor de basura, con tranquilidad. El portal de mi salón, incluso mi salón, la escuela es espacio público. La presencia de esos despojos me recordaron la importancia de lo público versus lo privado.

“Lo público” remite a lo que es de interés o de utilidad común a todos, lo que atañe al colectivo, lo que concierne a la comunidad. Y ahí viene otra situación, convertirnos en comunidad. La colectividad debe trascender y convertirse en comunidad. La comunidad es la conciencia de los grupos de que lo común es importante, que afecta y/o beneficia a todos y todas. El concepto de comunidad se trabaja, se construye y se consolida mediante la participación, la toma de conciencia y la conformación de una esencia para la búsqueda del bien común. Bajo la premisa de que todos aportan su singularidad al grupo, y que la suma de las voluntades y el trabajo individual conforman la fuerza de la comunidad. La comunidad impacta al espacio público en el cual se desarrolla.

La apropiación del espacio público es tomar decisiones que nos favorezcan a todos y todas. Desde caminar por las calles hasta hacer propuestas a las autoridades, todo va en esa apropiación. Remover el perro muerto para entrar al salón, fue una acción que inició individual, otros se sumaron y al final el grupo se benefició, incluso yo que soy la persona adulta responsable. No hubo necesidad que yo diera instrucciones, se actúo de manera automática. Sin embargo esto no ocurre con la basura esparcida que reposa en la cancha después del receso, esa queda y es observada con indiferencia. Claramente el remedo de Can Cerbero obstaculizaba nuestros pasos, por ello fue colocado en el tambo de basura.

Un perro muerto vino a recordarme la importancia de fomentar la participación todos en la búsqueda del bien común. El aula puede ser una buena incubadora para la semilla de la conciencia ciudadana.

Estoy firmemente convencida de que el cambio del país y del mundo, inicia con pequeñas acciones y con la responsabilidad de cada uno de nosotros. Puede sonar una frase muy trillada, lo es de hecho. Solo me queda lanzar una invitación, como quien lanza una pelota a la cancha, para que alguien más le siga dando movimiento. Promuevo la participación de mis estudiantes desde la conciencia de cada una de las acciones que llevamos a cabo en el aula. Desde la permanencia durante siete horas en las instalaciones de la escuela.

Intento poner una visión positiva de la escuela que deseamos, la que soñamos, cuestiono a los chicos y las chicas sobre sus necesidades de espacios deportivos y de estudio. Me gusta cuando expresan sus opiniones, los escucho y los vuelvo a cuestionar.

Ellos no saben que el perro se convirtió en mi motivación, el cadáver fue un detonador para mi reflexión y sobre este análisis resultarán varias propuestas. Ellos no saben que cuando comparto la vida con ellos, aprendo yo.


Ana Verónica Torres Licón | Docente y escritora

El día de ayer arrastrado por los ventarrones llegó a la puerta de mi salón de clases el cuero seco, perteneciente a un perro muerto. El cadáver encalló justo en el umbral que deben cruzar mis alumnos para tomar un asiento en el aula y recibir educación. Fue inevitable remitirme al perro de Hades, Can Cerbero que custodiaba el averno. Pero el animal yacía con su vida extinta, no era una fiera imponente, era solo un pobre animal que encontró el final de su existencia.

Mis estudiantes observaron tranquilos al difunto perro. Lo retiraron con una vara y lo depositaron en un contenedor de basura, con tranquilidad. El portal de mi salón, incluso mi salón, la escuela es espacio público. La presencia de esos despojos me recordaron la importancia de lo público versus lo privado.

“Lo público” remite a lo que es de interés o de utilidad común a todos, lo que atañe al colectivo, lo que concierne a la comunidad. Y ahí viene otra situación, convertirnos en comunidad. La colectividad debe trascender y convertirse en comunidad. La comunidad es la conciencia de los grupos de que lo común es importante, que afecta y/o beneficia a todos y todas. El concepto de comunidad se trabaja, se construye y se consolida mediante la participación, la toma de conciencia y la conformación de una esencia para la búsqueda del bien común. Bajo la premisa de que todos aportan su singularidad al grupo, y que la suma de las voluntades y el trabajo individual conforman la fuerza de la comunidad. La comunidad impacta al espacio público en el cual se desarrolla.

La apropiación del espacio público es tomar decisiones que nos favorezcan a todos y todas. Desde caminar por las calles hasta hacer propuestas a las autoridades, todo va en esa apropiación. Remover el perro muerto para entrar al salón, fue una acción que inició individual, otros se sumaron y al final el grupo se benefició, incluso yo que soy la persona adulta responsable. No hubo necesidad que yo diera instrucciones, se actúo de manera automática. Sin embargo esto no ocurre con la basura esparcida que reposa en la cancha después del receso, esa queda y es observada con indiferencia. Claramente el remedo de Can Cerbero obstaculizaba nuestros pasos, por ello fue colocado en el tambo de basura.

Un perro muerto vino a recordarme la importancia de fomentar la participación todos en la búsqueda del bien común. El aula puede ser una buena incubadora para la semilla de la conciencia ciudadana.

Estoy firmemente convencida de que el cambio del país y del mundo, inicia con pequeñas acciones y con la responsabilidad de cada uno de nosotros. Puede sonar una frase muy trillada, lo es de hecho. Solo me queda lanzar una invitación, como quien lanza una pelota a la cancha, para que alguien más le siga dando movimiento. Promuevo la participación de mis estudiantes desde la conciencia de cada una de las acciones que llevamos a cabo en el aula. Desde la permanencia durante siete horas en las instalaciones de la escuela.

Intento poner una visión positiva de la escuela que deseamos, la que soñamos, cuestiono a los chicos y las chicas sobre sus necesidades de espacios deportivos y de estudio. Me gusta cuando expresan sus opiniones, los escucho y los vuelvo a cuestionar.

Ellos no saben que el perro se convirtió en mi motivación, el cadáver fue un detonador para mi reflexión y sobre este análisis resultarán varias propuestas. Ellos no saben que cuando comparto la vida con ellos, aprendo yo.


Ana Verónica Torres Licón | Docente y escritora