/ miércoles 6 de julio de 2022

Sobremesa | Coincidir

Soy vecina de este mundo por un rato

Y hoy coincide que también tú estás aquí

Coincidencias tan extrañas de la vida

Tantos siglos, tantos mundos, tanto espacio

Y coincidir

Antes de la pandemia solía acudir a almorzar a un restaurante muy popular y concurrido. En una ocasión vi un grupo de personas que compartían los alimentos y una amena charla. Ahí lo vi. Esos comensales tenían atuendo deportivo y entre ellos o ellas, puedo asegurar que eran mayoría mujeres, destacaba un hombre de sonrisa discreta, postura serena y animado conversador. Lo vi, lo recuerdo bien, y supuse de inmediato que era un amigo genial, esas suposiciones que hacemos los seres humanos por mero instinto. Abandoné el recinto y olvidé el incidente, más no la suposición ni al hombre que identifiqué entre los comensales que departían animadamente después de su rutina de ejercicio.

Llegó la pandemia que nos obligó a permanecer en casa. Por mi parte descubrí nuevos pasatiempos, leí mucho, escribí con más disciplina y desarrolle una compulsión por los cursos virtuales. Puedo decir que el encierro fue provechoso durante ese tiempo, hice alianzas culturales y se gestaron proyectos literarios y de difusión, no fue un tiempo perdido, sino sabiamente invertido. Estreché lazos con amistades literarias y compartimos el gusto por las letras y la gestión cultural. Pasé una larga temporada en el hogar paterno, conviví con mis hermanos y volvía dormir en mi cama de siempre, mis sueño era profundo al saberme protegida por mi familia.

Otro de los proyectos que germinaron en tiempos del COVID, fue mi hogar, mi habitación propia como diría Virginia y entonces me asenté, deje mi situación de nómada para establecerme. Volver a la normalidad me causó cierto resquemor, mi casa tan confortable y segura, mis libros sin leer y mis notas dispersas eran mi compañía, no deseaba abandonar esa zona segura y volver al mundo, cabe mencionar que me considero bastante sociable, aún así la serenidad de mi morada me produce gran placer.

Salir a la calle, vencer mi resistencia y socializar se convirtieron en un reto. Las coincidencias me han favorecido, llamémoslo fortuna inducida, por qué debo de decir que yo tenía una intención clara: volver a la vida presencial y dejar el formato virtual que tanto me había favorecido.

Entonces coincidí con Miguel, el hombre que vi en el restaurante antes de la pandemia y del que yo ya tenía una percepción. Debo de decir que en un primer momento me comporté con rudeza, él muy caballeroso y educado, tuvo mesura, y gracias a eso pudimos conversar. Mi percepción primigenia se robusteció con su conversación inteligente, su sinceridad y claridad de ideas. Sus palabras son contundentes. En cambio yo parloteo sin cesar, con frases desordenadas, que trato de aclarar citando autores. Me siento afortunada de coincidir con él. Surgió una amistad que yo deseaba desde hace tiempo. Él es como el océano. Yo me aproximo como los niños que exploran y caminan por la playa. Me asombro ante la profundidad de su mente, y observo la fuerza que reposa en su espíritu.

Fortalecer un vínculo de amistad, conocer a otras personas, mostrar nuestras debilidades, exponer nuestros sueños, tener cercanía, conversar sobre lo que queremos, pensamos, sentimos y soñamos, puede ser riesgoso. Hay una vulnerabilidad gozosa en las relaciones interpersonales.

Miguel es una alhaja, deseo conservar su presencia en mi vida. Aprecio su gentileza y generosidad. Así como el océano: vasto, misterioso y profundo, se revela ante mí. Yo deambulo por la playa y observó extasiada su ser.


Ana Verónica Torres Licón | Docente, Escritora

Soy vecina de este mundo por un rato

Y hoy coincide que también tú estás aquí

Coincidencias tan extrañas de la vida

Tantos siglos, tantos mundos, tanto espacio

Y coincidir

Antes de la pandemia solía acudir a almorzar a un restaurante muy popular y concurrido. En una ocasión vi un grupo de personas que compartían los alimentos y una amena charla. Ahí lo vi. Esos comensales tenían atuendo deportivo y entre ellos o ellas, puedo asegurar que eran mayoría mujeres, destacaba un hombre de sonrisa discreta, postura serena y animado conversador. Lo vi, lo recuerdo bien, y supuse de inmediato que era un amigo genial, esas suposiciones que hacemos los seres humanos por mero instinto. Abandoné el recinto y olvidé el incidente, más no la suposición ni al hombre que identifiqué entre los comensales que departían animadamente después de su rutina de ejercicio.

Llegó la pandemia que nos obligó a permanecer en casa. Por mi parte descubrí nuevos pasatiempos, leí mucho, escribí con más disciplina y desarrolle una compulsión por los cursos virtuales. Puedo decir que el encierro fue provechoso durante ese tiempo, hice alianzas culturales y se gestaron proyectos literarios y de difusión, no fue un tiempo perdido, sino sabiamente invertido. Estreché lazos con amistades literarias y compartimos el gusto por las letras y la gestión cultural. Pasé una larga temporada en el hogar paterno, conviví con mis hermanos y volvía dormir en mi cama de siempre, mis sueño era profundo al saberme protegida por mi familia.

Otro de los proyectos que germinaron en tiempos del COVID, fue mi hogar, mi habitación propia como diría Virginia y entonces me asenté, deje mi situación de nómada para establecerme. Volver a la normalidad me causó cierto resquemor, mi casa tan confortable y segura, mis libros sin leer y mis notas dispersas eran mi compañía, no deseaba abandonar esa zona segura y volver al mundo, cabe mencionar que me considero bastante sociable, aún así la serenidad de mi morada me produce gran placer.

Salir a la calle, vencer mi resistencia y socializar se convirtieron en un reto. Las coincidencias me han favorecido, llamémoslo fortuna inducida, por qué debo de decir que yo tenía una intención clara: volver a la vida presencial y dejar el formato virtual que tanto me había favorecido.

Entonces coincidí con Miguel, el hombre que vi en el restaurante antes de la pandemia y del que yo ya tenía una percepción. Debo de decir que en un primer momento me comporté con rudeza, él muy caballeroso y educado, tuvo mesura, y gracias a eso pudimos conversar. Mi percepción primigenia se robusteció con su conversación inteligente, su sinceridad y claridad de ideas. Sus palabras son contundentes. En cambio yo parloteo sin cesar, con frases desordenadas, que trato de aclarar citando autores. Me siento afortunada de coincidir con él. Surgió una amistad que yo deseaba desde hace tiempo. Él es como el océano. Yo me aproximo como los niños que exploran y caminan por la playa. Me asombro ante la profundidad de su mente, y observo la fuerza que reposa en su espíritu.

Fortalecer un vínculo de amistad, conocer a otras personas, mostrar nuestras debilidades, exponer nuestros sueños, tener cercanía, conversar sobre lo que queremos, pensamos, sentimos y soñamos, puede ser riesgoso. Hay una vulnerabilidad gozosa en las relaciones interpersonales.

Miguel es una alhaja, deseo conservar su presencia en mi vida. Aprecio su gentileza y generosidad. Así como el océano: vasto, misterioso y profundo, se revela ante mí. Yo deambulo por la playa y observó extasiada su ser.


Ana Verónica Torres Licón | Docente, Escritora