/ miércoles 13 de enero de 2021

Sobre mesa | Reloj de arena: el banco del tiempo

Cada granulo se desliza por el vidrio, el artefacto es un verdugo que me azota con esos minúsculos granos de arena. Uno, dos, tres… los observo se incrustan en mi psique y se anidan en mi piel. Controlar el avance de los segundos es imposible. El tiempo es una magnitud física, cuantificable y posee una unidad en el sistema métrico que lo hace medible.

La concepción filosófica de Kant, establece que el espacio y el tiempo son necesarios para cualquier experiencia humana. Entonces para vivir debería de prevalecer una conciencia del tiempo. Deberían entonces de educarnos desde nuestros primeros años para observar, reflexionar y analizar el tiempo. Dicho adiestramiento debería partir desde el convencionalismo de los relojes no como dispositivos que nos ayudan a determinar el tiempo como una prolongación de instantes que perpetua, sino como el efímero paso de los momentos que se agotan. A diferencia del oxígeno que es un bien libre y gratuito; el tiempo es un privilegio, por tal motivo frases como “matar el tiempo” y “pasar el tiempo”, me parecen un insulto a la existencia humana. No por tanto, debo decir que como humanidad nos volquemos en una febril existencia y desaforado accionar. Me inclino por proponer hablar del tiempo en una cuestión de economía. Entendiendo esta como una administración eficaz y razonable de los bienes. Es entonces que el tiempo es un bien intangible susceptible de convertirse en valores monetarios, proporcionando beneficios o bien limitándonos si es que la administración del mismo no es la adecuada.

“Todos los blancos tienen reloj, pero nunca tienen tiempo”, reza un proverbio africano. Por eso el culto a la velocidad, la extensión de las jornadas laborales, la conversión del ocio en mercancía, la omnipresencia esclavizante en los medios digitales y electrónicos debería ser una amenaza para el género humano. ¿Cómo combatir estos peligros? La implementación de una disciplina económica en el uso del tiempo bajo la premisa de desarrollar actividades propias de la cotidianidad con una conciencia plena. Rebelarnos contra el sometimiento al ritmo infernal del capitalismo. Me refiero a saber que si la lógica contemporánea de ocho horas de trabajo, ocho horas de descanso y ocho horas de sueño, es un sutil intento de concientización, podemos hacer más no en cuanto a la optimización de los recursos, sino en la calidad de dicha distribución. Que las ocho horas de sueño, se disfruten con calidad. Que las propiedades de ese sueño incluyan los estándares mínimos de profundo y reparador, que propicien la regeneración de las células. Lo mismo en los demás segmentos del día, propiciar una plenitud en los momentos que vivimos.

Nuevamente el reloj de arena vuelve a mi mente. Lo veo como una figura femenina con su estrecha cintura y una esbeltez que es estéticamente llamativa. Los granitos están cayendo uno sobre otro. Así cae mi conciencia con cada premisa que escribí. Es el reloj de arena el recuerdo de mi madre llamándome por mis dos nombres apurándome para ir a la escuela e incorporarme a una rutina. La manera de lograr la independencia mental, es olvidar los antiguos preceptos familiares como ordenanzas incuestionables. Es quehacer cotidiano el convertirnos en adultos y administrar los recursos que poseemos. El tiempo el recurso fundamental para habitar el planeta. La naturalidad de la vida nos lleva a una inmersión en la inconciencia colectiva de la mecanicidad y el automatismo. Podemos humanizar a través de observar un reloj de arena, ya que la psique puede encontrar un mensaje certero en su mecanismo de funcionamiento y al poder hacer tangible el transcurrir de los instantes, saber que la perpetuidad de la vida es imposible. En la medida que somos conscientes de nuestra naturaleza mortal, buscamos la perdurabilidad de nuestra obra y la eficacia de las acciones, no como un fin ególatra, sino como una evidencia del existir perentorio de un ser humano y que sirva de algo a los futuros moradores de la tierra.

ANA VERONICA TORRES LICON.

Cada granulo se desliza por el vidrio, el artefacto es un verdugo que me azota con esos minúsculos granos de arena. Uno, dos, tres… los observo se incrustan en mi psique y se anidan en mi piel. Controlar el avance de los segundos es imposible. El tiempo es una magnitud física, cuantificable y posee una unidad en el sistema métrico que lo hace medible.

La concepción filosófica de Kant, establece que el espacio y el tiempo son necesarios para cualquier experiencia humana. Entonces para vivir debería de prevalecer una conciencia del tiempo. Deberían entonces de educarnos desde nuestros primeros años para observar, reflexionar y analizar el tiempo. Dicho adiestramiento debería partir desde el convencionalismo de los relojes no como dispositivos que nos ayudan a determinar el tiempo como una prolongación de instantes que perpetua, sino como el efímero paso de los momentos que se agotan. A diferencia del oxígeno que es un bien libre y gratuito; el tiempo es un privilegio, por tal motivo frases como “matar el tiempo” y “pasar el tiempo”, me parecen un insulto a la existencia humana. No por tanto, debo decir que como humanidad nos volquemos en una febril existencia y desaforado accionar. Me inclino por proponer hablar del tiempo en una cuestión de economía. Entendiendo esta como una administración eficaz y razonable de los bienes. Es entonces que el tiempo es un bien intangible susceptible de convertirse en valores monetarios, proporcionando beneficios o bien limitándonos si es que la administración del mismo no es la adecuada.

“Todos los blancos tienen reloj, pero nunca tienen tiempo”, reza un proverbio africano. Por eso el culto a la velocidad, la extensión de las jornadas laborales, la conversión del ocio en mercancía, la omnipresencia esclavizante en los medios digitales y electrónicos debería ser una amenaza para el género humano. ¿Cómo combatir estos peligros? La implementación de una disciplina económica en el uso del tiempo bajo la premisa de desarrollar actividades propias de la cotidianidad con una conciencia plena. Rebelarnos contra el sometimiento al ritmo infernal del capitalismo. Me refiero a saber que si la lógica contemporánea de ocho horas de trabajo, ocho horas de descanso y ocho horas de sueño, es un sutil intento de concientización, podemos hacer más no en cuanto a la optimización de los recursos, sino en la calidad de dicha distribución. Que las ocho horas de sueño, se disfruten con calidad. Que las propiedades de ese sueño incluyan los estándares mínimos de profundo y reparador, que propicien la regeneración de las células. Lo mismo en los demás segmentos del día, propiciar una plenitud en los momentos que vivimos.

Nuevamente el reloj de arena vuelve a mi mente. Lo veo como una figura femenina con su estrecha cintura y una esbeltez que es estéticamente llamativa. Los granitos están cayendo uno sobre otro. Así cae mi conciencia con cada premisa que escribí. Es el reloj de arena el recuerdo de mi madre llamándome por mis dos nombres apurándome para ir a la escuela e incorporarme a una rutina. La manera de lograr la independencia mental, es olvidar los antiguos preceptos familiares como ordenanzas incuestionables. Es quehacer cotidiano el convertirnos en adultos y administrar los recursos que poseemos. El tiempo el recurso fundamental para habitar el planeta. La naturalidad de la vida nos lleva a una inmersión en la inconciencia colectiva de la mecanicidad y el automatismo. Podemos humanizar a través de observar un reloj de arena, ya que la psique puede encontrar un mensaje certero en su mecanismo de funcionamiento y al poder hacer tangible el transcurrir de los instantes, saber que la perpetuidad de la vida es imposible. En la medida que somos conscientes de nuestra naturaleza mortal, buscamos la perdurabilidad de nuestra obra y la eficacia de las acciones, no como un fin ególatra, sino como una evidencia del existir perentorio de un ser humano y que sirva de algo a los futuros moradores de la tierra.

ANA VERONICA TORRES LICON.